Noah no ha dejado de correr desde el día en que unos hombres asesinaron a su padre a sangre fría enfrente de él.
Desde ahí siempre supo que se las vería por sí solo.
Pero todos sus planes se complican cuando un día, un hombre llamado Gerald Wolff...
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LAS LUCES LLEGAN en el momento oportuno.
El claxon de un auto me levanta de mi estupor, saltando sobre mi asiento, haciéndome recordar que hoy debemos ganar una carrera.
Reiner pisa el acelerador, volviéndome lo demasiado lento para reaccionar. Debería decirle algo, debería dirigirlo, pero las palabras no salen de mi boca, en cambio, me lanzo hacia él, girando yo mismo el volante. Reiner suelta un bramido, no de enojo, más bien de delirio.
―¡Basta! ―exclamo, mientras serpenteamos por la desconocida avenida.
Son calles que se mueves delante de mí, árboles que pierden su color y se derriten como plástico en el fuego.
―¡No pises el acelerador! ―logro decir, tratando de informarle el peligro, de dejarle saber que no es el único que está perdiendo la cabeza.
Pero luego veo como mis manos son sumergidas en una viscosidad grisácea. El volante empieza a derretirse en nuestras manos, formando un charco de ácido que probablemente queme nuestra piel. Aparto las manos, haciendo que el auto pierda el control.
―¡No, no, no...contrólalo! ―vocifero, pero...¿Cómo puede hacerlo cuando ya no existe el volante?
Llevo mis manos a mi cabello, tirando de mis mechones castaños.
―¡El volante, Reiner, el volante! ―chilló llevando mis pies hacia arriba del asiento. Tal vez el ácido que se derramó derretirá el suelo del auto.
Quiero gritarle, decirle que pare, pero de momento, algo cae sobre mi cabeza, dejándome en un estado de serenidad. Se siente suave, como sí cayera directamente sobre una pluma. El que grita es Reiner, sacándose la tela de los ojos, llevando su cabeza afuera de la ventana, aullando como un lobo rebelde, salvaje y temerario.
Quiero salir de aquí, pero al tomar la manija esta igual se derrite en mis manos. Debería estar espantado pero una tranquilidad me invade y resulta tan gracioso que no paro de reír. Vamos a morir, pero no me da miedo.
―¡Hey, hey! No te duermas. ―La mano de Reiner me sacude el hombro―. Mira hacia fuera, hacia afuera.
Miro afuera y lo único que veo es la tierra respirar, tratando de crear un hoyo para así tragarnos.
―A la derecha ―digo a lo bajo, esperando que el hoyo negro no crezca sobre nosotros.
Cuando me giro a Reiner, puedo verlo brillar, la luz de la luna lo transforma en alguien tan brillante, así que debo cerrar los ojos. Pero tanteo para tomarlo, sintiendo la piel desnuda de su cuello, invitándolo a verme.
―Necesito conducir ―masculla, saltando al momento de sentir mi tacto.
Sus ojos se abren, mientras remueve su mandíbula y chupa sus labios.