Noah no ha dejado de correr desde el día en que unos hombres asesinaron a su padre a sangre fría enfrente de él.
Desde ahí siempre supo que se las vería por sí solo.
Pero todos sus planes se complican cuando un día, un hombre llamado Gerald Wolff...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
DEJO QUE LA COLILLA del cigarro se vaya quemando morosamente. La nicotina ya hizo efecto, relajando mis huesos, dejando que las voces internas se vayan apagando a cada minuto.
Uno. Dos. Tres.
Expulso el humo por mis labios dejando que este vuele por los aires. Demasiado concentrado y esperando, que la música se escucha como un eco y las voces de las personas se encajonan en un solo lugar.
Cuatro. Cinco. Seis.
A lo lejos los veo. Spencer, Tegan, Nash, Coop, Jackie, Dallas, Liz....Reiner. Todos esparcidos en los asientos de piel del club Paradise. Todos apurando tragos a sus bocas, riendo, pasándola bien, como si los días anteriores fueran borrones esfumados.
Todos menos yo.
Seis. Siete. Ocho.
Me remuevo los labios, sintiendo el sabor puro al tabaco, mirando hacia otra dirección. Lo veo también. Sebastian se encuentra unos sillones más allá. No está acompañado de sus chicos; a su alrededor unas cuantas personas de la alta alcurnia lo rodean. Tengo la sensación que Maverick y los demás ya no son su problema.
El club está oscuro, las luces de colores son lo suficientes luminosas para dejarme ver cuando los ojos oscuros de Sebastian se posan en mí. Lo saludo alzando la barbilla, él no se molesta en regresármelo, pero lo veo inclinarse a uno de sus amigos, luego lo veo levantarse y alejarse de ellos. Sebastian camina hacia afuera.
Nueve y Diez.
Suelto humo.
Les doy una última mirada a los chicos. Ellos siguen inmersos en su plática, pensando que mi idea en venir a Paradise es sólo un intento mío para socializar más, para dejar todo en el pasado. Pero en realidad es una tapadera perfecta para encontrarme con Sebastian. Para conseguir respuestas.
Alejo el cigarro de mi boca, esperando que ellos no reparen en mi ausencia. Esperando que Reiner se olvide por un momento de mí, a pesar de que días anteriores rezaba lo contrario.
Sigo con tranquilidad el camino que hace Sebastian. Pasando por los cuerpos sudorosos y las luces en movimiento. Necesito pasar por una puerta entreabierta y llegar a un estrecho callejón en el exterior para encontrarme con Sebastian.
Cuando llego a él, lo primero que hago es dejar caer el cigarro en el asfalto, aplastando la colilla con mis zapatos.
—Noah —Sebastian me saluda con una media sonrisa fantasmal—. ¿No podías esperar para el regreso a clases?
Para eso faltan tres semanas. Eso es un siglo.
—Está bien así.
Sebastian me regala una mirada escueta, soltando un suspiro hondo segundos después.