|| Capítulo 22 ||

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Khan.


Expulsé el humo del cigarrillo y miré de reojo a la cría en su cama, con los ojos cerrados, durmiendo. No debería de estar así de tranquila durmiendo cuando yo estaba a su alrededor, no era nada bueno que se mantuviera vulnerable porque siempre tomaba eso para atacar.

Ver o saber las debilidades de las personas solo las llavaba a su muerte porque las utilizaba y los destruía lenta y dolorosamente.

Ella no iba a ser la excepción a nada, destruyo lo que me jode, y sé de quién es hija, y sé lo que debo hacer.

Vine a Manhattan y me apoderé de todo New York a mi antojo porque es lo que siempre hacía: tomar las cosas a las malas, el que sea hijo de dos diputados de la alta nación me daba acceso a que no vieran realmente quién era.

Un animal, así me decía la insufrible cría, pues no se equivocaba, pero mi apariencia y dinero compraban al mundo.

Todas las personas tenían un precio, y si no era así una bala en el cráneo lo resolvía todo. Ella iba por lo alto, yo iba por ambos mundos, conocía el cielo y el infierno, y en este momento me encontraba en el infierno.

Después de acabar a los malnacido que estorban mi camino tomaré mis cosas y me iré a la mierda. Mi pasantía aquí es temporal, pero mi poder y mis alcances ilimitados. 

Arrojé el cigarrillo al suelo y lo pisé, me puse de pie del sofá, ella abrió los ojos y se movió pero las esposas en su mano la detuvo.

Dirigió sus malditos ojos exóticos en mi dirección. No mentiría, porque mentiroso no era: era una mujer jodidamente hermosa, apenas despertaba y no hacía más que calentarme la verga con solo verla.

Su cabello se esparció por su rostro, y sus distintivos ojos lo primero que hicieron fue verme. Metí mis manos en los bolsillos de mi pantalón, quedándome frente a la cama.

—Quítame esto —demandó.

Arqueé una ceja. Se creía que podía mandarme y era algo que jamás iba a suceder.

—Que me lo quites, joder —gruñó entre dientes —. Te estoy hablando imbécil, déjate de hacerte el sordo y quítame las jodidas esposas.

—Te las quitaré cuando yo vea que quiero hacerlo.

Le di la espalda y me fui hacia la puerta.

—Animal, quítame las malditas esposas, hijo de puta —y apenas comenzaba el día. Salí de la habitación y la oí romper algo, me fui a la mía y me di una larga ducha

Sentí un leve ardor en mi cuello y me pasé los dedos, sentí algunas líneas rojas por sus largas uñas, luchó por quitarme la camisa pero no sé lo permití.

Habían muchas cosas que no iban a ser jamás. Qué me cabalgara anoche fue un acto de perseverancia que tuvo, lo quiso y lo tuvo, no le gustaba ser la sumisa y yo jamás lo sería, era dominante esté o no en una cama, a mí nadie me domina o me ordena.

Estoy arriba, yo doy las órdenes.

Solo pensar en cómo se me subió encima y me montó me calentaba la polla, ninguna mujer jamás me tocó o me montó, ella lo consiguió porque yo lo quise. Me toca porque así yo lo quiero, de lo contrario, jamás lo haría.

Abrí los ojos apenas sentí una presencia y no fallé cuando me intentó ahogar en la tina, la metí dentro del agua y chilló al ver que el agua estaba helada.

Dulce Condena [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora