David acarició los rostros de la fotografía, ciertamente el doctor Michell tenía razón, no tenía la pared frente a su cama llena de ellas así por así, sin más. Eran un recuerdo, una nota de memoria de cosas que creía no debía olvidar.
–Gracias, Lena –contestó buscando sus ojos– me traes de vuelta.
Lena se sentó nuevamente en su regazo.
–Te condenas demasiado duro, David.
–La vida me ha enseñado a ser duro ya sabes, en la mayoría de las cosas que hago–contestó mordiendo el lóbulo de su oreja lanzando un leve rugido.
Haciendo palpitar los muslos de Lena, ella a pocas ganas dejó pasar los antojos sexuales del profesor por una conversación seria. Sabía David evitaría verse débil ante sus ojos, pero conocía que el profesor sentía mucho sin decir nada. Lo cobijó esta vez como un niño pequeño y dejó caer la cabeza del profesor entre su busto como buscando consuelo.
–De verdad gracias, Lena –musitó el profesor depositando un beso en su mejilla.
–Comamos algo ¿Sí? –dijo mimosa jugando con el cabello del profesor– después empezamos con geografía.
–Cariño, soy un asco en geografía –bufó David.
–David, sólo tienes que ayudarme con preguntas y despertarme mañana a las seis treinta.
–¿Has estudiado?
Lena ladeó la cabeza en un indeciso sí causando reprobación en el rostro de David.
–Aun me falta–declaró con mohines tristes.
–Cena y estudia –sentenció David dando palmaditas en sus piernas– escuché que tendrá nueve páginas.
–Como usted diga, señor Lenner –dijo montándose en sus piernas y besando su frente– pero necesitaré de tu ayuda.
Se resignó a sus mimos y a sus besos de infanta convencedores, después de todo, se había pasado la tarde entera cocinando para él y logró recordarle que si bien ella era la razón de quedarse en la ciudad, le había devuelto las ganas de cumplir sus sueños fuera de Chicago.
A las tres de la mañana las sábanas se hicieron pesadas en sus piernas empezando a quemarle hasta el dorso, otros inesperados treinta grados. En sus sueños, estaba atrapado por arena caliente en todo su cuerpo en pleno desierto, al despertar sólo eran colchas demás. El profesor se deshizo de ellas procurando no desabrigar a Lena exponiéndose sólo en bóxers a la noche, después de fregarse los ojos decidió que ya no podía seguir durmiendo. A pesar de tener a Lilith en un séptimo sueño abrazada adorablemente a la almohada, pidió permiso besando su frente para ir a la cocina por un vaso de agua; ante los infiernos por los que ella había pasado, las altas temperaturas no serían impedimentos a su sueño, para el profesor sí. La oscuridad de sus terrenos no eran dificultad, conocía su piso aun con los ojos cerrados sólo tanteando el papel tapiz de las paredes. Untó las manos en el agua que goteó de la llave luego de beber un vaso de agua, aun al desnudo se sentía ahogado. Entonces recordó que ante noches ansiosas sin sentido, el aire fresco y un cigarrillo de canela le harían volver a los brazos de Morfeo. Por fortuna, la altura de su piso y lo desolado de su barrio le permirían estar medio desnudo, apoyado en un barandal haciendo a la fuerza funcionar un encendedor sin gasolina.
–Maldita sea –resopló al tener su pulgar colorado de sólo chispas.
La puerta del cuarto se abrió, pudo escuchar su crujir desde afuera. Metió la mitad de su cabeza por el ventanal haciendo silencio por si descubría los pasos de Lena acercarse, no hubo mas sonidos. Resignado y ya con algo de frío para sus pintas, volviendo a su inalcanzable batalla por un poco de fuego otra vez, esta vez sintió pequeños estruendos mas cerca.

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Estimado Señor
Mystery / ThrillerMe sumergí en tus infiernos y no conseguí volver, Lena.