Capitulo 47 - Lágrimas.

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– ¿Positivo? –Preguntó Lina. Antonia volvió a asentir y Lina se cubrió la cara con sus manos.

Layla recibió una llamada y salió del hospital para contestar.

– ¿Bueno? 

–Layla, ayer no fuiste al lago, me dejaste preocupado. –Dijo Jahir al otro lado del teléfono.

–Ah! Lo siento, lo olvidé –Dijo Layla.

– ¿Lo olvidaste? ¿Dónde estás?

–En el hospital, ayer mi… padre tuvo un accidente.

– ¿Quieres que vaya? 

–No, ¿Te parece si te veo en el lago? 

–Vale –Layla finalizó la llamada. Decidida, se fue al bosque. 

Se adentraba, no podía sacar de su cabeza todo lo sucedido. Repasaba una y otra vez las palabras de su madre “Pero… no es posible.” «Tengo un hermano» pensó. « ¿Por qué Ernest hiso todo esto? »

El cielo estaba nublado y el viento hacía que los arboles se movieran bruscamente. Layla llegó al lago y se paró en la orilla. Muchas lágrimas comenzaban a resbalar por sus mejillas, salían con brusquedad y rapidez por sus ojos.

– ¡Layla! –Exclamó Jahir al llegar. La chica corrió hacia él. Al llegar le dio un abrazo y desconsoladamente aumentó el lloriqueo. Minutos después deshizo el abrazo y suspiro frustrada – ¿Qué pasó?

–No puedo ha… hablar –Dijo mientras se quitaba las lágrimas de las mejillas con el extremo de las mangas de su suéter gris. Esto era en vano, ya que apenas se las quitaba, volvían a salir en montón y rápidamente.

Antonia caminaba de extremo a extremo de la sala de espera. Tenía su celular en su mano derecha. Se encontraba nerviosa.

– ¿Ya te contesto alguna llamada? –Preguntó Regina. Antonia negó con la cabeza – Yo solo vi que recibió una llamada y salió. Estaba al lado de ella y vi que en el celular apareció el nombre de Jahir –Antonia escuchaba atentamente – Seguro que está con él, no se preocupe.

Hace apenas una hora, había comenzado a llover. Layla y Jahir caminaban hacia la casa del chico, ya que era la que quedaba más cerca. Entraron a la cálida casa y un olor a chocolate caliente despertó el hambre de Layla. La señora Helena había salido de la cocina con una taza de aquella bebida. Apenas vio los ojos de Layla, que se encontraban rojos e hinchados, y se acercó a ella.

– ¿Pasa algo? –Preguntó.

–To… todo –contestó Layla. Aquel nudo en la garganta provocaba que se le dificultara hablar.

– ¿Los dejo solos? –Preguntó Helena, los dos asintieron, para que después, Helena desapareciera al doblar por las escaleras.

Jahir se dirigió a la cocina, para después salir con dos tazas que contenían el chocolate. Se dirigieron hacia el comedor, Layla comenzó a tomar la bebida, la cual la tranquilizo un poco. Jahir esperó media hora, para después preguntar:

–Ahora sí, ¿Qué pasa? –Layla le habló de lo sucedido – ¡vaya!

–Además, mi madre dijo que si el examen resultaba positivo, iríamos a Alemania a investigar –Agregó Layla.

– ¿Investigar qué? –Preguntó Jahir.

–El por qué los doctores le dijeron que había perdido a Jack –Dijo Layla.

– ¿Tardarás en regresar? 

–Tardaré lo que sea necesario y sé que Ernest tiene algo que ver.

– ¿Y Regina? –Preguntó Jahir, bebiendo lo que quedaba de su bebida.

–Estará en la casa nueva, ella no tuvo inconveniente. –Dijo Layla.

–Vale, ¿Cuándo saldrán?

–Lo más rápido posible. Queremos saber toda la verdad de una vez por todas –Dijo Layla.

Días después…

El pequeño taxi se detuvo en la casa de las Winkler. Layla bajó las maletas, mientras Antonia le pagaba al chofer. Entraron a la casa, los muebles estaban empolvados. Layla dejó las maletas en los cuartos correspondientes y bajó inmediatamente al primer piso. Un olor a humo de cigarrillo despertó el mal humor de Layla. Abrió las puertas que daban a la amplia sala de estar y ahí estaba Antonia, observando por la grande ventana, fumando un cigarrillo. Layla caminó inmediatamente hacia ella, le sacó el cigarrillo de su mano, para después tirarlo al piso y aplastarlo con su bota para que se apagara.

–Mamá, no voy a permitir que vuelvas a fumar –Dijo Layla de mala gana. Antonia revoleo los ojos.

–Está bien –Dijo–. Voy a ir al hospital, haber si tengo suerte y averiguo algo.

– ¿Te espero aquí? –Preguntó Layla. Antonia asintió.

Salió de la casa y caminó por la calle, para después desaparecer al doblar la esquina. Layla hiso lo mismo que su madre, solo que caminó hacia el lado contrario de la calle. Siguió su camino, hasta detenerse en un parque y sentarse en una banca. Dobló sus rodillas para abrazarlas y pegarlas en su pecho.

En Alemania el frio era más intenso que en Guadalajara. La mayoría del tiempo estaba nublado, pero eso no quería decir que llovería.

Layla observaba la pequeña cafetería que estaba al cruzar la calle. Recordaba que siempre, al salir de la escuela, ella se dirigía ahí, sola. Había notado que esta se encontraba abandonada y que por su aspecto, hacía años que ya nadie entraba a ese local. Estaba tan sumergida en sus pensamientos, que se sobresaltó al sentir que alguien había dejado caer la mano en su hombro. Giró la cabeza inmediatamente, Dagna, su mejor amiga del pasado, se encontraba parada atrás de la banca.

–Hola –Dijo Layla, haciéndose para un lado, para dejar que Dagna se sentara – ¿Cómo estás?

–Bien –Contestó la chica, sentándose y esbozando una sonrisa tímida, sin enseñar los dientes –Veo que el cáncer regresó.

Layla asintió mientras se acomodaba su gorro invernal. Estaba tan acostumbrada a hablar el Español, que no había notado que Dagna lo había aprendido, después de tanto esfuerzo y trabajo en sus clases.

– ¿Qué te trae por acá? –Preguntó Dagna.

–Investigo la supuesta muerte de mi hermano.

– ¿De qué hablas? Tú no tienes hermano.

–Sí, si lo tengo, supuestamente, mi madre lo había perdido en el parto. Apenas me enteré de eso hace tres meses –Dijo Layla–. Pero, hace días lo vi y ya, resulta que no murió.

– ¡Vaya historia! Y… ¿Dónde lo viste?

–En el hospital, habían internado a mi padre y…

–Espera, hasta donde yo sé, el te abandonó cuando tenías tres años.

– ¿Te parece si empiezo desde la razón por la que me fui a México? –Preguntó Layla.

–Vale.

–Pero aquí no, vamos a mi casa.

Se pusieron de pie y caminaron de regreso a la casa de Layla.

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