Capitulo 92 - Eleanor.

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El calor abrazador de la mañana despertó a la chica, que con sus ojos completamente hinchados se dirigió al baño. Se miró en el espejo y al ver su rostro decaído recordó lo sucedido en la noche pasada. Cerró de un portazo, para que se quedara encerrada en el baño. Cubrió su rostro con sus manos y rompió en llanto de nuevo. « ¿Cómo le diré a mi madre? ¿Cómo le diré a Jack y Tom? » Pensó. Descubrió su rostro, salió del baño, tomó un cambio de ropa, para después volver y darse un duchazo.

Se recogió su cabello en una coleta e intentando parecer fuerte, bajó al primer piso. Lina la miró extraña e inusualmente al verla bajar con ese aire de fortaleza. Bajó el último escalón, cuando se percató de que todos en su casa, la miraban.

– ¿Qué pasa? –Preguntó Lina.

¡Misión fracasada! Eleanor acababa de romper en llanto. Sus rodillas se doblaron rápidamente, pero Lina evitó que la chica fuera a dar al piso. La sentó en uno de los sillones de la sala de estar y sentándose lentamente junto a ella, la miró exigiendo una respuesta. Eleanor acomodó un pedazo de cabello delicadamente tras su oreja, este se había salido de su usual peinado. Suspiró y miró asustada a sus familiares.

–Ernest… Ernest –Las lágrimas y el nudo en la garganta no daban paso a las palabras. Dio un segundo suspiro, tragó duro intentando deshacer el nudo, pero fue sumamente imposible –… murió.

Jack comenzó a temblar, como era de costumbre en él. Tom solo miró hacia el piso y Lina miró a Eleanor desconcertada.

– ¿Qué? –Preguntó sin siquiera darle crédito a sus oídos.

–Sí, mamá, Ernest ha… ha… muerto.

Sin más vacilaciones y con dificultad, les habló de lo sucedido, por lo que Tom, Jack y Lina escucharon atentamente. Terminó, nadie dijo alguna palabra.

Salió del cuarto del baño recién duchada. Bajó al primer piso, donde había un ambiente de silencio. Layla colocó sus manos en la cabeza harta de la situación. Se dirigió hacia el comedor, donde estaban Dagna, Antonia y Paula comiendo. Layla puso dispuesta cada mano en la mesa y las miró seriamente.

–Sé que les parecerá que no tengo la razón porque sé la situación en la que estamos, pero no es para tanto como para que nos quedemos mudas por siempre. Les aseguro que Francisco quiere vernos felices y no decaídas. Dagna, tú que pasaste eso de que perdiste a tus padres, me entenderás. No creo que hayas pasado así muchos meses –Dagna negó con la cabeza, dándole la razón a su amiga –. Mírenme, hablen ya.

–Layla, tu no entiendes –Dijo Paula.

–No, si entiendo. Sé que viviste muchos años en compañía de Francisco y que ahora sin él te sientes insuficiente. Pero ¿sabes qué? Eres lo que Antonia y yo queremos, te queremos ver sonreír, queremos a la misma Paula gruñona de antes, no a la anciana decaída.

Antonia miró a Layla con sus ojos como platos, al escuchar lo que había dicho.

–Sé que estoy hablando lo más grosera posible, pero no me van a decir que no digo la verdad ¿o sí? Estoy harta de esto. Ayer apenas me miraron, pero después fueron a encerrarse en sus cuartos. Dagna tiene que soportar, al igual que yo, esta situación, que es sumamente incomoda. –Hubo un momento de silencio en el que Layla miraba a las mujeres sentadas. Ellas comían y su mirada solo se concentraba en la comida. Layla sabía muy dentro de ella que la escuchaban – No les voy a pedir que sonrían, porque eso es imposible. Solo les voy a pedir que sean fuertes.

Dio media vuelta y salió, para que unos minutos después Dagna la alcanzara y comenzara a caminar a su paso.

–Te doy la razón, creo que no pudiste haberlo dicho de una mejor manera –Dijo.

–Sí, tuve que haberlo dicho suave, pero no estoy en condición para estar hablando con cariño.

– ¿Qué pasó?

–Ayer hablé con Eleanor. Le conté lo sucedido en Alemania y terminé hablándole lo más grosera posible. Estoy harta, eso es todo.

Caminaron unas cuadras sin rumbo, hasta que se encontraron con la chica de la que Layla había estado hablando anteriormente. Ella detuvo también su caminata y miró a la chica. Layla pudo notar que había estado llorando, así que la abrazo. Y sin esperarlo, Eleanor le respondió el abrazo. Dagna solo dirigió su mirada hacia el piso.

–Lo siento –Dijo Layla –. Siento haber sido dura contigo.

Eleanor asintió y suspirando articuló apenas unas palabras:

–Me dirigía hacia tu casa. Me disculparía.

– ¿Por qué? No tengo nada que perdonarte.

Eleanor solo la miró, Layla entendió que la chica no podía hablar así que solo le dedicó una débil sonrisa. Eleanor volvió a su casa. Layla y Dagna decidieron tomar el camino hacia la casa de Regina.

Llamaron a la puerta millones de veces, hasta que la chica las recibió. Esta se veía adormilada, las hiso pasar y estas respondieron a su invitación.

– ¿Qué hacías? –Preguntó Layla.

–Arreglaba la casa. Bueno digo, arreglaba mi casa.

– ¿Y eso? –Preguntó Dagna.

–Carmina se fue a Monterrey. Ya saben, sus viajes repentinos, y pues creo que se fue para volver dentro de unos meses, así que la casa es toda mía –Aclaró Regina feliz.

– ¿Toda tuya? –Preguntó quien apenas había entrado a la casa, cerró la puerta y miró a las chicas.

Layla miró a esa persona desconcertada y tratando de recordar ese rostro, pero era en vano, nunca en su vida lo había visto y mucho menos Regina.

– ¿Quién eres? –Preguntó Layla.

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