|| Capítulo 13 ||

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Sexualidad al descubierto.



Mi móvil comenzó a sonar con insistencia sobre la cama de mi habitación, lo tomé una vez salí del baño y vi que era una llamada de Adrien.

—Hey, perdida, me tienes en el olvido.

Sonreí de lado.

—No fui yo quien se fue hace medio año del internado y desapareció de la faz de la tierra.

—Uh si, mala mía, es que papá me metió de cabeza en sus negocios y he estado ocupado. Supe que te fuiste a Manhattan.

—Si, regresé a donde pertenezco. 

—¿Segura que no será peor el volver del lugar del que escapaste?

Rodé los ojos, todos tenían versiones diferentes, la que le di a él era que huí de mi hogar y me aislé en el internado. 

—Estaré bien, no es como si todo siguiera como hace tres años —suspiré. Como por ejemplo, que estaba casada con un demente. Aún sentía el gusto de su sangre en mi boca, fue asqueroso. 

Jamás nadie me había escupido sangre en la boca, pero de ese animal podía esperar hasta lo imposible. 

—Apenas me desocupe prometo que iré a verte. Tengo que dejarte, nos vemos.

—Adiós. 

Colgué y me quedé mirando el móvil en la mano como idiota, espabilé y lo dejé sobre la cama, quitándome la toalla, me puse mi ropa interior y tomé un pijama. Mi primera noche en esta casa después de la última que fue un infierno.

Bajé a la cocina, las empleadas aún seguían atendiendo y ordenando la mansión Roger. Eran las dos de la mañana, todo estaba en completo silencio, solo se oían las agujas del reloj de la sala, y de estar en una película de terror seguro que con el silencio sepulcral ya hubiera pasado algo siniestro y sanguinario.

Me reí ante esa estupidez, me serví un poco de agua fría y cerré la nevera con el pie, le di unos tragos mientras miraba la cocina, amaba estar en mi hogar de nuevo, pero sin mi papá ya no se sentía así.

El vaso resbaló de mi mano cuando me pareció ver a alguien pasar por la sala. Maldije, la mente me jugaba una mala. Apreté los labios cuando me clavé un vidrio en el pie, bufé y lo recogí todo.

Eso me pasaba por pensar cosas paranormales y sangrientas, era estúpido. 

Subí a mi habitación, le eché un vistazo al pasillo y me pasé una mano por la nuca, metiéndome en la cama y apagando las luces. 

En la mañana siguiente fui a la cafetería más cercana por mi café de cada mañana, esto me daba varios Dèjá Vú. Siempre iba por uno para mi papá, habían tantas cosas que ya no volvería a hacer. 

Moví el pie mientras esperaba mi café, le eché un vistazo a las notificaciones de mi móvil. 

—¿Por qué mejor no te ocupas de lo que debes y dejas de joderme la vida?

Alcé la cabeza al oír el ruido de la puerta y su tediante voz, me hice a un lado para que no me viera pero ya me había localizado en su radar. No le presté atención y metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta, esperando mi café que se me hacía eterno. 

—Café sin azúcar, lo tengo recordado ya —le dijo una de las camareras con un deje de coquetería. Él no se inmutó y solo le dio una mirada de soslayo con desinterés. 

—Aquí tiene, joven.

Me entregaron mi café y lo pagué, yéndome de la cafetería cuanto antes. Tomé las llaves de mi auto, quitándole el seguro.

Dulce Condena [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora