DESCUBRIENDO EL PODER DE LA ORACIÓN: ¡SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR!

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Señor, enséñanos a orar. ¡Qué petición tan bonita la que hacen los apóstoles a Jesús! Porque, efectivamente, cuando uno empieza la vida de oración, es muy fácil despistarse, descuidarse, cansarse o incluso aburrirse. Vamos a rezar, y la gente dice: "Uf, vaya rollo, vamos a rezar". No, bueno. Es verdad que hay oraciones que ya nos las dan hechas: cuando vas a misa, todo te es dado; o cuando rezas el Rosario, sabes que es un Ave María detrás de otra. Pero ¡qué difícil es a veces sentarse delante de un Sagrario o sentarse en tu cuarto a solas y empezar un diálogo con nuestro Padre Dios! Empezar una conversación con Él, de corazón a corazón.

Y digo que es difícil porque eso lo puedes hacer un día que te sientas muy inflamado del amor de Dios, pero... ¿y al día siguiente? ¿Y al siguiente? Ese perseverar cada día en una conversación de amistad e intimidad con Cristo no es nada fácil. Por eso, cuando los apóstoles le preguntan a Jesús cómo hay que orar, Él les enseña la oración del Padre Nuestro. Que en sí misma es una oración, claro, pero además de ser una oración, es un programa de oración, un estilo de oración. Es donde nos indica, más o menos, los temas más importantes que tendríamos que revisar en nuestras conversaciones con nuestro Padre Dios.

¿Le experimentamos como Padre en nuestra vida? ¿Sentimos a los hermanos como nuestros hermanos? ¿Queremos santificar su nombre? ¿Deseamos que llegue su Reino? ¿Amamos su voluntad, aunque a veces tenga forma de cruz? Es decir, si tomas cada frase del Padre Nuestro, te dará una dimensión de tu vida en tu relación con Dios que tienes que cuidar, que es muy importante cuidar. Porque si no estás ahí, puede que te ocupes de muchas cosas mundanas, incluso de muchas cosas morales, o incluso de tu perfección personal, pero realmente tu encuentro con Dios, tu relación con Él, puede que no sea como Él espera de ti.

Por eso, preguntémonos: ¿Nos gusta orar? ¿Nos cansa orar? ¿Es la oración para nosotros una pequeña obligación que nos hemos impuesto? ¿O es la oración para nosotros una verdadera necesidad? Yo no rezo porque sea obligatorio. Yo rezo porque lo necesito, porque si no tuviera esos pequeños o largos encuentros diarios con Dios, tal vez no sería capaz de soportar la presión de la vida, las dificultades o las cosas que más me cuestan.

Por eso, ojalá que cada día pudiéramos hacer como los apóstoles al empezar nuestra oración y decir con humildad: "Señor, enséñame a orar". No quiero aburrirme, no quiero repetir oraciones sin sentido. Quiero que la oración sea un encuentro contigo, que yo me llene de ti y que, Señor, tú, con tu corazón siempre abierto, me permitas entrar en él. Para eso, leamos despacio el Padre Nuestro, meditemos cada frase y hagamos que el Padre Nuestro sea un principio y una norma para nuestra vida.

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