La Noble Casa de Los Black

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Walburga Black estaba sentada en la librería tomándose su té de la tarde mientras sus hijos, Sirius y Regulus, estudiaban de sus libros. Walburga estaba tensando el moño en su nuca cuando tocaron la puerta principal. Los niños levantaron la mirada. Nadie nunca tocaba en la puerta, nunca. Su casa era invisible a los ojos de cualquiera, a menos que supieran que donde se encontraba.

-¡Kreacher! –La voz de Walburga era severa- Atiende la puerta.

El viejo elfo doméstico asintió desde el suelo, donde había estado rondando, esperando por instrucciones luego de darle el té a su ama

-Sí, Kreacher atenderá la puesta para su ama. –dijo y se apresuró a salir, casi tropezándose con la sabana de almohada que usaba como toga, en su apuro.

-¿Quién es, madre? –preguntó Regulus.

La boca de Walburga era una delgada línea.

-No lo sé, Regulus.

Un momento después, los pasos arrastrados de Kreacher fueron seguidos de otros dos pares de pasos en las escaleras. Kreacher entró a la biblioteca primero sin compañía y dijo: -La Srta. Prince y su hijo quieren verla, ama.

La cara de Walburga se transformó en un fruñido de molestia.

-Muéstrales el camino, entonces –murmuró.

La puerta se abrió y una mujer con sucio y oscuro cabello negro y de ojos intensos entró a la biblioteca, seguida de un niño alrededor de la edad de Sirius, de igualmente sucio cabello negro. Sirius miró a Regulus y ambos rieron por lo bajo.

-¿Qué es lo que quieres, traidora de la sangre? –preguntó Walburga.

-Walburga –susurró Eileen Prince- Por favor. Es mi familia. No tenemos forma de conseguir comida y mi hijo...- posó una mano sobre el hombro de Severos- no puedo dejarlo pasar hambre. Por favor, ayúdanos.

Los ojos de Sirius se encontraron con los de Severus, el fantasma de una sonrisa burlona aún sobre los labios de Sirius. Severus sintió una caliente descarga de vergüenza en su cuello y mejillas y desvió la mirada rápidamente.

-¿Acaso no tiene champú? –preguntó Regulus a Sirius en un susurro.

-No lo usa si es que lo tiene –Sirius susurró de vuelta- Tal vez le gusta ser grasiento.

Severus se tragó el nudo que estaba subiendo por su garganta.

-¿Qué me importa a mi tu asqueroso hijo mestizo? –demandó Walburga, mirando sobre su nariz a Severus. Sus ojos se volvieron a alzar para mirar a Eileen.

-Puede que sea mestizo, sí –acordó Eileen- Pero sigue siendo un Prince mestizo. Eso debería significar algo para ti. ¡Tu preciosa sangre corre por sus venas de la misma forma que corre por las de tus hijos!

Walburga miró a sus hijos, quienes rápidamente hicieron como si nunca hubiesen levantado la vista de sus libros y dijo: -Mis hijos son de la Noble Casa de los Black, sangre pura corre por sus venas. Ellos no son unos tontos traidores a la sangre.

Eileen frunció el ceño. –Walburga, ¡soy tu hermana! ¿Eso no significa nada para ti? ¡Somos familia!

-No, no lo somos- la voz de Walburga era áspera. Negó con la cabeza. La verdad es que Eileen era media hermana de Walburga, la hija de su madre con su segundo esposo antes de la muerte de su padre.

-¡Eres una mancha en el nombre de la familia! Ningún miembro de mi familia se casaría con un asqueroso muggle como tú lo hiciste, Eileen. Ningún miembro de mi familia cree que ser mestizo es un estatus del cual sentir orgullo. Tu hijo es una blasfemia en el nombre de la familia, así como tú.

-¡Walburga! –Lloró Eileen, impactada- ¿Cómo puedes?

La cara de Severus se sonrojó una vez mas y sintió sus ojos arder, las lagrimas advirtiendo que caerían pronto. Resopló, tratando de mantener su compostura tan tranquila como pudiese, temiendo de la pena que estaba cayendo sobre él.

-Es un quejón –susurró Regulus.

-Quejicus Snape –rió Sirius disimuladamente.

Severus cerró los ojos, la rabia creciendo en su estomago. Estaba humillado. Solo las peores circunstancias pudieron haber llevado a Eileen a la casa de Walburga. Habían llegado a esas circunstancias, ya que Tobias estaba en su sexto mes de desempleo. Habían vivido de las menores provisiones, de todo lo que hubiesen recoger de su jardín por un largo tiempo, pero ya que era invierno, la comida que crecía en su terreno era cada vez menos. Severus pensó que hubiese preferido morir de hambre que haber pedido ayuda de esa forma.

Walburga se había levantado y caminó hacía la pared mientras Eileen lloriqueaba. En lo alto de la pared estaba un tapiz, un árbol genealógico del linaje de los sangre pura, registrando cada unión de los ancestros, mostrando a los primos casándose con otros primos para mantener la sangre pura. Aproximadamente a la mitad de la pared, Walburga tocó con su varita el lugar de Eileen en el árbol, conectado por una delgada línea verde, curveándose alrededor del lugar de Walurga y su madre, Irma Crabbe. Retorció su varita sobre el puesto de Eileen lentamente, significativamente, como una amenaza muda. Luego, miró a los ojos de Eileen y una fría y regia expresión apareció en sus ojos.

-Obliterus –susurró y un rayo de luz blanco arruinó el nombre de Eileen del tapiz.

Eileen soltó un grito desesperado.

-¡Walburga! ¡Por favor! –Sollozaba- ¿No recuerdas cuando éramos niñas? ¡Solíamos jugar juntas! Éramos tan unidas, mejores amigas. ¿Cómo pudiste...? ¿Cómo pudiste...?

Severus rodeó el brazo de su madre con sus dedos. –Madre, deberíamos irnos –dijo, reconociendo que la fría mirada de Walburda no sería ablandada por las lágrimas que estaba soltando su madre.

-¡Vete de mi casa! –gritó Walburga, apuntando violentamente hacia la puerta con su varita, haciendo que esta se abriera- ¡Kreacher! –Gritó- ¡Kreacher! Dirige a estos traidores de la sangre hacia la puerta. ¡Son una vergüenza para la Casa de los Black!

Kreacher se apresuró e hizo un gesto a Eileen y Severus para que lo siguieran y desapareció de la puerta- Sí –él murmuraba- Sí, Kreacher dirigirá a los asquerosos traidores fuera de la casa... Sí... fuera de la Noble Casa.

Walburga los miraba por encima de su nariz con odio mientras Kreacher les hacia gesto para que lo siguieran.

-¡Noble! –Chilló Eileen- ¿Qué tiene esta casa de noble cuando no puedes ayudar a tu familia?- gruesas lagrimas corrían por sus mejillas.

-Madre... -suplicó Severus.

Regulus se inclinó más cerca de Sirius, -¿Te imaginas tener a esa como madre? –Susurró- No hay duda por qué se queja, cretino descerebrado –sonrió malvadamente, y ambos niños se rieron por lo bajo.

Severus estaba seguro de que su cara nunca había estado tan colorada. Si pudiese derretirse sobre la alfombra en ese mismo momento, lo hubiera hecho. No quería más nada en el mundo que salir de esa biblioteca, fuera de la casa, y lo más lejos que pudiese estar de Walburga y sus hijos.

-Madre –dijo firme Severus, tomando las manos de su madre entre las suyas y empujándola hacia la puerta- Vámonos.

Aún sollozando, finalmente Eileen permitió ser guiada fuera de la habitación mientras Severus la empujaba gentilmente tras el elfo domestico bajo las escaleras y fuera de la casa. El eco de sus pasos bajando las escaleras fue ahogado por el grito agudo de Walburga: -¡Asquerosos! ¡Sangre sucias! ¡Una abominación para todos los magos de sangre pura!

Kreacher abrió la puerta principal.

-Largo, y les prohíbo cruzar las puertas de esta casa de nuevo.

Los Merodeadores: Primer AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora