El Plan Frustrado

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Con cada día que pasaba, Sirius se ponía más y más enojado de que nada parecía estarse haciendo con respecto a Quien-Tú-Sabes conviviendo con dos estudiantes en las mazmorras, y se estaba reflejando en su actitud. Estaba siendo bastante altanero, incluso respondiéndole a los profesores.

El profesor Flitwick pareció desconcertado cuando Sirius le gritó durante la clase de la mañana de Encantamientos, pero la profesora McGonagall estuvo mucho menos inclinada a soportarlo.

-Señor Black, le recomiento que cuide su actitud antes de cruzar esta puerta, a menos que quiera una detención –dijo enojada cuando él murmuró algo sobre su falta de confianza en la facultad de Hgowarts bajo su aliento durante Transformaciones.

-Debemos hacer algo –dijo Sirius una noche en los dormitorios. Estaba caminando de un lado a otro mientras los otros tres chicos intentaban desesperadamente dormir, rodando sus manos sobre su cabello despeinado.

-Ve a dormir, compañero –bostezó James- Deja que Dumbledore se encargue, ya nosotros hicimos lo que pudimos.

Sirius negó con la cabeza.

-Ustedes tres no entienden lo malo que es todo esto, lo malo que Quien-Tú-Sabes es... El mal que hace en las personas –frunció el ceño. Ellos no habían experimentado el efecto que el Señor Tenebroso tenía sobre las personas, ellos con sus familias perfectas. Ellos no tenían idea de cómo era vivir rodeado de personas que le apoyaban, no podían imaginar como serían las cosas si todo el mundo le siguieta. Pero ciertamente Sirius podía. Se imaginó a todo el mundo mágico tan despreciable y horrible como sus padres, enloqueciendo y empleando el hechizo cruciatus sobre todas las personas que no compartieran sus puntos de vista...

-No vas a lograr nada caminando de un lado a otro en la habitación, Sirius –dijo Remus pragmáticamente- Especialmente no a esta hora. Descansa.

Sirius no podía descansar, incluso cuando se montó en su cama y subió sus mantas hasta su barbilla sólo para complacer a los otros. Se mantuvo mirando el techo, tratando de decidir que más podía hacer. Fue en las últimas horas de la noche cuando finalmente llegó a la conclusión y, con los comienzos de un plan formándose en su mente, fue capaz de cerrar sus ojos y dormir.

A la mañana siguiente, Sirius se despertó antes que cualquier otro Gryffindor y se escabulló por el castillo, camino a la Lechuzería. El sol estaba saliendo sobre las montañas y una luz dorada reflejaba el pliegue de las plumas de los págaros que llenaban filas y filas de perchas en la torre. Él buscó alrededor hasta que encontró una linda y pequeña y la llamó para que bajara, atando una nota que había garabateado muy cuidadosamente en un pedazo de pergamino. Ató la carta a la pata del pájado y la dejó salir por la pequeña ventana, observando como ella sobrevolaba el bosque prohibido.

-Me alegra ver que te calmaras un poco –dijo Remus más tarde, cuando los chicos se estaban alistando para ir al Gran Comedor para el desayuno.

Sirius simplemente asintió.

En el Gran Comedor, los chicos estaban comiendo sus granos y tostadas cuando las lechuzas entraron volando para dejar las entregas del correo matutino. James fanfarroneaba sobre una caja de salamandras de cereza que su madre le había enviado cuando Sirius repentimanmente dio un respringo, sus ojos abiertos con emoción. Remus miró sobre su hombro para ver qué había emocionado tanto a Sirius, pero no encontraba nada.

-¿Qué sucede, compañero? –preguntó él.

Sirius estaba sonriendo.

-¡Te diré después! –se puso depie de un salto, lanzando su mochila sobre sus hombros y se alejó de la mesa.

-Esta bien, entonces –murmuró James, negando con la cabeza- Un jodido loco es lo que es.

Remus frunció el ceño, mirando a Sirius mientras éste salía del Gran Comedor. Peter alcanzó las sobras de la comida de Sirius y las echó sobre su propio plato cuando nadie lo veía.

Los Merodeadores: Primer AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora