Capitulo 94 - "Mi hija"

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Esperó a que su madre se fuera de nuevo y una vez que la dejó en el aeropuerto fue en busca de sus amigos, a los cuales, por supuesto encontró en sus casas ya que nunca hacían nada de provecho.

– ¿Que tienes? – Le preguntó Axel –. Te ves decaído.

–Mamá se fue de nuevo –contestó Jahir.

–Ah! ¿Es que ya había vuelto?

–Sí. Ayer.

– ¿Se fue tan rápido?

Jahir asintió.

Terminaron de hablarle a Regina sobre lo que les había dicho Roosevelt. Ella se había quedado petrificada al escuchar el relato. ¿Quien se iba a imaginar que un delincuente llegaría algún día a pensar así? Regina se puso de pie y caminó por toda la sala de estar.

–Bueno, ¿Que no te puedes sentar? ¡Me impacientas! –Exclamó Dagna.

–Es que nunca me lo imaginaría, estuve escuchando unas palabras en alemán y lo que yo suponía que Roosevelt decía, no tiene ni una pizca de parecido en lo que me acaban de relatar –Dijo Regina absorta en sus pensamientos.

–¿Que te imaginabas?

–Que Roosevelt planeaba un secuestro y que ustedes estaban tan calladas porque no se podían imaginar lo que estaba pasando. Ya nos veía muertas.

–¡Tienes más imaginación que el propio Ernest! –Exclamó Layla, las tres se echaron a reír ignorando todo lo que había vivido Layla.

–Todo lo que dijo Layla esta mañana, haya sido lo más cruel posible, tuvo la razón –Dijo Paula, después de un día de silencio.

–Lo sé. He estado pensando eso. Le hemos estado haciendo daño con nuestro silencio –Dijo Antonia.

– ¿Dices que se enojó?

–Sí, llegué de nuevo a la casa y me preguntó si ya había tomado una decisión, le dije que de plano no me iría y se enojó, decidió irse hoy -Contestó Jahir a la pregunta hecha por Axel.

–Entonces... podríamos decir que la relación con tu mamá empeoró.

–Sí.

Días después...

Caminaba por la acera, era una tarde asoleada, así que quería refrescarse. Entró la cafetería, vio a una persona conocida y se sentó al lado de el. Miró fijamente sus ojos y él se enderezó mirándola asustado y abriendo como platos sus ojillos.

–Te creía en Alemania –comentó Layla.

–Apenas me desintoxico. No he tenido tiempo de pensar en cómo irme –comentó Roosevelt.

–Y yo no he pensado en que estoy hablando con un delincuente.

Roosevelt rió tímidamente y miró a Layla.

–Me recuerdas mucho a mi hija –comentó unos segundos después, cuando había parado de reír.

– ¿Tiene usted hija? –Preguntó Layla mientras abría los ojos como platos.

–Sí. Tengo trece años que no la veo –Dijo Roosevelt. Su sonrisa se borró de aquel rostro pálido.

– ¿Y eso?

–Mi esposa la alejó de mi cuando se dio cuenta de que yo andaba en cosas ilegales. Ella decía que no quería que su hija fuera igual que yo –Roosevelt secó inmediatamente la lágrima que apenas salía de su rostro.

– ¿Se arrepiente de lo que hizo?

–Mucho. Eso implicó que ya no viera a mi pequeña.

– ¿Cuántos años tiene ella ahora? –Preguntó Layla mirando a aquel hombre.

–Veinte.

–Uh! Lo siento tanto –Dijo Layla.

–Tengo siete años sin verla. Ni siquiera la vi graduarse de la primaria –Dijo Roosevelt –. Ella era igual que tu. Decía puras incoherencias. 

Layla lo miró con lastima. Por primera vez todo el odio sentido hacia él se había esfumado. Sentía compasión. Él se veía sincero y claro que lo era.

–Roosevelt... si mi padre se hubiera separado de mí por esa razón, me quedaría un poco de amor hacia él.

– ¿A qué te refieres?

–Yo creo que tu hija también te quiere ver.

Una lágrima salió de cada ojo de Roosevelt. Esta vez no la secó y miró a Layla sonriendo.

–Gracias.

–Ahora que te has fugado, deberías hacer algo de provecho... ¡Búscala!

– ¡Eso haré! –Exclamó Roosevelt feliz – Gracias pequeña.

Se fue sonriente y pensativo. Layla se quedó observándolo.

–Hubiera querido que a mi padre le quedara tan siquiera un poco de amor –dijo en una voz muy baja.

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