Capitulo 60 - La niña.

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Layla acompañó a Regina a su antigua casa, una vez que esta entró, Layla se fue decidida a regresar a su casa caminando. Caminaba por la acera, escuchando música en su celular, por los auriculares. Iba tan absorta en sus pensamientos, que se sobresaltó cuando alguien se acercó a ella y comenzó a caminar a su paso. Layla lo miró y revoleó los ojos.

– ¿Mande? –Preguntó deteniéndose.

–Tenemos mucho sin hablar.

– ¿Enserio? ¡Yo también pienso lo mismo! –Dijo Layla, para después seguir su camino. El la detuvo por la fuerza y la chica lo miró confundida –. Jorge, hablamos con calma, ¿Vale? –El asintió. Sin soltarla, le indicó que prosiguiera – Quieres obtener mi perdón, pero me tomas por la fuerza. La verdad, es que no te entiendo.

El la soltó y después se rascó la nuca. Se metió las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón, y suspiró frustrado.

–Perdón, es solo que estoy desesperado –Dijo al cabo de unos segundos.

–Desesperado nunca arreglarás nada. Vamos a un parque o… al Starbucks. ¿Te parece?

El asintió. Caminaban por las calles, a esa hora del día, se hallaban abarrotadas de gente. Layla miró su celular para checar la hora, este indicaba que eran las ocho de la noche. Llegaron al Starbucks, cada quien pidió su café y se dirigieron a una mesa, que estaba al fondo y dejaba ver la calle. Layla le dio un sorbo a la bebida caliente, para después mirar a Jorge y esperar a que él hablara.

–Bueno, primero que nada, perdóname por haberte tomado por la fuerza –Layla solo lo miró, sin darle respuesta –. Pero, solo quiero que me comprendas. Has estado tratándome muy mal, y eso hacía que pensara que nunca más volveríamos a ser amigos.

Layla y Jorge, comenzaron a hablar, ella le hablaba sobre su accidente y él solo la escuchaba. Una hora después, Layla miró hacia la calle, esta, de repente se había quedado desierta, parecía siniestra. 

–Creo que me voy –Dijo Layla poniéndose en pie –Se hará tarde.

–Te llevo a tu casa.

–No es necesario –Aclaró la chica, Jorge insistió, pero Layla salió ganadora. Desapareció de la vista del chico al doblar la esquina.

Layla colocó los auriculares en cada oreja y caminó sin preocupaciones. Doblaba una esquina más, cuando en sus ojos, se pudo observar fuego, ella se quedó boquiabierta, y corrió hacia el lugar del accidente. Dos autos habían chocado, y uno había caído a un barranco, este había explotado. Pero el carro que había permanecido en la carretera se había volcado, ahí, adentro, estaba una niña llorando. El cinturón de seguridad, por un milagro, había sostenido a la niña, evitando una herida más grave que la que se le había hecho en la frente. Apenas alcanzaba a calificarse como “herida”. Layla, al llegar, trató de abrir la puerta para sacar a la niña. Esta figuraba de unos cinco años. La puerta no habría, la preocupación de Layla aumentaba. Sentía un nudo en el estomago. Trató de abrir la puerta del piloto, esta si abrió. Le checó el pulso al hombre que había manejado el auto. Era demasiado tarde, aquel hombre había muerto. Layla le quitó el saco de vestir, que el hombre traía puesto. Volvió a intentar abrir la puerta trasera, enrolló el saco en su mano y rompió la ventana. Se metió, para después cargar a la pequeña niña, que había parado de llorar al ver a Layla. La llevó hacia la acera de enfrente, para después regresar al automóvil. La gente se había comenzado a acercar, Layla suplicaba ayuda, pero nadie lo hacía, solo permanecían parados observando la escena. Le checó el pulso a la señora que se encontraba en el asiento del copiloto, esta estaba viva.

– ¿No me están escuchando? ¡Esta mujer está viva! –Gritaba Layla. Su cara de preocupación cambió a una de enojo.

Salía mucha gasolina del automóvil, si todos permanecían ahí, morirían, ya que el automóvil explotaría. Layla abrió la puerta y comenzó a tirar de la mano de la señora. Un chico se acercó y la ayudó. Recostaron a la señora en la acera, al lado de su hija. La muchedumbre comenzaba a alejarse, para que minutos después, el carro explotara. Layla y aquel chico, se tiraron al suelo, para que después los deshechos del automóvil, comenzaran a caer a los lados.

Se encontraban en el hospital, Layla tenía sentada en sus piernas, a la pequeña niña. Ella no lloraba, solo estaba asustada. Minutos después, los oficiales entraron a la sala de espera. 

–Tengo entendido que uno de ustedes presenció el accidente –Dijo uno de ellos. Layla asintió. Su cara se encontraba sucia y sudada –. ¿Me puedes decir que pasó?

–Alcancé a ver que el carro rojo que cayó al barranco, perseguía al otro negro, en el que esta niña iba. Este chocó de lado con un poste. Las intenciones del carro rojo eran chocar al negro. Pero se vio interferido, gracias a que este se volcó y el otro cayó al barranco, para después explotar. Adentro del carro negro estaba esta niña, ella lloraba, así que fui y la saqué, rompiendo el vidrio de la ventana. Para eso, utilicé el saco de aquel hombre que manejaba el auto. Llevé a la niña a la acera y con ayuda de este chico, saqué a la señora, llevándola también a la acera. El hombre ya había muerto. Minutos después, el carro explotó –Explicó Layla. La chica de servicios infantiles que acompañaba a los oficiales, tomó a la niña y se la llevaron –. ¿Qué harán con ella?

–La llevaremos a Servicios Infantiles, ahí la cuidarán hasta que la madre esté bien.

Layla asintió, para que después, los oficiales se retiraran. 

– ¿Layla no ha llegado? –Preguntó Antonia preocupada. Al obtener un “no” por respuesta, marcó al celular de su hija. Este permanecía en la acera, tirado y vibrando –. No contesta.

Minutos después, Layla entró a la casa. Todos se pusieron de pie y la miraron extrañados. Layla estaba completamente sucia y sudada. Sus codos y rodillas estaban raspados.

– ¿Qué pasó? –Preguntó Miguel.

–Ah, estuve en un accidente –Dijo Layla, pasándose un trapo mojado, por sus raspaduras, que se encontraban a lo largo de sus piernas y brazos. – El automóvil explotó y… ¿Hay problema si les cuento sobre eso mañana? Estoy muy cansada.

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