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—Emparedado de atún sin corteza, ¿cierto?

—Así es, ¿qué tal está?

—Llevas quince días viniendo aquí y preguntado— se quejó Mía—. Sabía mal ayer, sabía mal anteayer y, ¿adivina qué? Sigue igual.

—Déjalo, niña— la rubia se levantó con gracia de la silla y cruzó la barra—. Sólo dáselo para que se calle.

—¿A dónde vas?

—Saldré a fumar— se encogió de hombros. Llegó afuera y apenas lo encendía cuando comenzaron a chirriar las llantas, el equipo estaba por llegar.

—No funciona, Jesse, mal trabajo— se quejó Vence.

—Es la manguera de combustible, está haciendo un vacío— dijo su hermano en cuanto bajó del auto—. Por eso se descarga en tercera.

—El encendido está mal.

—Si ajusto el distribuidor...

—Cállate.

—¿Qué quedamos, niño feo? — se aproximó la rubia a mayor velocidad y en tono serio, sin dejar desatendido su cigarro.

—Nada...

—Eso creí— espetó—. ¿Nos decías, Jesse?

—Hola— León la jaló de la cintura y la estrechó con fuerza antes de quitarle el cigarro y darle una calada. Pero Vince ya no prestaba atención a lo que su hermano decía, sino que lo tomó de la barbilla y lo hizo girar para que viera la grúa.

—¿Qué le pasa a ese tonto? ¿Le fascina el atún?

—No viene aquí por la comida, amigo— León se paró a su lado.

—Cálmate, él está trabajando con Harry, ¿comprendes? — Letty salió en su defensa.

—Sé lo que quiere trabajar— dijo Vince.

—Quiere bajarle los pantalones a Mía— dijo León.

—¿Y te molesta que tú no se los pudiste bajar— vio a chico—, o que a ti te ignore?

—¿Qué tal, chicos?

—¿Cómo estás, Mía? — León se sentó y jaló a la rubia a su lado.

—Quedamos que no puedes tener tu cigarro encendido aquí adentro— le frunció levemente el ceño.

—León ya se lo va a acabar— se encogió de hombros.

—El cigarro también— le besó el hombro descubierto por su blusa estraple antes de fumarse el tabaco de una calada.

—Dios mío, él es hermoso— dijo Jesse poniéndose unos lentes de sol del mostrador.

—¡Vince!

—¿Qué?

—¿Vas a querer algo?

—Gracias, Mía, hasta mañana.

—Claro.

—¿Mañana?

—Adoro esta parte— dijo Jesse.

—Todos— afirmó su hermana luego de pasarle una cerveza. León abrió la de ella, le dio un sorbo y luego se la pasó a la rubia.

—¡Oye! — Vince se paró del asiento—. Prueba las hamburguesas, puedes comer una de doble queso por tres dólares, maricón.

—Me gusta el atún de aquí— apenas y se giró a verlo.

—Tonterías, a nadie le gusta el atún de aquí.

—Pues a mí sí— y comenzó la pelea de rutina de Vince.

—Santo Cielo, Dom, ¿puedes hacer algo? Me enferma que peleen— Mía volteó al despacho de atrás—. No bromeo, Dom, haz algo.

—¿Qué le pusiste al atún?

—Que buena broma.

—Dom— llamó Letty. Dom salió y quitó al rubio de un jalón.

—Oye, él empezó.

—Y yo terminaré— dijo Dom. Vince quería acercarse de vuelta y lo jalaron León y la rubia—. ¡Cálmate, no sigas!

—Vete de aquí— dijo León.

—Me avergüenzas, Vince.

—Vete— dijo León.

—Jesse, dame la billetera— dijo la rubia.

—Bryan Earl Splinner— leyó Dom cuando su prima se la tendió—. Suena como asesino en serie, ¿esto es lo que eres?

—No, para nada.

—No vengas aquí otra vez.

—Esto no es justo, amigo.

—Trabajas para Harry, ¿no?

—Sí, acabo de empezar.

—Pues estás despedido.

—Kelly, Jesse, vámonos— dijo León al tenderle la mano a la rubia.

La otra TorettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora