|| Capítulo 39 ||

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Muerte en el club y verdades dolorosas.





Con tanto trabajo que he tenido no he podido volver al club, por eso hoy que era viernes me decidí por darme un tiempo libre para mí e ir al club. Extrañaba bailar, era algo que me gustaba hacer más que la política. Gerry me vio entrar al camerino y se vino detrás de mí, cuando casi le cierro la puerta en la cara.

Me quité la gabardina y pasó saliva al verme con la ropa con la que iba a bailar ya puesta. Tenía un top de mangas largas, combinado con una falda corta, roja, y unas cadenas que adornaban la falda, cada que me movía sonaba.

—Khan está aquí, solo te aviso —me advirtió. Si supiera que convivo con ese monstruo no se preocuparía tanto por mi.

Le regalé un encogimiento de hombros, restándole importancia a eso.

—Da igual, me dejó volver.

Abrió los ojos.

—¿Él? ¿Qué hiciste para que te dejara?

Entrecerró los ojos, insinuando muchas cosas, curvé la boca en una media sonrisa y le di la espalda, dejando mis cosas sobre la cama.

—¿Te lo follaste?

—Cállate, idiota. Claro que no...

—Serás mentirosa —me cortó y me reí, me senté en la cama, mirándolo.

—Bueno, si, si me lo llevé a la cama, pero no sé realmente si fue por eso.

Chasqueó la lengua.

—No puedo creer que te le metiste en la cama a ese...hombre. Tienes agallas —se apoyó contra el tocador y negó. Y si supiera que tengo más agallas como para vivir con él seguro se cae de culo.

Me relamí los labios y me puse de pie.

—Subiré al escenario a la una de la mañana.

—Arreglaré eso —se fue del camerino y me puse mi peluca castaña, larga, junto a una de las tantas máscaras que tenía. Quería hacer algo diferente, un baile árabe, por eso la vestimenta. Innovar en esto me gustaba, siempre lo mismo me aburría.

Gerry me dijo que tenía el escenario libre y salí del camerino, subiendo a la tarima, pasé saliva cuando los miré a todos esparcidos por doquier pero comenzar a acercarse y tomar su lugar al verme. Apreté los labios, centrándome en lo que debía hacer y no en las personas.

Gerry puso la música y comencé a moverme acorde a ella, las cadenas resonaban a cada movimiento de cadera que hacía.

Todos iban atentos a cada mínimo movimiento que ejercía, y se seguían sumando como si de algo exquisito se tratara. Pensar siquiera que estar sobre este escenario te traficaba me daban ganas de bajarme.

Pero sabía que no podrían hacerlo, sé defenderme sola.

Me detuve por unos segundos al ver a un hombre alto, rubio entre todos, el hombre a su lado le dijo algo y él le respondió, pero pendiente en mi. Respiré hondo y seguí bailando, olvidando por completo a las personas a mi alrededor.

Moví los brazos y las caderas de un lado, balanceándolas con delicadeza. Sentía la música en cada poro de mi cuerpo, era una dosis de vida para mi.

Cuando la música acabó me bajé, el cabello se pegaba a mi rostro por el sudor, me quise quitar la peluca e irme a mi camerino pero un brazo se enredó en mi cintura. Vi a ese sujeto rubio frente a mi.

—Esta vez no te me escapas, bonita —me dio una palmada en el culo y lo empujé.

—No me toques —bufé.

Dulce Condena [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora