Estimado Señor 40

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Lena se hundió de hombros sin mayor importancia, quiso disimular por completo el placer que le daba ver al profesor en las fachas menos formales que de costumbre, después de todo, era fin de semana y él un hombre soltero, hasta ahora.

–¿Me dejarás pasar?

David abrió de golpe la puerta y con su brazos le invito a las puertas del infierno una vez más.  Lena lucia tan radiante esa mañana que por un segundo olvidó que el dia anterior se había convertido en piloto de fórmula uno para llevarla a casa.

La miró sin encontrar las palabras precisas para decir  de manera sutil "¿Cómo diablos puedes lucir jodidamente preciosa luego de romperte en llanto?". En su esfuerzo, sólo la miró por otros segundos.

Lena le atajó la mirada y casi ignorando por completo los motivos obvios, se puso de manos a la cadera y le guiño un ojo

–¿Crees que hace demasiado frió para un vestido?

Pero le ganaron sus ansias de tocarla y sabia estaba en tierras seguras. La jaló de la cintura hacia su cuerpo y la  sostuvo entre sus brazos inspirando en su aroma por poco el calma. Lena dejó caerse en el profesor, apoyó su cabeza y manos en su pecho esperando a que él se decidiera a soltarla.

–Por Dios, me mataste del susto ayer.

–Lo siento, David.

Él sostuvo entre sus manos las mejillas ahora levemente cerezas de Lena.

–¿Por qué no me contaste? Te hubiese llevado a un hospital, no sé...

Lena tomó las grandes manos del profesor y las posó en las suyas. En señal de agradecimiento depositó un beso suave en ellas.

–Eso ya pasó, lo tengo más controlado.

David prefirió creerle, iluminaba otra vez llama en sus ojos y pasión en su tacto.

La observó acomodarse en su sofá, el lado derecho ya tomaba forma de su cuerpo.

Volvió con un café cargado y otro con leche para Lena, calentó sus manos y se dispuso, en otro sincericidio,  a que si Lena abría su baúl de secretos con él, él lo haría con ella.

Lena bajó un poco la mirada, se hundió en su taza de café por un rato hasta que casi a la fuerza habló.

–No pienses que estoy enferma, o soy rara...o débil.

David se acercó a ella, pescó con su pulgar e índice el mentón de Lilith para ponerlo a la altura que merecía, sus ojos y los de ella frente a frente.

–Jamás podre ver como débil a la única chica de mi clase que me desafía con mejores argumentos que los míos.

Ella sonrió y se animó a besar su labio inferior.

–Y me llevas casi diez años de ventaja, Lenner.

David acarició su mejilla y ella hundió su cara en la palma afirmando su antebrazo con las manos.

–Me gusta sentirte así.

Lena estaba dócil como un suspiro. Lucia infantil, delicada y mimosa. Por un segundo, tuvo el mal deseo de que sacara esa faceta más a menudo,. Aunque adoraba a su Lilith llena de odio y sexualidad, esta pequeña Lena era un gatito enrollado en sus brazos.

–Iré a cambiarme, no tardo–dijo el profesor haciendo el intento de ponerse de pie.

–Espera.

David volteó, Lena se aferraba a su brazo casi con nostalgia. Juraría a detalle que en su boca se hizo un mohín para convencerlo de que otro atuendo era un plus innecesario.

–Quédate así, me gusta.

David arrugó el ceño, pero al ver a su Lena niña pequeña, opto por seguir sus deseos y acostarse a su lado en el sofá ¿Romanticismo? Demasiado ¿Algo cursi para él? Podía serlo aun más, pero solo por esta ocasión, pensó, se sometería a los deseos de afecto de Morgan que quizás, eran compartidos.

Apenas caían los dos en el sofá, es por eso que en ese momento se arrepintió de elegir una antigüedad y no optar por algo más amplio. Aun así luego de estar Lilith a su pecho acariciándole los bordes de cada letra que componían la frase "Facultad de Literatura" el espacio no fue problema, encontró la calma.

Se dio el derecho de acariciar las ondas de su cabello un rato, hace tiempo no sentía el calor en el pecho de tener a alguien escuchando su corazón, mucho menos por la mañana, sin sexo previo y sólo por que sí.

–¿Por qué quisiste ser maestro y no escritor?–soltó Lena sin dejar de dibujar caminos en su pecho.

David aclaró su garganta, aunque simuló nunca pensarlo, siempre esperó que Lena lo preguntase.

–Sin contar lo muy obsesionado que estoy con los clásicos pues...quiero abrir mi propia escuela.

Lena sonrió  levantando la cabeza hasta estar frente a él apoyándose sobre sus manos

–¿De verdad?

David asintió sin dejar de jugar con su cabello.

–¿Para niños?

David balanceó su cabeza y arrugo sus labios.

–Pues si, pero en general, Lena. Enseñarle a leer y escribir a quien quiera hacerlo, sin importar su edad.

–¿Dónde podrías enseñar?

Entonces su reacción sería la definitiva. David recordó la cara de Tessa al pisar el muelle de Las Almas por primera vez, y también su cara de incomodidad cuando le planteó la visita en la cena de la noche anterior. No sabia que sería peor, si Lena respondía con asco e incomodidad le serviría para convencerse definitivamente de que ella no era diferente a todas las mujeres que había conocido. Sin embargo, si su reacción era la que en el fondo de su corazón esperaba, estaría atrapado en las garras de Lilith hasta que ella decidiera arrojarlo fuera de sus territorios.

–En el Muelle de Las Almas ¿Lo conoces?

Ella negó interesada apoyándose en su pecho, aun tenía posibilidad.

–Pues, la mayoría de ese pueblo es analfabeto, las escuelas están demasiado lejos y no hay profesores que quieran dejar la ciudad para trabajar a las lejanías. No hay comodidades, a gente vive de la tierra y casi no hay urbanización cerca.

A mitad de historia, los ojos de Lena se iluminaron ante los sueños ocultos del profesor, esbozó una sonrisa infantil como si contase un cuento de hadas antes de dormir.

–...quisiera pronto retirarme de la docencia en ciudad y con algo de dinero, escapar al pueblo de Las Almas y  hacerme viejo allí.

–Eres un hombre noble, David.

Seguido de sus palabras planto un casto beso en los labios del profesor.

–Me encantaría enseñar Artes en el pueblo de Las Almas, señor.

En esa frase aplicó Lilith su mejor técnica, el compromiso con el profesor. Aunque la madurez del treintañero no le permitía fantasear de otra manera que no fuese la sexual con mujeres desde hace años, por su mente un cameo de Lena repleta de niños manchados con pintura y de él observándola fuera de un salón fue suficiente motor para tomar en sus manos a Lena y besarla a quitarle el aliento de su intensidad que la invitaba a quedarse en sus proyectos.

¿Estaba ilusionándose con ella? Quizás, pero valía la pena aunque luego pudiese caer. Sabía que Lena en un par de meses buscaría una universidad, estudiaría arte, conocería a un montón de tipos liberales y con diez años de menos kilometraje que él y jamás volvería a verla, pero el devolverle a su mente la esperanza de no terminar hundido en la soledad, lo valía.

Estimado SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora