EL MODELO DE HUMILDAD Y CONFIANZA: LA MUJER QUE BUSCÓ UNA MIGAJA DE AMOR

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Los perros debajo de las mesas comen las migajas que caen de los niños. ¡Qué humildad tan grande la de esta mujer que, no siendo del pueblo judío, tenía por un lado un grandísimo amor por su hija!

Pero, por otro lado, también una grandísima humildad, una grandísima fe. De hecho, cuando ella le va a pedir a Jesús, maestro, por favor, cura a mi hija, Jesús al principio parecía muy altivo y distante, él que estaba sufriendo con ella, por supuesto, porque el Señor se hace solidario de cada sufrimiento humano.

Hace como que no escucha, como para prolongar esa intensidad del amor de la mujer y hacerle llegar hasta el extremo. E incluso le da una respuesta desconcertante: "No está bien dar de comer a los perros la comida de los hijos", como diciendo: "Si tú no eres del pueblo elegido, si tú no has participado nunca, ¿por qué vienes ahora a aprovecharte de mí?"

Y, sin embargo, ella, en ese ataque de humildad, vamos a llamarlo así, que era un don de Dios porque fue Dios el que le puso esa humildad a ella en su corazón para poder responderle así, le dice: "Sí, también los cachorritos se comen las migajas de los hijos". Como Señor, si no me importa, si ya sé que no tengo ningún derecho, sí sé que estoy suplicándote, pero es que confío tanto en ti, que tu amor no se limita a un pueblo, que tu amor no se limita a unas ceremonias, que tu amor no se limita a una serie de... No, tu amor es universal.

Se sabía amada por Cristo, se sabía amada por Dios, porque había conocido el amor y, sobre todo, lo había experimentado amando a su hija con locura. Qué no pedimos por un hijo. Todo por un hijo. Se hace lo que haga falta porque es tal el amor, es de tanta intensidad que nada te puede frenar, y ninguna humillación, ninguna dificultad, ningún límite nos va a parar en el amor que tenemos a la familia.

Amor, sobre todo, los padres que tenéis a vuestros hijos y estáis dispuestos a aceptar cualquier cosa con tal de que ellos estén bien, con tal de darles vida. Y por eso esta mujer es un modelo de absoluto amor, por supuesto, pero también de absoluta confianza. Ni un solo instante dudó de que Dios vendría en su auxilio, que a través de ese hombre ungido que era Jesús de Nazaret, del cual le habrían hablado otras personas: "Oye, que hay un profeta en Israel que hace milagros".

Y no, pues el Dios de Israel es un Dios muy serio, el Dios de Israel es el Dios verdadero, y yo quiero conocerle porque, en el fondo, esta mujer seguro que ya adoraba al Dios del amor, al Dios de la verdad. Nosotros tenemos, Señor, que saber confiar.

Así que, aunque a veces no nos contestes, que, aunque a veces parece que pasas de largo, que aunque parece que no escuchas nuestras súplicas, que aunque parece que no te importamos mucho y que tratas mejor a otros que a nosotros, no tenemos que rendirnos nunca de suplicarte una migaja, Señor, una migaja que caiga de la mesa. Eso me bastará porque una mirada tuya, una frase tuya, un pensamiento tuyo es más que suficiente para provocar, no digo un cambio en mi corazón, un cambio en el cosmos, no digo una sanación mía, sino la sanación de toda la humanidad porque creemos en tu poder, un poder que comienza y termina en tu amor por nosotros.

Miremos hoy la humildad de esta mujer y cuando tengamos dificultades, cuando tengamos barreras, límites, que la fuerza del amor nos haga fuertes y que nos haga capaces de superar cualquier barrera o límite que se nos ponga en el camino.

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