|| Capítulo 34 ||

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Benjamín Roger.


Khan.

Saqué de la armería del club un par de cartuchos para mis armas y los puse en ellas, cerré detrás de mí, yéndome de ahí, donde estaba lleno de malditos babosos mirando a las mujeres sobre la tarima. Mis ojos encontraron a Gerry, se escabulló de mi apenas notó mi presencia, siempre hacía lo mismo el cobarde.

A mí me gustaba divertirme y jugar cuando veía a un igual a mi, pero eso nunca sucedía, la única persona que ha llegado siquiera a hacerme frente a sido la cría, y siendo mujer todavía. Éstos cobardes fingen valentía pero cuando había alguien más grande que ellos se achicaban como cobardes maricones.

Tomé mi auto y me fui al penthouse, las manos se apretaron entorno al volante cuando vi al hijo de puta de Adrien llamando a la cría, pude perfectamente interceptar sus llamadas y mensajes.

—Kassia.

—Adrien, joder, ¿estás bien?

—Si, lo estoy. Blade solo me dejó en la otra punta de la ciudad, solo me dejó el móvil y algunos golpes.

El maricón necesitaba que lo rescatarán, pobre marica.

—¿En dónde estás?

—Descuida, ya estoy en mi apartamento, vinieron por mi. ¿Estás bien tú?

Corté las llamadas telefónicas y entré en el parking del edificio, subí al penthouse y hallé a la cría en su habitación, estaba cambiándose las vendas del abdomen.

Apretó los dientes con fuerza al ajustar las vendas.

—Eres apenas un polluelo en estas cosas de las heridas —le dije y volteó a verme, entré a la habitación y me miró con cautela, le quité las manos y ajusté sus vendas, sus dientes rechinaron ante el dolor —. No me apetece que te desangres, no si no es por mi causa.

Rodó los ojos y me dio con el puño en el brazo herido cuando ajusté más las vendas. La miré desde mi altura, sus exóticos y endemoniados ojos me observaron desde el metro ochenta que tenía.

Bajé la mirada al valle de sus pechos, su lencería azul traslucía a través de la bata. Sentí como me clavó una uña en el cuello y me aparté, dando un paso atrás.

—Ya te habías emocionado —se cerró la bata y me miró.

—No soy un hombre de emociones, cría.

Se encogió de hombros.

—Siempre creí que los hombres fríos e idiotas existían en los libros, pero veo que son reales, convivo con uno.

Su olor dulce de su loción se impregnó en mis fosas nasales.

—¿Lees libros? —le pregunté.

—¿No viste la estantería rodeada de libros que tenía en mi habitación de la casa de mi papá?

—No le presto atención a cosas insignificantes.

Chasqueó la lengua y se hincó para tomar las vendas ensangrentadas que estaban en el suelo, las dejó en la basura del baño y la seguí con la mirada de reojo.

—Al parecer no le prestas atención a las personas en sí. ¿Siempre fuiste así de...idiota?

—Si. Agradécelo a tu padre —bufé en respuesta, asintió.

No sé qué buscaba pero mis pies no se movían de esta habitación y era frustrante eso.

—¿Qué quieres? —me preguntó de repente —. ¿Follar? Eres como un robot que obtiene energía si mete su polla en un coño. Siempre vienes aquí para eso, soy como tu jodida muñeca sexual.

Dulce Condena [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora