Capitulo 41 - Mudanza

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Antonia entró al cuarto, Layla y Regina ya estaban acostadas en sus camas, aunque todavía no se dormían.

-Mamá, preparé tus maletas –Dijo Layla.

–Gracias – dijo su madre.

–Y ¿Por qué no me habías dicho que ya te habían dado la casa?

–Quería buscar el momento adecuado. Además mi amiga me dijo que ya era hora de mudarnos.

Al siguiente día, en la mañana…

Bajaban las escaleras, con las maletas, el taxi las esperaba afuera. Regina y Layla salieron de la casa, para subir las maletas al taxi. Antonia se había quedado adentro, para lo que Paula aprovechó.

–Estás haciendo lo mismo de hace años, solo que ahora con tu hija – dijo – Tarde o temprano, ella va a huir con ese muchachito. Solo así empezarás a entender la actitud que tomé ese día.

–Mamá, Layla no es como yo fui en esos tiempos – Dijo Antonia – Además, ya creaste toda una novela. ¡No seas exagerada!

Regina entró a la casa y se dirigió hacia Paula.

–Señora, muchas gracias por recibirme en su casa estos meses, significa mucho para mí –Dijo. Paula sonrió.

–No es nada, Regina, yo encantada. Me caes muy bien, hasta podría decirte que te quiero como si fueras mi nieta, al igual que a Roberto –Dijo Paula – Ahora vayan a su nueva casa, ya que una mudanza cansa mucho.

–Ok, y de nuevo, gracias – dijo Regina, para después salir de la casa y subirse al taxi.

–Mamá, gracias por recibirnos a Layla y a mí en tu casa estos años – Dijo Antonia – Layla y yo estaremos muy agradecidas siempre.

Antonia se salió de la casa y subió al taxi.

El taxi se detuvo en frente de una casa grande y blanca. Todas eran iguales. Layla, Regina y Antonia, bajaron junto con las maletas. Antonia introdujo la llave en la puerta y las tres entraron a la casa. Era amplia, estaba amueblada y las paredes eran blancas. Adentro, estaba una señora, junto con un chico.

– ¡Antonia! Hasta que llegaste – Dijo la señora – Te habías tardado.

–Sí, ella es mi hija Layla y su amiga Regina – Las presentó – Y ella es Maricela, mi amiga. 

–El es mi hijo, del que tanto te he hablado–El chico hiso una mueca, se veía molesto – Elegí dos habitaciones, espero que no se molesten.

–No hay problema, iremos a dejar las maletas.

Subieron al segundo piso, este consistía en cuatro recamaras, dos cuartos de baño completos y una pequeña terraza. Layla y Regina se acomodaron en uno de los dos cuartos sobrantes y Antonia ocupó el otro.

Layla llevaba por lo menos dos horas desempacando sus cosas. Hace veinte minutos, Roberto había pasado por Regina, irían al cine, Layla había decidido quedarse en la casa. Bajó para tomar agua y ahí estaba Miguel, el hijo de la compañera de su madre. Tal parece que en la casa solo se encontraban ellos.

–Con permiso –Dijo Layla, al pasar al lado de él. No la había escuchado, o la ignoró por completo. Layla tomó agua y se dirigió a la sala de estar. El chico estaba sentado, parecía como si no estuviera ahí, ya que no hablaba, ni siquiera movía un musculo. – ¿Pasa algo? – El chico se encogió de hombros, haciendo una mueca de fastidio – ¿Sabes dónde está mi mamá? – Preguntó Layla un poco desesperada. 

–Salió con la mía –contestó el chico cortante. Su voz era tan gruesa.

– ¿Sabes a donde fueron? –Preguntó Layla sentándose en el sillón que estaba enfrente del chico. Lo miraba interesada.

–No. Y deja de hacer preguntas, me hartas –Dijo el chico, se puso de pie decidido a salir, pero Layla fue más rápida y se paró en la puerta. –Quítate.

–No. ¿Tienes algo en contra de mí? –Preguntó Layla. Miguel miró hacia arriba enojado. Suspiró frustrado, tratando de relajarse, pero fue en vano. La miró y se acercó a su cara, para solo quedar a un centímetro de distancia. Layla lo miró asustada.

– ¿Sabes lo que es estar estresado todo el tiempo? –Preguntó el chico en susurro – ¿Sabes lo que es tener que aguantar el no tener… – Se quedó callado. Miró a Layla intensamente enojado. – Olvídalo, una niña como tú nunca lo entendería.

– ¿De qué hablas? –Preguntó Layla dejando que pasara por la puerta – ¿Qué soy para ti?

–Eso. Solo una niña insignificante –contestó Miguel, para después desaparecer por la puerta.

« ¿Qué le pasa? Es totalmente raro.» pensó Layla.

Minutos después, Antonia y Maricela llegaron. Las dos reían. 

– ¿Y Miguel? – Preguntó Maricela, al ver a Layla sentada, sola, en la sala de estar.

–Salió. –contestó Layla. A Maricela se le borró la sonrisa de su rostro. 

– ¿Te dijo a donde iría? –Preguntó preocupada.

–No, solo salió –contestó Layla mirándola extrañada– ¿Pasa algo? – La señora negó con la cabeza y en su rostro apareció una sonrisa fingida. Subió al segundo piso y se encerró en su cuarto. 

Layla veía la televisión, ya era la una de la mañana. Todos dormían, menos Layla y Miguel, ya que el no llegaba. La puerta de la entrada se abrió y apareció el. Sus ojos estaban rojos y se veía más relajado. Miró a Layla y se rió.

– ¿Qué hace una niñita despierta? –Preguntó.

–Por Dios, no es tan tarde, además puedo hacer lo que me dé la gana –Dijo Layla subiéndole un poco más al volumen de la televisión. Estaba viendo un canal de música. Miguel se sentó al lado de ella, y comenzó a ver la televisión – Vete, hueles mal.

– ¿Eso es un cumplido? –Preguntó el chico. –Agradece que te estoy hablando bien.

–Gracias, ahora vete –Dijo Layla, el chico se puso de pie y subió al segundo piso, para después cerrar de un portazo después de meterse en su cuarto. 

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