Capitulo 85 - Drogas.

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Antonia cubrió su boca con sus manos. Se puso de pie y con lágrimas en las mejillas, abrazó a su hija. Las dos sonreían.

– ¡No lo puedo creer! –Exclamó Antonia.

–Además, te han conseguido un juicio –Exclamó Layla –. ¡No puede ser mejor!

– ¿¡Que estás haciendo!? –Preguntó Regina enojada, mientras le quitaba esa pequeña bolsita a Miguel.

–Lo siento.

– ¿Sabes cuánto tiempo llevas intentando dejarlas? –Preguntó Regina, mientras agitaba en el aire la bolsita de drogas.

–Sí, sí sé, ¡Pero tú no sabes que esto es realmente difícil y que las necesito! –Miguel comenzó a alzar la voz. Todos en la preparatoria miraban a Regina. Ya había sido la hora de salir y Miguel había pasado por ella.

–Hey, Miguel, ¡Tranquilo! –Llegó Roberto. Regina miraba a Miguel enojada.

–Sí sé que ha sido muy difícil para ti. Pero me tienes que entender que es mucho más difícil para mí el haberte estado acompañando todo este tiempo en vano –Dijo.

–No sabía que te costaba demasiado –Dijo Miguel irónicamente –. ¡Solo lo tuviste que haber mencionado! –Regina caminó unos pasos hacia él. Estaba aún más enojada –. Yo no necesito tu ayuda, bien pude haber ido yo solo.

Miguel también dio unos pasos, pero Roberto se interpuso entre los dos.

–Pues bien, arruínate tú la vida. Yo no pienso aguantar a un maldito y chiflado drogadicto que lo único que sabe hacer es destruirse –Dijo Regina. Caminó y Roberto la siguió. Pero segundos después regresó a donde estaba Miguel –. ¡Eres un estúpido!

Iba a darle una bofetada, pero Miguel detuvo su mano fuertemente antes de que fuera a dar a su cachete.

– ¡Suéltame! –Exclamó la chica.

–Perdón –Dijo el chico con la voz ya un poco calmada.

Regina le arrojó las drogas y se fue.

– ¿¡Te puedes detener de una maldita vez!? –Preguntó Roberto quien la seguía.

– ¿Qué quieres?

–Quiero hablar. Estás muy alterada.

Una vez que estaban en un parque, se sentaron en una banca.

–Lo odio –Exclamó Regina –. ¿Cómo es capaz de volverlo a hacer?

–Bueno, pero tienes que entender que el llevaba mucho tiempo drogándose y que no lo puede dejar así como así –Dijo Roberto.

–Roberto, llevamos más de un mes, más de un mes yendo a rehabilitación. ¡Él las había dejado! –La chica cubrió su cara con sus manos –. ¿Por qué ahora? ¿Por qué?

–Jorge cálmate –Exclamó Ginna, la mamá de Jorge.

– ¿Cómo quieres que me calme? –Preguntó el chico –. ¡Acaban de liberar a ese imbécil!

–Y tú tienes que recuperarte. Solo estás empeorando con eso de que siempre quieres salir del hospital y te escapas –Dijo Ginna.

–A demás ya no he visto a Layla. ¡La tengo que ver!

– ¿Y para que la quieres ver? ¿Para seguir molestándola?

– ¡Yo no la molesto!

–Sí lo haces. Aléjate de una vez de ella. Ya –Jorge intentó levantarse de su cama, pero Ginna lo impidió –. ¡Yo no sé porque no eres como tu hermano!

–Bueno, porque no de una vez me dices que no te gusta como soy y me hechas a la calle –Exclamó Jorge –. Sería mejor ¿no? Así ya no me vieras la cara y no tendrías un hijo del cuál quejarte.

– ¿Por qué no te cayas de una maldita vez? –Su hermano entró a la habitación. Su nombre era Niriel y acababa de terminar una ingeniería.

– ¿Y tu porqué no me dejas en paz?

Ginna salió de la habitación enojada, para después cerrar de un portazo una vez que se encontraba en su dormitorio.

– ¡Eres un estúpido! –Dijo Niriel.

Horas después…

–Ábreme Regina –Decía el chico.

Regina se había puesto unos auriculares y había subido todo el volumen a la música. Estaba acostada en uno de los sillones y miraba hacia el techo.

–Regina –El chico calmó su voz –. Las tiré. No quiero volverte a ver así de enojada, solo quería relajarme. Tuve un mal día y… Ábreme.

La puerta se abrió y apareció la mamá de Regina. La chica se quitó los auriculares y se incorporó.

–Habla con él –Dijo la señora.

– ¿Para qué? –Preguntó Regina poniéndose en pie.

–Por favor –dijo Miguel.

Caminaban por la acera, cuando Regina se dispuso a romper el silencio y parar de caminar.

–Dime de una vez que quieres –Dijo.

–Primero, quiero que me perdones, reconozco que soy un imbécil y que te puse en vergüenza en frente de toda la preparatoria –Dijo Miguel –. Y segundo, no debí de alzar la voz de esa manera.

Regina arqueó las cejas para después asentir.

– ¿Me perdonas?

–No.

– ¿Por qué?

–Cuando dejes las drogas definitivamente, me buscas.

Ella siguió con su camino y Miguel se quedó observándola.

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