58; Tarde de meditación.

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«La destrucción se alzó sobre su cabeza cual rascacielos, cegando sus ojos de cualquier cosa que no fuera el caos. La desolación del lugar irremediablemente acabó por recordarle el viejo cuartel que habían dejado atrás, donde sus recuerdos del tiempo pasado en la Orden yacían enterrados entre escombros.

Una voz se hizo presente entonces, como recordatorio del mal que habitaba dentro de él, ansioso por despertar y prender el mundo en masacre.

—Sólo lo malo es afectado —se repitió, modificando lo dicho por el nivel cuatro antes de su destrucción—. Lo maligno... ¿Por qué yo...?

Lo sabía.

La voz lo dijo en tono siniestro, remarcando sus miedos, haciendo de ellos una realidad innegable que ni en sus momentos de absoluta lucidez podría volver a ignorar.

¿Se creía salvo por ser exorcista? En su cuerpo habitaba aquel que había abandonado a su raza, pero cuya maldad seguía lantente. Decimocuarto, su Noé. Aquel que esperó siempre y a quien ahora no quería recibir, aquel que era una amenaza para todos los que le importaban.

Un traidor con intenciones desconocidas, un enemigo que no podía ver.

Un enemigo que no deseaba conocer.

Sacudió la cabeza, sintiendo la sangre deslizarse por su barbilla y recorrer su cuello. La mezcla de saliva y sangre no le hacía feliz, ¿dónde estaba? Necesitaba salir de allí para darse una ducha o sufriría un colapso.

Se miró el abdomen, ignorando la molesta voz que lo señalaba como pecador a espera de redención y chasqueó la lengua.

—Menudos sueños vengo a tener —se quejó—. Si me viera mi padre se burlaría, hubiera preferido tener un sueño húmedo. Odio las pesadillas.

Miró aburrido hacia arriba, los edificios en ruinas se apartaron dejando a la vista un oscuro cielo despejado y suspiró paciente, esperaría al amanecer para despertar si era necesario... O ese era el plan.

—¡Allen!

Alterado, el joven miró a su alrededor, encontrando casi de inmediato aquellos ojos pequeños de Mana. El hombre le miraba como si fuera una joya, una brillante sonrisa pintaba su rostro humano, aquel que mostraba sólo a él y a la aristocracía.

Aquel del que jamás le habló a la Orden o a Kanda.

—Mana... —murmuró sorprendido—¿Qué...?

—¿Qué haces clavado ahí, "Allen"? —sonrió divertido—. Es un juego muy raro, ¡déjalo ya! ¡Sal de ahí y ven conmigo rápido!

—¿A dónde...?

—¡Rápido, rápido! —apresuró dando saltos, como si estuviera poseído nuevamente por aquella doble personalidad de la que era víctima— ¡¡Los invitados están esperando por ti, "All*n"!

—¿Invitados...?

—¡¡Han estado esperando por ti todo este tiempo, "A**"!! —se quejó—. ¡Dame tu mano y vamos ya! ¡¡No podemos esperar más!!

Allen miró aquella mano extendida hacia él y antes de siquiera poder pensarlo, se vio a sí mismo tomándola cual niño pequeño y es que, efectivamente, en eso se había convertido.

Era un sueño extraño, pero al menos ahora ya no podía decir que era una pesadilla. Mana no lo rechazaba como debería hacerlo, su niñez estaba de regreso y...

Sí, aquel era un buen sueño.

Quizá quienes lo esperaban eran los chicos; Jasdevi, Tyki, Sheryl... ¡Incluso Skinn podría estar bien!

Noah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora