79; Caprichos del destino.

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Pesado.

Respirar resultaba un suplicio, sus pulmones ardían por el esfuerzo y el oxígeno suponía para él un tóxico ácido. Sumado a eso, su cuerpo pesaba y sentía un peso extremo sobre su pecho, algo tan molesto que fácilmente podría tratarse de un rinoceronte sentado en su tórax.

Sin preocupaciones, sin darle importancia a la vida que estaba próximo a privar.

Pero él no moría.

No estaba muriendo.

Se sentía agobiado por el agónico sufrimiento al que se encontraba sometido y no entendía la razón detrás de todo aquello, en primer lugar...

¿Qué había sucedido?

¿A quién le había sucedido?

Sus ojos no se abrían.

Las memorias confusas...

¿Quién...?

¿Quién era él?

Escuchó un crujir, como el de una puerta sumamente pesada siendo arrastrada, luego de eso objetos fueron esparcidos, generando sonidos exasperantes, chillidos y más crujidos.

¿Qué estaba sucediendo?

No lo entendía.

Ni un poquito.

Ni por casualidad.

Se mantuvo inerte, aunque no es como si pudiera moverse de todos modos, inmóvil bajo el peso invisible de la gravedad sobre su cuerpo. La habitación, recientemente sumida en un bullicio sin sentido, era fría.

Lo único que lo mantenía alejado del suelo era una desgastada colchoneta y finas mantas le cubrían.

Se sentía como un cadáver abandonado en medio de la nada.

La víctima de un asesinato.

Tomó aire, sintiendo el oxígeno quemarle las entrañas y casi gimió.

Todo sonido cesó.

Un nuevo peso se sumó a la presencia invisible y se sintió al borde de las lágrimas cuando notó que la molestia desaparecía, sea quien sea la persona que acababa de tomar su mano, él sólo sabía que lo alabaría por la eternidad.

Escuchó una risa.

Suave, melódica, masculina y ligeramente infantil.

Como la de un adolescente próximo a la mayoría de edad, con sueños inalcanzables y expectativas irreales, pero sumamente consciente al sentirse superior por una travesura que acarrea más consecuencias de las que debería.

Su corazón tembló.

Sus dedos fueron separados, como si los examinasen con curiosidad.

Y entonces, habló.

—Jamás pensé ver este día, ¿sabes? —el desconocido rió, casi intuyendo que estaba imposibilitado de emitir palabra— Treinta años... No. Incluso antes. Ni en mis más locos sueños pensé que vería el día en que Bookman eligiera un sucesor, mucho menos esperaba que fuera alguien tan... Distinto a nosotros.

¿Quiénes eran ellos?

¿Quién era Bookman?

¿Cuánto tiempo había pasado?

Aquel era su primer despertar.

Sentía en su corazón un latido irregular ante el pensamiento de ser un sucesor de algo, al ser alguien, estaba confundido. Tan confundido. Resultaba agobiante desconocer su propia realidad, aquello que lo rodeaba e incluso su identidad.

Noah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora