85-Curiosidad Y Temor

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Cuando consigo calmarme un poco, me enrollo en una toalla, asomo la cabeza y veo a Aiden dormido con la boca entreabierta. Despacio me acerco a él, quedándome varios minutos observándolo sentada en la cama de enfrente.
Nunca pensé que sería capaz de entregarme a alguien como lo he hecho con él, siempre me dio repulsión que tan siquiera  me pusieran una mano encima. Daniel, fue la primera persona que al besarme no sentí asco, más bien todo lo contrario, pero no me atreví a llegar más lejos, porque es un tío que está acostumbrado a tener a las mujeres a sus pies, y yo al lado de ellas me sentía insignificante, hasta el punto de encerrarme en mi propio  infierno para huir de mis inseguridades.

–¿Quieres una foto? Dura más. —me suelta de golpe  sacándome de mis pensamientos, con los ojos cerrados y sonriendo.

–¡Vete a la mierda! —le replico girando los ojos.

Me levanto y con la ropa en la mano, me encamino al baño para cambiarme, pero antes de cruzar la puerta me agarra de la cintura y me da la vuelta pegándome a la pared.

–Era broma señorita. —susurra cerca de mis labios— Duerme conmigo.

–Quítame las manos de encima. —balbuceo tragando con dificultad— Te dije...

–Me acuerdo perfectamente lo que me dijiste. —me interrumpe plantándome un beso— Pero no te creo nada.

Se aparta de mí de golpe, junta las dos camas y se quita la ropa quedando solo en boxers. Le miro de arriba abajo mientras saca una manta del armario y la deja encima de la cama. No puedo dejar de mirar sus músculos contraerse con cada movimiento y las ganas de saltarle encima se hacen más intensas. Me maldigo mentalmente por esos pensamientos y me encierro para cambiarme antes de cometer alguna locura.
Estos cambios de humor me están volviendo loca, un minuto estoy con ganas de llorar y gritar hasta quedarme sin voz y al instante estoy ardiendo en deseo.
Respiro hondo, apago el interruptor y guiándome por la luz que entra por la ventana, me acuesto intentando mantener las distancias con él. De repente noto el colchón moverse y de un momento a otro ya tengo su pecho pegado en mi espalda. Suspiro y cierro los ojos para relajarme hasta, que sin darme cuenta, me quedo profundamente dormida.

La alarma comienza a sonar y al abrir los ojos siento como si me hubiese pasado un tractor por encima, aparte de un dolor intenso de cabeza.

–¿Estás bien? —me pregunta Aiden con tono preocupado.

–Estoy perfectamente. —le respondo con la voz ronca.

–¿Bien? ¡Estas ardiendo en fiebre! —exclama alarmado tocándome la frente— Vamos a urgencias para que den algo.

Niego con la cabeza y después de  darme un sermón sobre mi salud y que debería de cuidarme más, se da por vencido al ver que no sirve de nada pelear conmigo. Díez minutos más tarde ya estamos en el coche y con dirección al hospital, pero no para mí, si no para ver a como siguen su padre y el mío. Según me ha informado Sara por teléfono, no corren ningún peligro y eso dentro de lo que cabe me alivia bastante.

Apoyo la cabeza en la ventana mientras mis dientes castañean por el frío a pesar que él me ha puesto su chaqueta por encima  y ha encedido la calefacción. Consigo coinciliar el sueño de nuevo hasta que él me despierta para darme un pastilla y es cuando me doy cuenta que estamos estacionados delante de una farmacia.

Al llegar al hospital el malestar a remitido bastante y entramos para buscar la habitación que por lo que nos ha dicho mi hermana se encuentra en la segunda planta. Me sorprende ver a mi madre sentada en una silla y agarrandole la mano a mi padre mientras él está dormido con la máscara de oxígeno. No pasa ni un minuto cuando ella nota mi presencia y se acerca para estrecharme entre sus brazos.

–Menos mal que no te ha pasado nada. —musita con la voz entrecortada—estaba muy preocupada por ti, hija.

–¿Cómo sigue? —le pregunto cortante ignorando lo que me acaba de decir— ¿Y dónde está Sara? —agrego deshaciendome de su abrazo.

–Él está mucho mejor. —contesta carraspeando incómoda— Y tu hermana tuvo que volver al pueblo.

Observo a mi padre unos segundos y le veo abrir los ojos lentamente. Me hace un gesto con la mano para que me acerque a él y sin dudarlo lo hago.

–No puedes ir a esa fiesta. —pronuncia cada palabra con lentitud— Tienes que mantenerte lejos de él, tienes que prometerme que no lo harás.

Mientras va hablando, la máquina de pulsaciones empieza a emitir un pitido bastante fuerte y aunque le pido que se calme él sigue repitiendo lo mismo una y otra vez. Tres enfermas entran para estabilizarle y nos hacen esperar en el pasillo. Me paseo de arriba abajo nerviosa y reconozco que me confunde verle tan asustado con la personalidad tan fuerte que tiene. Sinceramente su manera de hablarme me ha dejado totalmente descolocada y aunque por una parte sienta curiosidad no puedo negar que por otra parte siento temor.
Me quedo esperando para volver a entrar y me pueda explicar porque no quiere que vaya, pero por desgracia le han dado un tranquilizante y se ha dormido.

Verdades Ocultas (Capítulos Cortos) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora