Capitulo 99 - El trato verdadero.

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Abrió los ojos. Miró a su alrededor, imposible, estaba totalmente obscuro. Movió libremente sus manos, se puso de pie e intentó dar unos pasos, pero le fue imposible. Su pie derecho estaba encadenado al piso.

– ¿Dónde estoy? –Gritó, suspiró, trató de calmarse y susurró: –No recuerdo nada.

Volvió a tirarse al piso y se llevó sus manos a su cabeza. Esta tenía muy poco cabello, Un ruido ensordecedor hiso que Layla se tapara fuertemente sus oídos. Una puerta se abrió, por ahí entro Iker, encendió las luces y se agachó en frente de Layla. Esta miró a su alrededor. Jahir yacía a unos metros de ella, parecía muerto.

– ¿Qué le has hecho? –Preguntó mirando con odio a Iker – Sí le hiciste daño…

–No me amenaces –Advirtió Iker agarrando fuertemente a Layla del brazo –. Solo le di un sedante, se puso agresivo y casi mata a uno de mis hombres.

Layla hiso una mueca de dolor, estuvo a punto de gritar, pero Iker la soltó.

El cuarto era pequeño, lleno de cadenas pegadas al piso. El color de las paredes era gris y la habitación solo tenía una puerta. Jahir abrió los ojos, los talló con sus dedos índices y miró alrededor, hasta que su mirada llego a Iker y Layla. Intercambiaron miradas él y la chica, pero esta se vio interrumpida por Iker, quien tomó a Layla de la barbilla y giró su cabeza hacia su cara. Layla se puso de pie, al igual que Iker, la chica le escupió en el rostro, provocando que Iker la tirara al piso de una bofetada.

– ¡No le pegues! –Gritó Jahir –. No la toques.

Iker se dirigió hacia él. Lo tomó del cabelló y azotó su cara contra el piso, para que su nariz comenzara a sangrar, al igual que el labio inferior de Layla. Esta miró la escena con lágrimas en sus mejillas.

– ¡Déjalo! –Exclamó. Iker la miró.

–No llores, vamos a divertirnos –Dijo sonriendo.

– ¿Qué quieres? –Preguntó Layla con mucho odio, el cual se expresaba en sus ojos –. ¡Habla de una vez, carajo!

–Dime la verdad, ¿Dónde está Roosevelt?

–Ya te lo dije –Dijo Layla mirando a los ojos y haciéndose pasar por sincera – Está en Arizona.

– ¿Qué pasa si envío a mis hombres a buscarlo y no está? –Preguntó Iker pareciendo infantil.

–Me matas –Sugirió Layla –. Vamos tú y yo junto con tus hombres. ¡Anda, búsquemelo! –Exclamó –. Pero deja ir a Jahir.

– ¿Por qué? Sabes que estas mintiendo.

–No lo hago. Solo que él no tiene nada que ver en este asunto, esto es entre tú y yo.

–El solo se metió. Quería defender a su noviecita –Dijo aquél hombre burlándose. Layla se puso de pie y lo miró fijamente.

–Suéltalo, déjalo ir, por favor –Dijo.

–Layla…

–Jahir, calla –Layla interrumpió al chico –. Iker, déjalo ir.

–No. Homero, llévate al chico –Dijo Iker. Uno de los hombres asintió y tomó a Jahir, desencadenándolo, para después desaparecer junto a él.

– ¿Qué le van a hacer? –Preguntó Layla intentando caminar, tirando de la cadena y con los ojos aún más cristalizados – ¡Contesta! ¿Qué le van a hacer?

–Nada, solo lo cambié de cuarto para que tú y yo podamos hablar a gusto –Contestó Iker.

Tal parecía que aquel hombre mentía, porque segundos después comenzaron a oírse golpes, seguidos de gritos que la memoria de Layla reconocía como de Jahir. Estos no paraban de oírse, pero ahora los acompañaban muchas risas de personas divirtiéndose con el dolor ajeno. Iker desencadenó a Layla. La chica corrió rápidamente a la puerta y comenzó a golpearla.

–Ábranle –Ordenó Iker. Los hombres obedecieron.

Layla se encontró en un pasillo, caminó a lo lardo de él guiada por los gritos. Llegó a la puerta de un cuarto. Este tenía una ventana grande de vidrio, por dónde Layla observó que le pegaban a Jahir con un látigo. Este elevó su cabeza y pudo ver a la chica que golpeaba el vidrio con brusquedad, ya que la puerta estaba cerrada con seguro.

– ¡Déjenlo! ¡Lo van a matar! ¡Déjenlo! –Gritaba Layla con lágrimas en las mejillas.

–Les ordeno que paren si me dices donde se encuentra Roosevelt –Dijo Iker atrás de la chica.

Layla giró y lo miró a los ojos.

–En… en… – ¿Qué esperaba? ¡Debía decirle la verdad! –en… Alemania.

– ¿Qué está haciendo allá?

–Busca a su hija.

–Bien. Muy bien Layla. Las cosas hubieran sido más sencillas si me lo hubieras dicho desde el principio.

Iker se dirigió hacia la puerta y con solo dar un golpecito, los hombres pararon de golpear a Jahir. Iker llevó a Layla de nuevo al cuarto. Se dirigió a su oficina, listo para planear lo que le harían a Roosevelt.

Su plan consistía en encontrar su hija primero que él, así Roosevelt no tendría de otra más que entregarse. Pero, él lector se estará preguntando porque Iker buscaba ansiosamente a Ernest y Roosevelt.

Ellos dos no le habían hablado a Layla sobre lo que completaba el trato. Cuando Ernest le pidió a Roosevelt que le diera la medicina necesaria para Jack, se dio cuenta de que el dinero no alcanzaría. Entonces consultó a aquella pareja, que por supuesto, lo ayudarían. Los padres de Dagna recomendaron que buscara a Iker, quien le haría un préstamo y se adaptaría a la forma en la que Ernest pudiera pagarle. El padre de Layla, al enterarse de que Roosevelt robaría la medicina, decidió pagarla más comisiones con el dinero que Iker le daba. Por supuesto este tenía que enterarse para qué utilizarían al dinero, así que una noche Ernest, Roosevelt e Iker se vieron cara a cara. Los dos primeros explicaron la situación y al ver que era algo turbio, Iker decidió hacer un trato. Roosevelt y Ernest acordaron que si uno hablaba, el otro tenía derecho a torturarlo, Iker –por supuesto– no aceptó, ya que como él decía “eso era algo de su vida diaria”. Ernest le ofreció otro trato a él. Consistía en que si él decía algo del asunto, Iker tenía derecho a tomar a Layla como su pertenencia y hacerle lo que él quisiera. En cambio, si Iker hablaba, Ernest lo torturaría sin intervención de los hombres de Iker.

Roosevelt e Iker se quedaron con el trato de torturar, ya que Roosevelt no estaba decidido en cambiar el trato.

–Iker, ahora que tienes a Layla como tu pertenencia, ¿Qué piensas hacer con ella? –Preguntó Homero, uno de los hombres de Iker.

–De alguna forma tengo que saldar la deuda que Ernest no pagó –Dijo Roosevelt con una sonrisa perversa –, para eso el cuerpo de la blanquita me servirá.

– ¿A qué se refiere? –Preguntó Homero desconcertado.

– ¿Recuerdas al mayor Escobar? –Preguntó Iker, Homero asintió –. Su “institución” me ayudará.

– ¿Piensas prostituir a la blanquita? –Homero estaba totalmente sorprendido.

–Sí.

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