Capítulo 82 - Voices in my head

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–Antonia Winkler –Ella asintió y se puso de pie –. Tiene visitas.

Abrieron la reja de la celda y saliendo escoltada de los policías, se dirigió hacia la sala de las visitas. Ella se tapó la boca con sus manos y sonriendo fue a darle un abrazo y un beso en la mejilla a su hija.

Las dos se sentaron frente a frente y Layla sonriendo observaba a su madre. Jack la esperaba afuera de la cárcel, con el carro.

–Mamá, esto es injusto –Dijo Layla – sé que tu mataste a Ernest, pero fue en defensa propia, todo esto pasó después de que el nos tuvo secuestradas, de que te hirió, además el traía un arma cuando iban en el ascensor ¿Qué acaso eso no importa?

–Layla, todo esto ya lo hablé con el abogado. El está dispuesto a llevar y seguir con el caso. El no lo ha dado por perdido y si puede disminuirá el precio de la fianza, o no sé que haga. Pero quiero que te mantengas con vibra positiva. Quiero que cuando yo salga de esta cárcel te vea lo más fuerte posible y que estés bien, curada y sin enfermedades –Dijo Antonia –. También quiero que sepas que estoy esperando ese día con ansias, y que el día que llegue, estaremos juntas, como antes y nunca más nos volveremos a separar.

Layla asintió y se limpió las lágrimas con el extremo de la manga del suéter.

–Quiero que en cuanto puedas le comuniques a Paula de lo sucedido, ella vendrá por ti y se hará cargo de ti, al menos confío en eso –Indicó Antonia.

Días después…

Layla caminó decidida, metió la llave en la cerradura y una vez que quitó el seguro, giró el picaporte. Entró a su antigua casa, permanecía como la habían dejado. Tenía manchas de sangre por todos lados.

«– ¡Perdóname!» Resonó la voz de Ernest en la cabeza de la chica. «–Eres un egoísta» «–El miedo, tengo miedo de ir a la cárcel.»«– El me dará una muerte trágica.»«–Tu límpiate la cara, no sé cómo te permites sangrar » Ella movía su cabeza de derecha a izquierda, queriendo no recordar eso. Estaba tan absorta en los recuerdos, que al escucharse en timbre que estaba en la entrada, se sobresaltó.

– ¿Quién podría ser? –susurró.

«–Aquel que había sido traicionado, tenía derecho a torturar al traidor »«– ¡Que lastima que tu amigo no quiera quedarse a jugar con nosotros! »«–No quiero tu perdón, rogué por él, pero tú no me lo otorgaste. Ahora solo quiero que pagues por lo que me has hecho.»«–Mírame como estoy, me has vuelto loco Layla, ¡Me has vuelto loco!» Tapó sus oídos, pero era imposible, esas voces estaban dentro de ella. Llamaron muchas veces con pequeños golpecitos a la puerta. Layla comenzó a marearse, para que minutos después se desmayara.

–Algo se escuchó adentro –Dijo Paula.

–Sí. Creo que yo tengo unas llaves, Antonia me las dio cuando me adoptaron –Dijo Dagna. Buscó entre un bolsillo de la maleta y efectivamente, tenía unas llaves –. Aquí están.

Introdujo la llave en la cerradura y al girar el picaporte abrió la puerta. Un grito, seguido de pies que corrían.

– ¿Qué ha pasado aquí? –Preguntó Jahir.

Cargó a Layla y dirigiéndose a la sala de estar la sentó en uno de los sillones, para que después se percatara de que en la alfombra, en el centro había una mancha grande de sangre. Los sillones estaban salpicados.

– ¡Layla! ¡Layla! –Paula trataba de despertarla –. Necesita alcohol, busca por la casa.

Dagna asintió y seguida de Jahir, comenzaron a revolver entre los cajones rápidamente. Francisco observaba asustado, el no sabía qué hacer.

Una vez que lo encontraron, Dagna y Jahir se dirigieron corriendo hacia la sala de espera. Paula remojó el extremo de su manga con el alcohol y se lo colocó debajo de la nariz, lo que la hizo reaccionar.

– ¿Qué ha pasado? –Preguntó Layla incorporándose.

–Te desmayaste. ¿Qué pasó? –Preguntó Paula.

Layla talló sus ojos y mirando a los que ahora estaban se quedó sorprendida.

– ¿Cómo han entrado?

–Con la llave que Antonia me dio –Dijo Dagna. Layla asintió.

– ¿Qué pasó Layla? ¿Por qué hay sangre por todos lados? –Preguntó Jahir.

Layla les habló de todo lo sucedido, desde cuando llegaron, hasta cuando detuvieron a Antonia y la condenaron a vivir cinco años en prisión.

Ellos escuchaban boquiabiertos. Dagna miraba a su amiga con sus ojos expresando compasión. Layla hablaba con su voz cortada, gracias al temor.

–Pero… ¿El abogado no puede hacer algo más? –Preguntó Francisco.

Layla se encogió de hombros y Jahir la rodeó con sus brazos, ella correspondió el abrazo.

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