Mezclando el futbol con las canciones de Taylor para hacer una historia completamente ficticia, pero llena de emoción.
A veces la vida da giros extraños, te golpea y te hace creer que lo mereces, para luego devolverte a ese lugar seguro que creías...
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Para Olivia, la vida en Estados Unidos fue muy diferente a la vida en Argentina.
Se mudó a un país en donde no conocía a nadie a los 15 años. Convivía con su padre, con el cual no conversaba más de 20 minutos al día, y pasaba el resto de su tiempo completamente sola.
Solía salir a caminar, al menos al principio cuando nadie la reconocía, y paseaba por la ciudad admirando lo diferente que era esa cultura a la suya. Vagaba por las calles, tomando fotografías de ancianos merendando a solas en hermosos cafés, de parejas caminando por la calle tomados de la mano, de padres que caminaban con sus hijos pequeños en los hombros. Admiraba el "sueño americano" como una forastera, completamente ajena a la vida que esas personas llevaban.
Durante el verano, se divertía viendo a los niños correr en los extensos jardines que todas las casas tenían al frente. Metros y metros de pasto verde que antecedía a las enormes casas y que eran bañados por agua cada día gracias a los aspersores, que parecían ser obligatorios para cualquier persona que viviera en los suburbios. Sonreía al ver a esos niños correr entre la suave lluvia de los aspersores, riéndo con sus amigos y disfrutando del verano y la compañía.
En invierno, su estación favorita, acostumbraba a pasear por la calle, especialmente los días de nieve, y se compraba chocolates y cosas ricas para comer delante del fuego.
Su casa tenía un hogar, el cual ella acostumbraba a prender cada vez que el termómetro marcaba menos de 15 grados sólo porque amaba pasar horas mirando el fuego bailar e iluminar todo. A veces, encontraba tanta paz junto al fuego que se encontraba a sí misma por la mañana, dormida junto a las cenizas de ese fuego que se consumió durante la noche y que se encargó de darle el calor necesario.
Amaba la paz. Amaba poder sentarse en un parque a escribir sus canciones, amaba poder ir a estacionamientos abandonados a cantar porque allí la acustica era mucho mejor y aún no podía costearse alquilar un estudio cada vez que quería.
Fueron meses y años hermosos en los que Olivia estuvo completamente sola. En ocasiones, se daba cuenta que había pasado días enteros sin hablar con otro ser humano. Su única compañía era ella misma y la música que tenía en su cabeza.
Estaba sola, en un país desconocido, donde nadie hablaba su idioma natal y donde debía aprender a vivir con la desgracia de no poder comprar dulce de leche en el supermercado.
Estaba sola, pero estaba feliz.
Olivia elegía mil veces estar completamente sola en un país que no le pertenecía, a sentirse sola en su propio país, rodeada de gente que sólo la llenaba de oscuridad.
Una cosa es estar sola y otra muy distinta es sentirse sola.
Olivia había vivido las dos.
Toda la vida se sintió sola. Desde vivir con un padre que entraba y salía de su casa más veces que el delivery de un restaurant, a una madre cuya presencia era lo mismo que la ausencia porque era poco y nada el tiempo que pasaba con su hija.