Estimado Señor {12}

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-Me otorgo el beneficio de la palabra. Estabas en un bar para mayores de edad al que frecuento. Te he visto pasar en no el mejor de los estados forzada por un punk de metro ochenta hasta la salida- dudó si seguir, apretó el puño y miró al techo- decidí seguirte por instinto a la salida. Al verte ahí, en peligro, sólo hice lo que cualquier profesor con valores haría, sacarte de ahí- volvió a mirarla, parecía perdida en la historia.

-No sabía tu dirección y o estabas consciente ¿Dónde más te dejaría que en mi piso? Claro está que hice lo mejor posible para que mi morada fuese algo digno de visitas pero despiertas, me acusas de tener sexo contigo delante de mi mejor amigo y tienes el descaro de besar a tu maestro a cargo ¿Me equivoqué en algún detalle?

Rojo rubí, escarlata o  frambuesa fuerte, no habían colores para describir sus mejillas. Recordaba incluso lo que no había  logrado traer a su memoria antes de dormir. Claro estaba, la pelea, él y ella. Por Dios. Todo era cierto.

-Bebí un poco- musitó con vergüenza.

-Estabas drogada Lena –corrigió despacio- Escucha sé que estas en una etapa de experiencias y tal pero por Dios no arriesgues tu vida, ¿Vale?

Algo parecido a una sonrisa apareció en su rostro. Era esa en la forma en la que los demonios dan las gracias, una Mona Lisa perfecta. Él si se atrevió a sonreír ¿Esto era todo lo que temió? ¿Todo bien ahora?

-Gracias, lo siento.

-Lo siento, Gracias.

Con los libros en los brazos se volteó a la puerta, no podría haber sido la más humillante de las acusaciones en su contra. Se tacteó las mejillas, mierda, ardían como el infierno y de lejos parecían pequeños tomates de huerta.

-¡Eh!

Ella volteo.

-Has dejado...has dejado tu chaqueta en mi piso...traerla me parecía pues...causar malos entendidos.

Ella asintió.

-Iré por ella a su piso, señor Lenner.

La vio alejarse otra vez, ¿Por qué no podía tener esa actitud sublime todo el tiempo?

Se resguardó las manos en los bolsillos de su pantalón y suspiró. Un lío de faldas menos.

Mentiría si dijese que no sintió pena por la soledad que emanaba de cada pared y libro del lugar. Se sentó a mirar detenidamente y a contar cada uno de ellos. Doscientos setenta y tres y algunas revistas, contó. Era lo único que allí abundaba. Por instantes se sintió tan solitario como estresado, era consciente que desde Tessa nadie se quedaba en el piso más de una noche y mucho menos tenía interés en su cuidada estantería.

Bebía cada vez más, leía cada vez más y la idea que quedarse solo ya se asentaba en su vida. Aunque nunca temió llevar la vida de un hombre solitario, no se cerraba al ciento por ciento a tener a alguien quien le acompañase en el camino a la vejez o por lo menos hasta los treinta y uno. Observó el vaso de coñac, no, realmente no merecía ser amado otra vez. No privarse del cuerpo femenino, que claro está, le era tan adictivo como el coñac bueno, pero se prohibía volver a inspirar el sentimiento en cualquiera de sus sentidos.

Guardó la botella en el bar y estiró los brazos.  Los ojos le carcomían por una larga siesta sin trabajo en la cabeza. Tocaron su puerta y por el ojo de pez la vio.

Cabello ahora liso, su chaqueta negra de cuerina y los vaqueros ajustados juveniles. Bromeó a si mismo, los deberes lo seguían a casa.

Pero en cuanto la vio entrar sospechó que algo no andaba bien. Entró alterada y sin emitir ni una palabra.

-Ya la traigo, ponte cómoda.

-Gracias

Minutos previos en el taxi acomodó la última pieza de su laguna mental, recordaba a Dereck, ¿por que mierda le seguía importando que Leo se fuese con Aranna? ¿por qué le importaba ella,? ¿por qué no desaparecían de una vez por todas de su mente?. ¿Por qué,? ¿Por qué se sentía humillada?

Estimado SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora