|| Capítulo 29 ||

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Amenazas y cena de gobierno.


Kassia.



Mis manos se empujaron con fuerza contra las sábanas negras, dolía, siempre que él me tomaba lo hacía. La entrepierna me ardía ante la brusca fricción con la que me folló ese malnacido, no conocía de sutileza y como saber tratar a una mujer. Follaba brusco y salvaje, justo como era él y su asqueante personalidad.

Y yo que accedí creyendo que me dejaría volver al club, pero no, el maldito se dio cuenta y no me dejó.

Por el contrario, me rompió.

Sequé mi cabello y mi cuerpo, poniéndome ropa interior y ropa de chándal gris, no quería irme a la casa presidencial cuando no tenía ganas de salir a ningún lado.

Me relamí los labios, mi espalda tocó el colchón y cerré los ojos, quedándome dormida a los segundos, cansada.

Eso hasta que desperté al sentir esa maldita mirada puesta en mi. Giré en la cama y lo hallé justo a un lado de la cama, al percatarse que iba despierta endureció la mandíbula.

—¿Ahora te gusta verme dormir, demente?

—No, solo comprobaba que respiraras.

—Si si, ya me dejas claro que serás tú el que me mate, ahora, date la vuelta y lárgate.

Me senté en la cama y el cabello se me fue al rostro, me lo quité y él siguió ahí, de pie, como estatua.

—Siempre eres igual, cría, llevas pero no aguantas.

—Ajá —lo miré de reojo, olía a jabón caro y perfume varonil —. ¿Puedo pedirte algo? Qué te largues de mi habitación.

—¿Tu habitación? Es mía, y todo el penthouse lo es.

Me crucé de brazos y miré hacia delante, sin ganas de tener que verle la cara, pero su agarre en mi mentón me hizo alzar la cabeza.

—Cuando me hablas, me miras a los ojos.

—Tienes una enfermiza obsesión por mis ojos, Wagner, y es algo que no puedes ocultar por más que quieras —bufé —. ¿Qué carajos quieres?

—Querer, quiero muchas cosas.

Manoteé su mano y me puse de pie.

—¿Por qué no te largas?

—¿Te tiene de malhumor que no te haya salido tu plan?

—Me da igual, solo lárgate que no quiero ver tu maldito rostro. Puedo conseguir la manera de volver al club —farullé entre dientes, me miró, quise cerrarle la puerta en la cara cuando salí de la habitación pero puso el pie.

—¿Crees poder conseguirlo, cría? No me tientes a cerrarte las puertas definitivamente de todos los clubes —espetó, rodé los ojos.

—¿Por qué no te pegas un tiro? Es que, feliz no eres y te encanta joder a los demás. Agarras un arma, la diriges a tu sien y jalas el gatillo —le reñí hastiada de su maldita actitud dominante y autoritaria que quería tener sobre mi y sobre todos.

Se me quedó viendo fijamente, serio.

—Acabar con mi vida es darle de ganar a mis enemigos, cría, deberías de saberlo. No dejo ganar a nadie a mi costa —respondió después de unos segundos.

Pasó por mi lado y se fue del penthouse, caminé a paso lento hacia la cocina para desayunar, una de las empleadas me preparó el desayuno y me lo sirvió en la sala.

Dulce Condena [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora