|| Capítulo 28 ||

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Tratando de convencer al Diablo.






Khan.


Moví el pie con impaciencia mientras miraba al hijo de puta que robaba dinero que dejaban los imbéciles por las mujeres del escenario. Moví los dedos sobre la pantalla, haciéndole zoom, miré su insignificante rostro y solté el iPad.

La puerta de mi oficina fue abierta y me lo trajeron, lo empujaron y me lo dejaron de rodillas ante mi.

—Señor...yo...

—Cierra la boca —le corté, me puse de pie y encendí un cigarro —. ¿Quién carajo los está mandando?

—Yo no sé, lo juro...me dijeron que robara el dinero...y...y...

Se calló y soltó un grito aturdidor cuando le puse en el ojo el cigarrillo encendido, mis hombres lo sostuvieron con fuerza para que no se moviera.

—¿Quién? ¿Es la misma persona del atentado a la viceministra?

—No...no sé, por favor, solo fui contratado...

La patada que le di lo hizo escupir sangre, lo tomé del cabello y saqué mi arma.

—Ni siquiera sirves para salvarte a ti mismo, eres una miseria —le disparé en la garganta, y lo alejé cuando la sangre casi me salpica el traje. Guardé el arma en mi chaleco y me quitaron a ese miserable de mi vista.

Era Ronan, no cabía duda de eso, ese malnacido iba por todos. Solo que no sé si sabe que la cría y yo estamos casados.

Me asomé por la ventana de la oficina y miré a lo lejos en la jaula a Blade golpeando a un sujeto con un parche en su ojo izquierdo.

Vino con un trabajo aquí y no lo está haciendo, no me interesa que Ronan sea su verdugo, si debo atravesarle una bala en el cráneo lo haré antes que él, porque lo que me estorba lo elimino de raíz.

La música a lo lejos se oía, apenas llegaba aquí por las paredes insonorizadas. Miré la hora en mi reloj de mano, marcaban las dos de la mañana.

Me fui del club hacia el penthouse, la cabeza me dolía horrores y no me apetecía ver ni oír a nadie. Me encerré en mi despacho por al menos una hora, terminando unos asuntos.

Subí a mi habitación, pero me detuve a mitad de camino cuando vi a la cría a través de la puerta de su habitación en su cama, con la laptop en su regazo, su corto cabello caía sobre su rostro y no me permitía verla.

Vestía un pantalón de pijama que le marcaba muy bien el culo y una blusa de tirantes que me dejaba apreciar sus tetas redondas.

Se le cayó el bolígrafo al suelo y se estiró, permitiéndome verle el rostro cuando se lo quitó, tomó el bolígrafo y uno de los tirantes se deslizó por su hombro, tensándome los músculos.

—Ya te sentí, tu aura de mierda se siente donde sea que estés. Y si te gusta observarme depravado, procura que no me de cuenta —habló, sus caóticos y malditos ojos me observaron —. Estoy acostumbrada a que me miren, uno más uno menos no hace la diferencia a mi lista.

—¿Uno más?

—Si, tú, siempre serás uno más de mi lista de obsesionados.

—¿Eso crees que soy? ¿Uno más de tu patética e insignificante lista de idiotas?

Se encogió de hombros, soltó el bolígrafo y siguió con su trabajo en su laptop, ignorándome.

—¿Qué te puede hacer diferente? —bufó.

Dulce Condena [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora