Las Cocinas de Hogwarts

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Peter no sabía a dónde más ir así que, a pesar de saber que Remus, James y Sirius iban en camino a la torre de Gryffindor, de todas formas subió las escaleras rumbo a los dormitorios. El enojo quemaba su piel, finalmente dejó que la tención que se había estado creándose dentro de él estallara. ¿Por qué tenían que estar siempre los otros tres actuando como si él fuese extra, insignificante? El sombrero seleccionador lo había seleccionado en Gryffindor como a ellos, y era igual de inteligente y divertido que ellos, ¿o no? No era justo que James, Sirius y Remus se hicieran mejores amigos y él sólo era Peter, el estorbo en su pequeño grupo.

Todo el mundo lo trataba así, se olvidaban de él, nunca escuchaban sus puntos de vista, nunca lo trataban como si fuese importante...

Se dio cuenta, al mismo tiempo que se paró frente al retrato de la Dama Gorda, que no podía recordar la nueva contraseña que había sido escogida después de las vacaciones. Rebuscó en su cerebro, buscando entre lo más profundo por la contraseña, la cual tenía que estar en algún lugar de su cerebro, pero no le llegó nada, así que se mantuvo ahí de pie, mirándola estúpidamente.

-¿Y bien? –preguntó ella, mirándolo por encima de su pequeño abanico.

-He olvidado la contraseña –le dijo Peter.

Ella rió, un tintineo de una risita tonta que hizo que la cara de Peter quemara. ¡Ni siquiera el retrato de la Dama Gorda lo tomaba en serio!

-No puedo dejarte entrar sin la contraseña –dijo la Dama Gorda.

-Pero... Pero soy Peter Pettigrew –dijo frustrado- Soy un Gryffindor. De primer año. Y... y necesito entrar.

La Dama Gorda comenzó a arreglar su cabello rubio, ignorándolo.

-La lista de contraseñas están en mi baúl –dijo Peter- Déjame entrar. Iré a buscarla, te la traigo de vuelta y te diré la contraseña que quieras –ella sacudió su cabeza- Por favor- suplicó Peter. Podía escuchar risas y sonidos de pasos por los pasillos y la miró con ojos grandes y desesperados- Por favor –intentó de nuevo, no queriendo que los otros chicos lo vieran parado afuera rogándole a la Dama Gorda que lo dejara entrar. Ellos nunca lo tomarían enserio si tuvieran que ayudarlo a entrar a la sala común- Por favor –suplicó.

-Así no funcionan las contraseñas –canturreó la Dama Gorda.

Peter sintió lágrimas calientes amenazando con salir y golpeó sus puños contra el retrato.

-Déjame entrar –demandó, pero la Dama gorda no se movió.

La última cosa que necesitaba era que los chicos lo vieran llorar por estar atrapado afuera de la sala común. Pero aún así no podía evitar que las lágrimas corrieran mientras los pasos y las risas se escuchaban cada vez más cerca.

-¡Peter! –Se dio la vuelta y, con sorprendente alivio, vio que era Bilius Weasley y una chica de sexto año que no conocía- Caray, Peter, te ves terrible. ¿Has estado llorando? –el rostro de Bilius brilló con preocupación.

Peter asintió, decidiendo rápidamente que su mejor opción de venganza contra James y ellos sería aprovechar esa oportunidad lo más que pudiera. Después de todo, los prefectos tenían el poder de otorgar castigos. Si Bilius se sentía lo suficientemente mal por él, podría castigar a los otros chicos por ser malos con él. Así, cada vez que ellos lo tratasen mal, él sólo tendría que amenazarlos con acusarlos con Bilius y ellos lo estucharían y le prestarían atención, como debieron haber hecho desde el principio. Lo dejarían de tratar como un plato de segunda mesa, ¡eso era seguro!

Bilius se volteó hacia la chica. –Parece que me necesitan como prefecto, Amelia –dijo sonriendo- Me encantó haber ido a desayunar contigo. ¿Deberíamos volverlo a hacer algún día? –le guiñó el ojo encantadoramente y ella sonrió, al mismo tiempo que él tomó su mano y besó gentilmente sus nudillos.

Los Merodeadores: Primer AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora