LA PODEROSA TRANSFORMACIÓN DEL PADRE NUESTRO: ORAR EN COMUNIÓN CON DIOS

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Vosotros orad así. Qué difícil es a veces rezar. Hay gente que llega a la iglesia, se sienta y no siente que tenga un problema muy grande. Pues empieza a distraerse: "Mira fíjate en esta imagen. Fíjate en la luz de no sé cuántos". O incluso si queremos rezar en casa calladitos, la oración no es fácil porque está sujeta a muchas distracciones. A muchas personas les cuesta mucho. Incluso rezando el rosario, pues anda que no rezamos distraídos. Decía Santa Teresita del Niño Jesús que ella jamás consiguió en su vida rezar un solo Rosario sin distraerse, pero no lo dejaba de hacer por eso, y nosotros no dejamos de orar, aunque nos distraigamos.

Entonces, cuando los discípulos le preguntan a Jesús: "Maestro, ¿cómo tenemos que orar?", Jesús propone una oración muy sencilla, que más que una oración, es un modo de orar. Enuncia el Padre Nuestro e invita a que entremos en la presencia de alguien que nos quiere como la mejor madre o el mejor padre quiere a un hijo. Por tanto, que entremos en una dimensión de ternura, de cariño y de atención. Nos invita a entrar en el cielo, porque el cielo no es un lugar, el cielo es un modo de ser, y, por tanto, al estar en la presencia de ese padre, tenemos que ser conscientes de que entramos en la presencia del gozo, del amor, de la limpieza, de la luz.

Entonces te das cuenta de cómo el Padre Nuestro no es solamente una oración que te hace comunicarte con Dios, sino que es una oración que provoca la comunión con Dios. Son dos cosas distintas: no es difícil hablar de Dios, incluso podría no ser difícil hablar con Dios; lo difícil es estar en comunión con Él en un instante concreto, experimentar su presencia, saber que estás con Él y Él está contigo, porque esa es la finalidad de la oración: hacer comunión con Él. Y es lo que Jesús quiere; de algún modo, es lo que viene a provocar con su muerte en la cruz, con el Sacramento de la Eucaristía, con el Sacramento de la Confesión.

Qué bonito cuando un sacerdote te dice: "Yo te absuelvo de tus pecados", que te lo está diciendo Cristo, y en ese momento tú experimentas cómo el poder de la sangre de Cristo desintegra todo tu pecado. Por eso, fijaos, la oración del Padre Nuestro, cuando la rezamos bien rezada, siendo conscientes de qué es lo que estamos diciendo y qué consecuencias tiene lo que estamos diciendo, es un modo de orar que no solamente habla a Dios, sino que provoca que Dios esté dentro de nosotros o que nosotros entremos dentro de la presencia de Dios.

Ya no rezo a un Dios que está delante de mí, sino que puedo rezar a un Dios que está dentro de mí y que yo también de algún modo estoy dentro de Él. Por tanto, el Padre Nuestro, que a veces lo rezamos tan deprisa pensando en mil cosas, es mucho más que unas palabras bonitas. El Padre Nuestro es la puerta de entrada para vivir en Él y con Él. Y por eso, cuando vuelvas a rezar el Padre Nuestro, acuérdate: hazlo despacio, hazlo bien. Y cuando empieces un rato de oración, empieza con el Padre Nuestro. Valóralo, porque es el modo que Jesús nos ha dado para estar en comunión con el Padre Dios, con Él y con el Espíritu Santo.

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