Estimado Señor 33

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Dieron permiso al tiempo para hacerse omnipotente en sus vidas. El asiento de copiloto ya no olía a cerveza vencida ni a tabaco de canela. Poco a poco Lilith dejaba su esencia impregnada en cada viaje que a escondidas de Alma, daban los viernes al mirador. Se dio cuenta que ella estaba calando más hondo en su vida cuando un lunes de diciembre, subió a su auto como cualquier día, arregló de manera obsesiva el espejo retrovisor, se enfrentó a sus azules, ¿Era su idea o se sentía más joven? La idea de robarle la vitalidad aunque fuese en una manera metafórica a la caoba lo conmovió.

Trató de dejar la idea fuera de su auto al cerrar la puerta. Dejó la carga de revisiones bibliográficas en el copiloto, y sabiendo aun que iba tarde, se dio el permiso para imaginar que en ese momento daría lo que fuese porque la silueta de Lena se hiciera real e irse de la ciudad por un rato, quizás por bastante, bastante rato.

Las mañanas de clases de literatura se rindieron al peligroso juego Lenner-Morgan. Era así: Cada mañana Lenner aparcaba su auto en el último estacionamiento alejado de cualquier edificio del instituto casi a las faldas de una colina en la que todos sus alumnos bebían después de clases. Bajaba con sus mejores dotes actorales y simulaba no importarle caminar cinco minutos extra al salón. Observaba hacia los manzanos que cercaban la separación entre la primaria y su lugar de trabajo y esperaban unos minutos. Seguido del drama, Lilith hacía su entrada guardando en su bolsa una tela vieja y manchada de pintura que hacia llamar delantal de ayudantía.

Se le acercaba con aires de inocencia hasta una distancia prudente, era ahora cuando él le sonreía, la esperaba unos segundos pretendiendo que el cuello de su camisa no estaba los suficientemente planchado hasta que la sombra de la caoba estaba dentro de su radar.

–Morgan–decía casi en susurro.

–Profesor– asentía.

Se llevaba las manos a los bolsillos y observaba la distancia, tal vez unos treinta centímetros de distancia entre sus converse negras y los zapatos de gamuza marrón del profesor. Había aprendido a leer poco a poco su corporalidad, su altura y tamaño eran pocos para disimular que Lenner deseaba besarla tanto como ella a él. Le indico el camino con la cabeza y simuló ayudarle con la carga que llevaba bajo el brazo. Lenner alzó las cejas.

–¿También dejarás una manzana en mi escritorio? Sabes cuanto odio a los alumnos lame botas–bromeó Lenner acomodando su portafolio sin soltar el café humeante.

–Me perdí en lo último ¿Lame qué?

Los chistes con doble sentido de Lilith hacían el camino hacia el salón otro deleite para él. Era una travesía de diez minutos en las que sus caras tenían que mantenerse serias, con leves permisos a una sonrisa social para que nadie sospechaba que en su dialogo, sólo habían planes para el fin de semana.

En los inicios de diciembre, la única persona que en el fondo de su corazón quería al profesor treintañero y jodidamente exigente de literatura, era Lena. Los exámenes de diciembre de el profesor Lenner causaban conmoción colectiva y convocaban a más de un ritual satánico para aprobar. Podía sentirlo en el aire. Cómo amaba la sensación de miradas inquisidoras a sus espaldas, de susurros de que su exigencia se remontaba a sus deseos frustrados de escritor, que aunque cruel podía ser válido, y que la única manera de aprobar con él no incluía más que chantajes sexuales. Lo último lo descartaba, nunca llegó a sentir atracción sexual por alguna otra alumna del salón que Lena Morgan, de otras asignaturas, se reservaba derechos. Se llenó de bienestar al sentir el odio hacia su persona en el ambiente. Sublimaba el desprecio de sus alumnos y se sentía pleno de tenerlos en esa posición, quizás esa era la razón del por qué se sintió incontrolablemente atraído por Lena cuando la conoció.

–Ochenta minutos, sólo acepto bolígrafo y no corregiré nada que incluya más de cinco faltas ortográficas. Renunciad a toda esperanza–sentenció citando a Dante. Se arremangó las mangas hasta el antebrazo y se apoyo en su escritorio. Ni el aleteo de una mosca rompía el silencio.

La observó, Lena aprobaría. Y renunciando a sus deseos de que repitiese curso y tenerla  para el en verano sabía que lo haría, tenía pruebas recientes. En su última encuentro se vio interrumpido a acariciarla por unos minutos más por la alarma de Morgan para volver a casa a repasar sus apuntes. Lo recordó con gracia, la enfrentó con ternura diciéndole que era un pequeño ratoncito de biblioteca, ella contestó que su nuevo profesor era un tacaño que gozaba con el sufrimiento de las almas jóvenes y tenía absoluta desconsideración con las aventuras nocturnas de sus alumnas, él estuvo de acuerdo y la besó.

Observó el calendario, mentiría si dijese que no aprovechó que Piero estaba de viaje para abrir las puertas de su casa una vez por semana a un café con Morgan o un cigarrillo escuchando los Cigarettes After Sex. ¿Sentía vergüenza? No, pero sus ganas de por fin romper casillas y reglas de nuevo le llevaron a ocultarle a su mejor amigo que más que tener sexo casual con una de sus alumnas, la necesitaba poco a poco mas en su vida. 

Estimado SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora