Capitulo 95 - "Adiós"

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– ¡Layla! –Volvió aquel pobre hombre. Layla comenzó a reír – De nuevo gracias.

–No es nada Roosevelt, eso es lo que yo hubiera querido pasar, en cambio viví el abandono de mi padre, y un secuestro de parte de él –Dijo Layla burlándose y de una vez, dejando el miedo atrás.

–Oh! A mí también me hubiera gustado que tu historia fuera así –Dijo Roosevelt –. Te ruego me perdones por el daño que te hice.

Layla asintió.

–Mira que estas bien perdonado, ya que no le he dicho a Antonia que tu estas aquí, por temor a que esté metida otra vez en rollos legales.

–Gracias –Dijo Roosevelt entre risas.

–Ve a buscar a tu hija –Dijo Layla – Adiós.

Roosevelt se fue, pero de nuevo, volvió. Le dio un fuerte abrazo a la chica y ella imaginó como si fuera el mismísimo Ernest. Layla cerró los ojos, al deshacer el abrazo los abrió y la desilusión llegó hacia ella, ya que no era Ernest. 

–Vete.

Roosevelt se fue, para ya no volver. Layla observó cómo se iba, hasta que desapareció al doblar la esquina. Miró al piso y suspiré.

–Imagine que estarías aquí –Dijo Jahir acercándose, después de entrar a la cafetería.

Layla sonrió. Jahir la miró desconcertado ya que segundos después su sonrisa se desvaneció.

–Era Roosevelt.

– ¿Quién? –Preguntó Jahir confundido.

–El hombre que estaba conmigo.

–No vi. ¿Qué hace aquí?

–Vino en busca de Ernest.

– ¿Le dijiste que murió?

–Sí. Al principio lo vi sorprendido, pero después eso dejó de importarle y nos contó lo sucedido.

Layla le habló a Jahir sobre el relato escuchado en casa de Regina, además que incluyó su reciente conversación en la cafetería. Jahir se quedó boquiabierto. Últimamente, los relatos que Layla contaba, dejaba así a la gente, petrificados y capaces de escuchar algo más. Eso, definitivamente, no le agradaba a la chica, ya que siempre daba algo de qué hablar y preocuparse, además de que casi le costaban la vida todos esos sucesos.

–Últimamente todo te pasa –comentó Jahir.

– ¿Últimamente? ¡Toda mi vida! –Exclamó Layla.

–Veo que ya lo tomas con cierta relajación.

–No es eso, es la costumbre.

–No debería de ser así.

–Lo sé, ¿pero que podría hacer yo?

Quien sabe cómo, pero Roosevelt se las había arreglado para llegar a Alemania. ¿Le costó? Si. Pero al fin, después de unos días, buscaba a su hija.

Salió del centro de Rehabilitación, Regina lo esperaba parada en la acera, sonriente. El llegó y con la intención de darle un beso la chica, se desilusionó ya que la chica no se lo permitió.

–Ya te dije que cuando estés completamente rehabilitado -dijo Regina. Miguel hizo pucheros pero de nada le sirvieron, ya que Regina era muy terca.

Salieron de la cafetería.

–Bueno, ¿Tú no tienes nada que contarme? –Preguntó Layla mientras caminaba por la acera junto a Jahir.

–Sí. Helena regresó a Inglaterra, enojada.

–Adivino. Porque no te quisiste ir con ella.

–Exacto.

– ¿Pero que no venderían la casa?

–Sí. Estaba decidida en hacerlo, pero le eché mi sermón de que "dejarás a tu hijo en la calle" y pues, ya no la venderán.

– ¡Suertudote! 

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