Caminaba con las manos adentro de los bolsillos delanteros de su pantalón. Abrió la puerta y entró a su casa. Ginna estaba en la sala de estar, se veía que no había dormido. Jorge la ignoró y se dirigió hacia su cuarto. Cerró de un portazo y se tiró en su cama. Olía como si no se hubiera bañado en años. Niriel entró en la habitación y se sentó al lado de él. Jorge lo miró enojado.
–Déjame en paz.
–Solo vengo a decirte que mamá no se ha sentido bien, por tu culpa –Dijo Niriel. Salió de la habitación.
Jorge se veía reaccionar. Solo miró hacia el piso y los sentimientos de culpa llegaron hacia él.
– ¿Quién es? –Preguntó Layla, una parte de ella, le decía que tenía que hablar en alemán –. ¿No me ha escuchado?
–Tal vez Jack, Ernest o Antonia, les puedan responder esa pregunta –Dijo aquella persona –. ¿Layla?
La chica asintió y mirándolo desconcertada tragó duro. Layla sabía que tenía que huir, tenía que correr y alejarse de aquella persona.
– ¿Roosevelt? –Preguntó ella temerosa en que la respuesta sea un sí.
– ¡Vaya! ¿Cómo lo adivinaste? ¡Eres muy lista! –Exclamó aquel hombre –. Sí, si soy Roosevelt – Layla estuvo a punto de correr, cuando él la detuvo –. No te preocupes, no vengo por ti, si no por Ernest, tu padre. El tiene que pagar por algo que me ha hecho. Porque los pactos entre amigos se tienen que cumplir ¿O no es así?
–Estoy totalmente de acuerdo con usted, pero Ernest no le puede cumplir ese pacto de amigos del cual ya se yo de que se trata.
– ¿De qué hablas?
–De que Ernest ya murió y ¿torturado? Sí. Se quemó vivo –Contestó Layla. Ella sabía que aunque Roosevelt haya dicho que no iba por ella, él le haría daño en cualquier momento, por cualquier disgusto. Sin embargo, ella había perdido todo el miedo, a excepción de sus amigas que ya temblaban.
– ¿Qué? –Preguntó Roosevelt en medio de una risita.
–Sí, papá murió.
El no se tornó enojado, solo decepcionado.
–O sea, que tuve que pagar mucho en Alemania para que me dieran libertad que solo consiste en trabajo comunitario, para después escaparme venir hasta acá ilegalmente, para que me digas que Ernest ya murió ¿Verdad?
Layla asintió temerosa de que se enojara.
– ¡Que carajos! Bueno, primero que nada, siéntense, ya veo que están temblando. Les quiero aclarar todo.
Las chicas obedecieron. Layla suspiró y se tranquilizó.
–Cuando conocí a Ernest, como ya lo sabrán, fue en el hospital del que ahora se encarga el Doctor Logan Norrinson. Bueno, fue cuando tu mamá, Layla, fue a dar a luz. Ernest me pagó por que hiciera pasar por muerto al bebé y yo, pues no podía rechazar el dinero que el señor me ofrecía. Así que hice firmar una carta de nacido muerto a los doctores que estuvieron en el parto, sin que ellos se dieran cuenta y fue la que le entregué a Antonia. Yo le di mis datos a Ernest por si se le ofrecía algún otro trato.
»Entregué al niño donde habíamos quedado. Tiempo después, Ernest me contacto. Yo de inmediato fui con él y me pidió que le diera medicinas para el nerviosismo de Jack. A mí no me alcanzaba el dinero y lo que me pagaba Ernest era insuficiente. Entonces decidí comenzar a robarle al hospital. Me descubrieron y solo me echaron sin recomendaciones.
»Cuando Ernest y yo nos volvimos a encontrar para que yo le entregara la última mercancía, hicimos un pacto, ya que a mí me habían descubierto. Ernest no se opuso ya que nos habíamos hecho muy buenos amigos. El pacto consistía en que ninguno de los dos diría las cosas turbias por las que estábamos pasando, del contrario teníamos el derecho de torturarnos hasta la muerte.
»Antonia comenzó a investigar la supuesta muerte de su hijo y como era de esperarse, me atraparon, así como también a Ernest, quien habló sobre todo. Yo mentí en todas mis declaraciones, pero por la declaración de Ernest se dieron cuenta de mis mentiras. Hicieron un juicio de nuevo, declaré toda la verdad, ya que sería yo quien torturaría a Ernest. Me dieron más años de cárcel por esa la simple y sencilla razón de que era un mentiroso.
»Hace una semana, después de tanto trabajo y comportamiento bueno, me dieron la oportunidad de tener libertad, es decir, trabajo comunitario. Yo me alegré y pensé que podría hacer pagar a Ernest por haber hablado. En la cárcel me había enterado de que a él le habían dado ese tipo de libertad, así que lo único que me faltaba era desviar a los guardias que siempre andaban detrás de mí y salir en busca de Ernest a la dirección que me había dado. Esa era, por supuesto, tu casa. Entré forzando la cerradura y pude ver la sangre por todas partes. Examiné la casa y lo primero que pasó por mi mente, es que Ernest había vuelto a las cosas turbias.
»Lo busqué por toda Renania y no lo encontré, entonces recordé la dirección que me había dado de México. Volviendo a casa, ya perseguido por mis guardias, me sumergí en mis pensamientos y comencé a planear mi escape. El cual se efectúo el día siguiente –hiso una pausa en la cual se echó a reír – soy extra inteligente. –Layla lo miró con cara de pocos amigos – Bueno, ese día salí corriendo de la casa, los guardias eran más que inútiles, que se habían quedado dormidos. Me vine en un avión, por el equipaje y no me fue difícil burlar a todo el personal de los dos aeropuertos, esa es mi especialidad. Una vez que llegué aquí, busqué la dirección de Ernest, lo cual me fue sumamente difícil. Cuando la encontré, vi salir a una chica de ahí. Por su físico me di cuenta al instante que se trataba de su hija, de la que siempre me hablaba, Eleanor. La seguí, vi que llegó contigo y con esa chica –Dijo señalando a Dagna –Entonces cruzaron unas palabras, me vi en la necesitada tarea de seguirte a ti, algo me lo decía, entonces llegué hasta aquí.
Layla bostezó y cruzando los brazos, lo miró.
–Dedo admitir que se me ha quitado todo el miedo, pero que eso no quita que lo odie con todas mis ganas –aclaró Layla –Por cierto, es muy malo redactando.
–Yo no soy un hombre malo, solo un hombre necesitado. Y es que en ese tiempo yo cruzaba por una crisis y que de repente apareciera un señor ofreciéndome trescientos mil pesos, parecía caído del cielo –Dijo Roosevelt –. Entonces me vi orillado a complacerle todos sus caprichos. Te ruego me perdones, la cárcel me hiso pasar muchas cosas y creo que con eso aprendí. Ahora solo venía a torturar a Ernest.
Se puso de pie y dispuesto a salir giró el picaporte.
–Por cierto, me iré a Alemania a pagar lo que me vayan a condenar ahora –Dijo riéndose – Ahora que ya no tengo nada que hacer, creo que mi vida se podría resumir a muchísimos años y una muerte en la cárcel. ¿Ya no tienes leucemia?
–No.
–Ah! Me alegro. Adiós.
– ¿Lo vas a dejar ir? –Preguntó Dagna
–Andaba drogado, creo que hará muchas tonterías, pero parecía sincero, así que si no me equivoco, va a la cárcel –Dijo Layla.
–Haber, ¿Alguien me puede explicar de lo que habló este hombre? ¡Todo lo dijo en un idioma en el que no entiendo! –Exclamó Regina.
Layla y Dagna se miraron, para después comenzar con el relato de Roosevelt, ahora en español.

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Positive vibe...
Teen FictionLayla, una chica de dieciséis años, sufrió de una enfermedad. Al poco tiempo, esta regresa, pero no le desgarra la esperanza y felicidad que ella siente de salir adelante. Siempre sintió el desprecio de su papá, gracias a su abandono y este vuelve...