Un súbito movimiento brusco, probablemente un bache mal parchado de la calle, me hace respingar en mi lugar y me saca del letargo. Debería estar al tanto de todo: del trayecto hacia donde sea que vamos y, sobretodo, de la presencia bastante siniestra de Travis. Pero lo cierto es que después de haber llegado a Nueva York hace siete días para ser instruido por el número desconocido a esperar dentro de una casa de prostitución hasta nuevo aviso, me tuvo en vela lo suficiente para que mi cuerpo por fin se derrumbe, aun cuando el causante de todas mis desgracias tenga los ojos fijos en mí.
Travis luce a como la última vez que lo vi: lleva unos pantalones negros de vestir y una camisa blanca de mangas largas abotonada pulcramente. Su cabello, un tono más claro que el mío, se aplasta hacia atrás. Lo único que salta a la vista es un pequeño aro plateado en su oreja derecha. Además de unos cuantos tatuajes salpicados en su cuello y la parte exterior de sus manos. Cuando lo veo, es imposible no estremecerme ante las facciones Wolffs que porta y las facciones Markovic. Se parece a papá.
Travis dibuja una sonrisa ante mi evidente escrutinio sobre él. Me remuevo incómodo y paso una mano sobre mis labios ante cualquier indicio de baba. Él puede que también esté sorprendido que haya caído como si nada y me deje llevar sin protestar. Lo cierto es que ya no tengo fuerzas. Estoy agotado y sé que estoy haciendo todo mal, pero esos siete días con Rossy y las chicas y la patente soledad me drenaron, así como el remordimiento, el temor y el ansia. Sabía que una vez que entrara a su domino no me quedaría nada más que dejarme llevar. Travis no lo esperaba, lo veo en su mirada recelosa.
—Entonces...—Él alarga una pausa—¿Cómo lograste escapar de los Wolff?
Es una pregunta capciosa. Hago lo posible para no seguirle el juego. ¿Ya mencioné que estoy harto?
—Esperé lo suficiente para encontrar la oportunidad —digo, recordando que después de aquel primer mensaje críptico me tomó varias semanas en armarme de valor para tomar mis cosas e irme.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? —inquiere sin detener su interrogatorio.
Me encojo de hombros notablemente cansado e irritado.
—Gerald me pagó una buena cantidad para ser tu doble.
Eso le pica. Travis chasquea la lengua mirando hacia afuera. El auto vuelve a culebrear por otra calle. Me aferro a la piel de los asientos.
—Y lograste llegar. Siendo sincero no creí lo harías. —Su mirada vuelve a mí y me estudia, tal vez intentando hallar el truco.
—No hay truco —suelto sin más— Me prometiste a mi madre, por eso vine.
Al final nunca fue a quien elegía: si a los Wolff o a mamá. Los quería a ambos e iba en mi camino para conseguir la pieza faltante. Además, como diría Coop, podría ser un idiota, pero no soy un estúpido. Antes de saltar a hacer posiblemente la cosa más arriesga que he hecho pedí pruebas. Unas cuantas fotos de mi madre en la actualidad me pusieron los pelos de punta y todo miedo se evaporó de mis sentidos. Necesitaba verla.
Travis asiente.
—Por supuesto, pero primero debemos...
—No —lo interrumpo siseando con un enojo burbujeante—. Ella es primero.
Travis me mira, de verdad lo hace. Se reclina hacia adelanta y me observa seriamente y con curiosidad.
—¿Si quiera te has preguntado qué gano al llevarte con ella?
Lo sé, están obvio que mi cerebro lo ha desechado. a. es una trampa y en cualquier momento damos un giro y me tira a un pozo y me hace su rehén, o b. ya que me reencuentre con ella me lleva a un pozo y me hace su rehén. Aunque sinceramente todavía no comprendo que papel cumplo en esta guerra entre los Wolff y Papa Carmine. Según Stepanov, descanse su alma, Travis quiere que esté de su lado, pero Travis no manda, sino Carmine, aunque a lo mejor hubo un cambio de poder con el arresto de Carmine.
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La Manada de los Wolff
Teen FictionNoah no ha dejado de correr desde el día en que unos hombres asesinaron a su padre a sangre fría enfrente de él. Desde ahí siempre supo que se las vería por sí solo. Pero todos sus planes se complican cuando un día, un hombre llamado Gerald Wolff...