Para Eso Están Los Buenos Amigos

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Sirius se volvió a despertar a mitad de la noche, de nuevo cubierto en sudor y temblando, las mismas imágenes aterradoras llenando su cabeza mientras se encontró a si mismo mirando el rostro de James Potter. Volvieron a la sala común de nuevo, esta vez sentados en el suelo frente a la chimenea en vez de en una silla, determinados a no quedarse dormidos como la última vez. James masticaba su labio inferior y Sirius miraba el vaivén de las llamas, las brazas brillando a sus pies. Se sentía tonto y avergonzado por ese nuevo ritual en el que parecían haber caído: Sirius aún teniendo pesadillas y James teniendo que consolarlo, como si fuese un niño. Sirius se rascó la nariz y resopló.

James lo miró y dijo, con mucha gentileza: -Sabes, cuando tengo pesadillas mi mamá dice que hablar sobre ello ayudará a espantarlas. Si tú quieres hablar sobre ello... Escucharé.

-Dudo mucho que hablando logre que mis pesadillas desaparezcan –murmuró Sirius.

-Nunca se sabe –dijo James- Algunas veces, sólo sacar los pensamientos más tontos de tu cabeza te ayuda a despejarte.

Sirius negó lentamente con la cabeza.

-No son sólo pensamientos para mi, James. Son recuerdos o algo... Descubrimientos, tal vez. Son la verdad.

James cambió de posición para estar cara a cara con Sirius.

-Entonces cuéntame y descubriremos la forma de hacer que no sean verdad.

Sirius tomó una respiración profunda, bajando la vista a la taza de té que James había hecho.

-No puedes deshacer quienes son mis padres, amigo.

Las cejas de James se juntaron.

-¿Pasó algo durante las vacaciones? –Preguntó, la preocupación marcada con profundidad en su voz- ¿Qué pasó? –Preguntó- Déjame ayudar.

Sirius dudó por un momento, asustado de confesar... Y luego, con una mirada a la sinceridad en los ojos de James, no pudo contenerse más.

-Ellos me odian, James –escupió las palabras, como si decirlas lo estrangularan.

-Estoy seguros que no te odian... -comenzó James, pero Sirius lo interrumpió.

-Si lo hacen –dijo con firmeza.

James recordó a Sirius decir, mucho tiempo atrás, la primera vez que llegaron a Hogwarts, que sus padres estarían molestos con él por ser seleccionado en Gryffindor. Los Blacks habían pasado décadas siendo seleccionados sólo en Slytherin, y Sirius fue el primer Black en ser seleccionado en Gryffindor. Honestamente, James había pensado que Sirius había estado exagerando el enfado que sus padres sentirían por su selección, como él hubiese hecho si decía que Charlus se molestaría porque él fuese seleccionado en otra casa, pero por la forma en la que Sirius se veía (todo pálido, roto y asustado) decían otra cosa.

-Mi madre usó el hechizo cruciatus contra mí –susurró aterrorizado- Durante todo el verano. Porque conocí a un muggle, uno de mis vecinos. Usó uno de los maleficios imperdonables contra su hijo, James. Me odia. Va a borrarme del árbol familiar algún día, lo sé, y luego, ¿Dónde estaré? Estaré sin hogar, sin ningún lugar al cual llamar hogar... Sin comida, dinero ni nada. Seré un vagabundo, viviendo en las calles como un perro...

-Shhh, shh, sh –susurró James con urgencia, sacudiendo su mano hacia Sirius para que bajara el volumen de su voz, ya que lentamente se hacía cada vez más ruidoso mientras hablaba- Para empezar, no eres un perro. Segundo, Sirius, ¡eres un tonto si piensas por un segundo que dejaré que no tengas lugar a donde ir! Si algo tan horrendo como eso llega a pasar (incluso si quieres escapar de todo eso), vienes a mi casa.

Los Merodeadores: Primer AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora