Cruzó la calle abrochando los botones de su abrigo con temor a convertirse en algo más tenebroso que en una estatua de sal si volteaba a mirar hacia atrás, sería una tonta chica enamorada. Reconoció la placa frente a su casa, el doctor Dallas venía por ella y su chequeo mensual que no arrojaría los resultados esperados ¿Era demasiado tarde si bebía unas pastillas antes de ingresar a casa? Estupideces, ya lo había fregado.
Intentó alisarse el cabello con las manos y deshacerse de los restos de mascara de pestañas que oscurecían aun mas sus ojeras, pero fue inútil cuando Alma abrió siquiera antes de tocar.
Todo en su rostro delataba nerviosismo, en bata de dormir aun entrecerró la puerta y miró hacia alrededor, por fortuna el auto del profesor ya no estaba cerca.
–¿Tienes la más remota idea de lo preocupada que estaba?–masculló Alma jalándola del brazo–El doctor Dallas está aquí y no está contento con no saber donde estabas.
–Estaba segura, abuela–dijo sin remordimiento Lena. Se soltó de las manos de su abuela intentando no ser violenta y atravesó el umbral divisando de espaldas a un viejo amigo sentado en el sofá de su abuelo.
El doctor Dallas fue quien trató su depresión el dia que Lena huyó de casa, fue también él quien atendió sus primeras crisis de pánico y visitaba su casa una vez al mes a conversar con ella y Alma a resolver inquietudes y a alternar dosis y medicaciones para lo mismo.
Alma le había adelantado que su último episodio había sido ya hace un tiempo y que por fortuna un amigo –lo que quedaba mejor visto a decir un profesor– había traído en coche a Lena para que su abuela pudiese seguir el protocolo indicado por el médico en caso de que la caoba fuese presa del miedo sin sentido que la atormentaba de vez en cuando.
–¿Cómo vas con la Olanzapina, Lena?
Empezó a buscar pelusas imaginarias en su pantalón intentando no mostrarse culpable de abandonar el medicamento sin ni una sola semana de probarlo. Miró al doctor desinteresada moviendo la cabeza como un perro taxista y se hundió de hombros.
–¿Has notado algún efecto secundario? ¿Mareos, náuseas?
–La primera semana estuvo enferma –interrumpió Alma– pasó el día en cama pero luego estuvo mejor.
El hombre tomó nota del comentario de la anciana y miró a Lena confirmando la declaración, ella sólo volvió a asentir.
–Me gustaría que fueses a visitarme, Lena.
–¿Por qué? Habías dicho que ya me encontraba mejor.
En ese mismo instante dudó de las intenciones del doctor. El hombre se inclinó hacia delante y observó a Alma antes de mirarla como pidiendo permiso para declararle algo importante, puso las manos en ojiva y se acercó a ella.
–Tu abuela me comentó que Arana a estado causando problemas.
Lena exhaló con enojo, le parecía insólito que incluso su médico de cabecera durante toda su vida tuviese algo que ver o siquiera estuviese interesado en las nuevas fechorías de su gemela en quien sabe que lugar del mundo.
–Hace mucho tiempo que Arana no ha estado aquí, no me interesa hablar de ella, con su permiso doctor–dijo poniéndose de pie de golpe haciendo rechinar el piso hasta un portazo.
No lo hablarían esa noche a la cena, la abuela estaba callada y en ellas solo rompía el silencio los sorbetones que daban sin sincronía a la sopa de maíz que preparó Alma antes de dormir. En la tensión de pedazos de pan remojados en el plato, Lena sintió la mirada inquietante de Alma sobre ella, sin decir nada le exigia a gritos una conversación. Finalmente la caoba cedió a encontrarse con sus ojos.

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Estimado Señor
Misterio / SuspensoMe sumergí en tus infiernos y no conseguí volver, Lena.