Estimado Señor 34

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Y es que Piero tendría las palabras precisas para activarle la culpa o le traería al consciente exactamente los días que él no quería recordar. El parlante del pasado llegaría ese viernes y aunque extrañó como no pensaba que alguien le dijese sobrenombres vergonzosos, quería vivir en una burbuja con Lena por unos días más antes de recordar porqué las chicas menores de veinticinco eran absolutamente un territorio prohibido.

Le prometió pasar a buscarlo al aeropuerto a las ocho y treinta, calculando la hora veinte de examen estaría ahí a tiempo. Lo único que lamentaba de su compromiso con Piero era perder el parte de besos y risas con Morgan en su auto cubierto por la sombra de los manzanos antes de dejarla a cuatro cuadras de su casa. La observó, el cabello le cubría el rostro y movía a toda velocidad su mano para terminar un examen dos niveles mas maldito de lo que le comentó la semana pasada, quizás hasta ella lo odiaba un poco en ese momento.

De todas sus aventuras, Morgan se llevó el cartel del estrellato. No sabía si era porque era a la primer mujer después de Tessa a la que le ofreció las llaves de su librero o dio el permiso exclusivo de usar su cafetera europea o quizás era el simple hecho de que nadie le había dejado notas con chistes aburridos en su computadora sólo para hacerlo reír. Nunca pudo considerarla una más, quizás eso sería lo más difícil de algún día olvidarla. Se odió por dejarla cruzar el umbral de su puerta la primera vez, aunque fuesen sus brazos los que la cargaron hasta allí.     No se permitiría el derecho a pensar que necesitaba a alguien aunque supiese que así era, eso pretendía, pero jamás resultó.

¿Cuánto duraría? Otra de sus dudas existenciales le robó el tiempo restante, nunca empezaron, quizás la primera vez que la besó, o que ella estuvo en su cama. Quizas fue el día de su cumpleaños, o quizás cuando la conoció, fuese cuando fuese estaba destinado a terminar no muy tarde. Lena se graduaría, iría a la universidad y él se quedaría allí trabajando quizás por unos años mas, sin volver a conocer a otra Lena Morgan.

Su orgullo lo obligó a dejar de mirarla casi extrañando, aclaro la voz y se alejo del escritorio. Racionalizó que su trabajo como maestro y la melancolía detrás de ser los que siempre se quedan tampoco duraría en el mejor de los casos. Aunque aun pagaba deudas universitarias y la casa que jamás habitaron con Tessa, pronto podría cumplir uno de sus sueños mas ocultos detrás de su corazón de hierro.

Se posó en la ventana de brazos cruzados buscando de donde surgía un eco agudo. A lo lejos, los niños de primaria tenían hora de descanso en el patio y le activaron uno de sus sueños mas escondidos ¿Era ser padre? Sencillamente no, pero su mejor recuerdo junto al suyo había ocurrido hace ya más de veinte años, paradójicamente cuando quizás Lena aun vivía en brazos de su madre.

 Recordó a su padre con la cabellera oscura, sin tantas arrugas y sin bastón. Solían ir de pesca iniciando la primavera, se llenaban de cubetas, de cañas y anzuelos, un sándwich de jamón y algún refresco. Antes de entrar a la adolescencia solían llevarse tan bien como para pasar horas y horas sentado en el muelle de Las Almas bromeando sobre su madre y cómo los Lakers ganaban otra temporada. Eso no era lo más especial, recordaba que de vuelta a casa su padre se detenía a conversar con los aldeanos. Eran gente humilde, recordaba sus vestimentas rasgadas, a los niños de su edad jugar descalzos y repletos de barro que  muchas veces lo incomodaron en su inocencia de niño de ciudad. A medida que pasaban los veranos, se volvieron parte de su vida y a los quince años descubrió que podía  enseñarles a leer a las personas. Fue ese día que descubrió que la vida de adulto se volvía más esperanzadora si podía enseñarle al resto lo mismo que su abuelo a él, leer a Dante o en sus principios a Shakespeare le hicieron aceptar sus deseos de educar. 

Se prometió que en cuanto pudiese tener más dinero, o más importante, el tiempo suficiente, se iría a vivir a una casa cercana al Pueblo de Las Almas y fundaría su propia escuela, quizás pequeña al principio, pero vivir lejos de todo lo oscuro de la ciudad y sólo vivir en las tierras en donde recordaba a su padre como un buen hombre.

Los taconeos le activaron otra memoria recordó la primera vez que Tessa pisó el Pueblo de Las Almas y como su tacón Gucci se perdió en un charco de lodo. Luego sólo vinieron gritos y reclamos de lo enfermo que era para ella que David pasara un fin de semana reparando viejas casas de adobe en un pueblo sin señal ni WIFI. Ahora lo recordaba con risa, en ese momento su amor por ella disminuyó, la imagen de los niños del pueblo tristes que esperaban la visita del profesor y su novia con algunas flores silvestres en el espejo retrovisor fue la segunda cosa que David jamás pudo perdonarle a su ex prometida, la primera era su infidelidad.

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