Positive vibe.

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Capitulo 1 – Verdad.

[Renania del Norte-Westfalia, Alemania. Miércoles tres de junio, mil novecientos noventa y ocho. Nueva y media de la mañana]

Salió de la casa, con dos maletas grandes, apresuradamente y las echó al carro, que se encontraba en la cochera. Subió y se fue con gran velocidad. Antonia Winkler, salía corriendo y observaba, con lágrimas resbalando por su mejilla, al carro de su esposo doblar la esquina.

La Sra. Tomó un autobús y se dirigió de nuevo al hospital. Cuando llegó entró y fue con la enfermera recepcionista.

-Disculpe señorita, el cuartillo de la paciente Layla Winkler –comenzó a decirle a la joven.

-¿Familiar? –Preguntó la enfermera.

-Su madre.

-Muy bien, cuartillo numero catorce –decía amablemente la enfermera.

-Muchas gracias.

Antonia se movía nerviosamente hacia el cuarto de su hija. Llegó a la puerta, tomó el picaporte con inseguridad y entró al cuartillo.

La pequeña niña de tres años, se encontraba recostada en la camilla de sabanas blancas. Su cara estaba totalmente pálida. Y debajo de los ojos, tenía ojeras, de cansancio.

La pequeña Layla, abrió los ojos, dirigió la mirada hacia su madre y con su voz angelical dijo…

-Hola mami.

-Hola bebe – Dijo Antonia entrecortadamente, dejando salir una lágrima.

Layla le sonreía a su madre, ella no comprendía nada de lo que estaba pasando. Segundos después, el doctor Norrinson entró y le pidió a Antonia que pasara a su despacho. Esta obedeció.

-Tenemos que seguir un tratamiento, que no sea agresivo, ya que Layla es muy pequeña – Comenzó a decir el doctor, cuando ya se encontraban sentados en su despacho.

Antonia solo asentía, con lágrimas resbalando por sus mejillas, unas llegaban hasta su pecho, para después perderse entre su blusa rosa, de encajes color lila.

[Lunes, veinticuatro de diciembre, dos mil siete. Ocho de la noche]

Su casa era grande, color melón y tenía un jardín cuidadosamente adornado. Antonia Winkler, subía las escaleras, para después entrar al cuarto de su hija Layla. Ella era más madura. Era una adolescente.

Cuando Antonia entró en el cuarto, Layla se encontraba sentada en la cama, mirando por la ventana, a los diferentes carros que pasaban. La gente que iba ahí, tenían sonrisas en su rostro, y todos iban en grupos de familia.

-¿Qué haces hija? –Preguntó Antonia - ¿No quieres cenar?

-No tengo hambre – contestó fríamente la chica.

-¿Estás bien?

-Sí, estoy… bien – contestó Layla insegura.

“¿Qué si estoy bien? No, no lo estoy, llevo cuatro años preguntándole a mi madre, que si en alguna navidad o en alguna noche buena, mi padre nos vendrá a visitar. Siempre obtengo de respuesta ‘Ya vendrá, hija no te preocupes’ y una sonrisa fingida. ¿Por qué no me dice la verdad? Que yo fui la causante de que mi padre se fuera. Que cuando tenía leucemia el huyó para no hacerse cargo de una pobre enferma” – pensaba Layla.

-¿Segura? – Le preguntó su madre.

-Si mamá, segura – contestó irritada.

Antonia se retiró, cuando cerró la puerta, muchas lágrimas resbalaron por su rostro.

“¿Por qué si estas lejos, sigues arruinándome la vida?” –pensaba.

La noche, fue silenciosa, en la casa de las Winkler, era la típica noche buena de esa casa. Ellas dos se pasaban cada quien en su cuarto. Layla todo el tiempo tenía la mirada perdida por la ventana. Antonia, solo lloraba acostada en su cama.

Pero algo cambiaba esta noche, Layla se puso de pie, camino hacia la puerta de su cuarto, giró el picaporte, caminó el pasillo y se dirigió al cuarto de su madre.

Entró y Antonia solo levantó la mirada extrañada.

-¿Por qué no me dices la verdad de una vez por todas? – Preguntó Layla.

-Creí que ya sabías todo – comenzó a decir Antonia, indicándole a Layla que se sentara en la cama, esta obedeció – Creí que esa era la razón por la que te guardaste rencor todo este tiempo. Cerrándote al mundo y creyendo que tú eras la única que existe aquí.

-No te equivoques conmigo mamá – Dijo Layla desafiante – lo único que hacía, era callarme cada vez que me cruzaba contigo, para no decir lo que tengo acá adentro.

-¿Y porque no lo sacas de una vez?

-Mi papá nos abandonó, porque no se quería hacer cargo de mi ¿verdad?, ¿el huyó por mi culpa? –comenzó a hacer preguntas – Y tu no haces nada más que mentirme, e ilusionarme con que algún día volverá, cuando sabes que no es así, tu sabes que él se fue para nunca más volver y me has estado ocultando tod…

-Creo que tu eres la que se está equivocando – interrumpió Antonia, ya que Layla comenzaba a alterarse –si yo no te dije la verdad era para que tu no sufrieras.

-Mamá, a veces la verdad duele, pero las mentiras son las que más lastiman, y si es una mentira de tu propia madre, duele aún más.

-Y ¿Por qué nunca dijiste esto? ¿Por qué nunca me dijiste que tú sabías todo, y que te dolía que te mintiera? – preguntó Antonia.

-Porque aún tenía la esperanza de que mi papá volviera, por lo menos en navidad –dijo Layla ya un poco calmada y con lágrimas en las mejillas- porque aún te creía, mamá-prosiguió susurrando.

Antonia no dijo nada y solo agachó la cabeza. Layla continuó.

-Ahora contéstame esta pregunta –dijo poniéndose de pie - ¿Por qué te alejaste de tu familia?

-Porque él me lo pidió, queríamos hacer una vida… juntos –Antonia contestó en susurro, con la voz entrecortada.

-¿Dónde están ellos?

-En México.

-¿Crees que te voy a creer? –preguntó Layla, con una risita fingida.

-Cree lo que quieras, ellos se mudaron, hace algunos años – Dijo Antonia, mientras caminaba hacia un mueble, que estaba en una esquina del cuarto.

Abrió un cajón y sacó un sobre amarillo. Adentro del sobre había un papel arrugado, lo sacó y extendió la mano, para que Layla lo tomara.

-Es una carta de mi madre –dijo Antonia – ahí dice que… qué más da, léela.

Layla hiso caso y comenzó a leerla.

“Antonia:

Te preguntarás como sé tú dirección. Estuve averiguando y te encontré. No he ido a visitarte, porque sé que no me recibirías de buena gana. Después de todo lo que te hice pasar. Estoy muy arrepentida de eso, al igual que tu padre. No fue la mejor manera de tratarte. Y debimos de aceptar tu relación con Ernest.

Además, ya no estamos en Berlín, hace unas semanas que estamos en México. Volvimos a tierras mexicanas.

Espero que la pequeña Layla esté bien y que la hayas sabido cuidar muy bien. Ya te habrás enterado por el noticiario de la muerte de tu hermana. Tú única hermana, con la cual no estuviste nunca, ya que preferías estar con tus amigos que con tu familia. Sabes que el avión que la llevaría de vuelta a México, se cayó en el océano y que nadie sobrevivió.

Ahora espero que algún día vengas a visitarnos, queremos conocer a nuestra pequeña nieta, Layla. Nunca la hemos visto y estoy segura de que es hermosa, al igual que tu.

Te extrañamos mucho.

Con cariño, tu madre.”

-¿Hace cuanto que tienes esta carta? –Preguntó Layla devolviéndosela.

-Hace tres años –contestó Antonia.

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