|| Capítulo 23 ||

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Una cifra de lujuria.



Kassia.

Solté la banda elástica al sentir una presencia detrás de mí, giré sobre mi eje y alcé la cabeza en dirección a la puerta del gimnasio del penthouse, encontrándome a Khan con los brazos cruzados, le puse pausa a la música del estéreo.

—¿Qué quieres? —le pregunté, me pasé una mano por mi rostro sudoroso.

—Es mi casa, puedo estar donde quiera.

Rodé los ojos.

—Comienza a saber que por...tres malditos años ésta no solo será tu casa sino de ambos, así que lárgate y deja de espiarme —gruñí —. Ah, y más te vale quites las cámaras de mi habitación depravado o juro que te las la arrojaré por la cabeza.

—Me hartas tus malditas amenazas, cría. Déjate de amenazar o una mañana despertarás sin lengua, así no tengo que oír tu tediante voz —farulló entre dientes —. Yo miro, toco y hago lo que me de la gana, así que cierra la maldita boca.

Rodé los ojos y me le quedé viendo.

—Mi gato, ¿qué hiciste con él?

—¿Esa cosa peluda gris?

—Si, ¿dónde está?

—Lo tiré a la basura.

—¿Qué? Era mío, no tenías ningún jodido derecho de hacer eso.

—Ahógate en tus lamentos miserables.

Se dio la vuelta y se fue. Apreté los puños, solo se aparecía para joderme. Después de lo del club el otro día que lo excité está enojado, era un idiota que se calentaba solo por verme bailar en un escenario. Sabía cómo tener a quien quisiera, todos se idiotizaban a tal punto que era beneficioso en algunas cosas.

A él lo ponía de malhumor verme ahí arriba y que provoque más de lo que debería. Ocurrían muchos problemas entre sus piernas y era divertido.

Solo esperaba que fuese mentira lo de mi gato, o juro que iba a apuñalaron en la entrepierna.

Salí del gimnasio y me fui a dar una ducha rápida, bajé por agua fría, Khan estaba en la sala, por el rabillo del ojo lo vi soltar el iPad de sus manos y dirigir su atención a mi.

—¿Qué carajo hace tu amiga afuera? —gruñó, al parecer la estaba viendo en las cámaras.

—Yo la invité, puede venir, es mi casa también —quise presionar el botón para darme acceso pero no me dejó.

—Esa Stone no va a entrar a mi casa, que te quede claro.

—¿Por qué no? Es mi mejor amiga.

—No la puedo ni ver, aquí no entra nadie que yo no quiera —me solté de su agarre y lo empujé.

—Va entrar igual, así como entra tu amigo aquí ella también puede —reñí entre dientes, arqueó una ceja ante mi desafío y me crucé de brazos.

—¿Quién carajo te crees?

—No me creo soy, dueña de todo lo que yo quiera. Asume de una maldita vez que ésta también es mi casa, tú me trajiste a tu territorio pero no te salió como quisiste —me burlé, cosa que odió, era muy impulsivo cuando algo le molestaba.

Su mano se enredó en mi cabello, me quitó la banda negra de un tirón y bufé, pegó mi rostro contra la pared, cerca del intercomunicador.

Dulce Condena [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora