Estimado Señor 39

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Dentro de la consulta del doctor, una rítmica vibración  le nublaba el paisaje. Despertó, en plena oscuridad y sólo divisó ,abriendo sus ojos con puntadas, los números rojos del despertador. Eran las dos de la mañana. Se frotó rápido los ojos y contestó sin mirar.

–¿Profesor?–susurró una voz del otro lado. David se despertó de golpe, se sentó en la cama activándose de golpe ante la esperada llamada

–¿Lena?

–Sí–continuó susurrando– Sólo quería decirte que estoy bien, fue una crisis y no, no tienes la culpa de nada.

De inmediato su cuerpo se relajo, sintió que incluso el aire entraba mas ligero a sus pulmones. Sus latidos se hicieron más lentos, Lilith estaba bien y aunque menos importante, sin malas noticias de embarazos no planificados.

–¿Estás bien ahora?

–Ujum.

David suspiró, volvió a mirar la hora en el reloj.

–¿Por qué llamas tan tarde?

–Mis medicinas, a veces me hacen dormir.

David se quedó en silencio.

–Lamento no contarte esto antes, y mucho más que sea por teléfono.

David se fregó mas fuerte los ojos y aguantando un bostezó sonrió, desde el otro lado de la línea sabía que ella igual sonreía.

–Me tuviste preocupado, Lena.

Sintió que ella rió detrás, el calló a escuchar un ratito su respiración. Ninguno de los dos quiso cortar tal que David volvió a recostarse, cerrar los ojos sin soltar el teléfono de su oreja.

–¿Puedes venir por mi mañana?

–Este...–titubeó el profesor–como que no le agrado a tu abuela.

Lilith lanzó una carcajada que irrumpió la noche entre ambos.

–Pues no, cree que intentas acosarme y que tienes malas intenciones conmigo.

–No puedo garantizar que lo último es mentira, Lilith.

–Entonces la montaña irá a Mahoma.

–Prepararé café.

Lena rió mas bajito y en un suspiró dijo:

–Hasta mañana, profesor.

Hace años no usaba vestido, pero esa mañana quería expresarle las gracias al profesor incluso con su vestimenta. No era un vestido provocativo ni mucho menos ceñido. Se miró al espejo y vio ante él una Lena incluso infantil, pero se sintió segura. Aplicó un poco de labial y caminó a besar a Alma en la mejilla.

La anciana no recibió tan bien en saludo, casi trapicando su café se sorprendió al ver la repuesta de Lena en menos de nueve horas. Expresando su enojo por la desobediencia de Lena ante la orden de reposo de su médico tratante hizo cada vez mas fuerte el golpear de sus yemas arrugadas con la mesa.

Lena le sonrió como si nada y se observó en el reflejo de la nevera. Luego le atajó la mirada

­–­Por Dios, en serio estoy bien.

La anciana negó con la cabeza y entonces Lena se acercó poniéndose de cuclillas a la altura de sus rodillas. Tomó sus manos y besó su anillo de bodas.

–Por el abuelo, te juro que ya estoy bien–dijo en un tono infantil

–El doctor dijo dos días enteros de descanso, Lena.

Ella se hundió se hombros.

–El doctor también dijo que Aranna era muy inhibida y pues, escapó de casa y con mi novio antes de los dieciocho.

Su abuela pareció enternecerse con su declaración. Acariciando las pálidas mejillas de su nieta besó su cabeza.

–Júrame que llamarás y si tienes problemas, vendrán enseguida a casa.

Ella asintió pero casi sin espacio a despedidas corrió por el pasillo hasta la puerta haciéndola retumbar al irse.
No habían ya rastros de la Lena inmersa en la tristeza que ayer la había reemplazado.

Aunque el frío se levantaba cada vez con más fuerza, y le helaba las mejillas, necesitaba contenerse en sus azules y pedirles perdón. Por más extraño que pudo haber sido para Lenner, no sintió mayor pudor que no explicarle antes que ya desde hace años sufría de crisis de pánico y episodios de angustia en donde toda su mente se desvanecía en miedo y tristeza.

No quiso comentarle a Alma que ese mismo día, dejó su bolsa en el auto del profesor. Cómicamente, estaba destinada a siempre dejar dejas indicios de sus visitas en escenarios relacionados a Lenner.

Al llegar al primer semáforo cerca del piso del profesor el rojo le permitió hurguetear en su bolso buscando sus medicinas, no había nada. Por más que hizo juicio a su memoria no pudo recordar de inmediato que el lunes había cambiado todas sus pertenencias a la bolsa marrón grande, incluidas sus medicinas.

¿Se afligia por tomarlas? Claro que no, se propuso dejarlas hace ya un tiempo. No iba a dejar, según ella, que la vida se le pasara tras un filtro de dopación médica que ella decía no necesitar en lo absoluto, pero conociendo a su abuela y su curiosidad por su salud, todo los días botaba una píldora en el camino para que en caso de sospechosos, Alma pensara que si las consumía.

En el ascensor se apoyó en el fondo, ante ella el reflejo metálico de las puertas la hicieron ver más pequeña de lo que era, así se sentía, pensó. Cuando David estaba junto a ella se permitía, por unos segundos, ser un poquito más frágil. Ya sea a su sexualidad o simplemente a su cátedra infinita de literatura inglesa. Se dejaba posar en sus manos por unos minutos hasta que le placiera defenderse y volver a ser ama.

Toco la puerta del profesor dos veces. Nadie abría. Intentó en vano asomarse por el ojo de pez pero solo vio un montón de polvo del otro lado ¿Estaría durmiendo aun? Tocó otra vez.

–¡Qué ya voy, niñato!

Lena arrugó el ceño con el puño expectante a otro golpe, el profesor tendría mas visitas. Aprovechando la identidad otorgada, golpeó más veces aumentando la velocidad y la fuerza para que el profesor se apresurase en abrir.

Sintió sus pasos firmes y molestos del otro lado y casi sin poder ocultarlo esbozó una sonrisa infantil expectante a que abriese la puerta.

–Eres realmente un....

El profesor levantó la vista, nunca Piero se había visto tan bien. Se sonrojó un poco al pensar que estuvo apunto de insultar a su Lilith por mera equivocación, eso antes de sonrojarse por completo al recordar que sólo llevaba un pantalón deportivo y una camiseta vieja de su universidad.

–¿Lena? No te esperaba tan pronto por acá–dijo sorprendido.

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