Le atravesó los ojos con miedo, se sentó lejos. La puerta de las Morgan azotó el umbral a empujo del viento, ahí estaba. La vio borrosa, como si tuviese los ojos llenos de lagrimas, quizás lo estaban. La sombra alargada de cabello lacio caminó hacia ella, no pudo moverse. En intentos sofocantes gritó a su abuela que su cuerpo entero no respondia a sus órdenes y que estaba presa de un ente que cada vez se acercaba mas y mas hacia ella. Recordó empezar con movimientos suaves desde la punta de los pies hasta activar su torso, manos y muñeca. Había despertado.
–Lena –susurraron al viento.
Se levantó de golpe con la frente empapada en sudor, su corazón quería escapar de su pecho haciendo doloroso el respirar, tenía las manos temblorosas. Intentó calmarse al descubrir que estaba en casa recostada en el sofá del abuelo sin otra amenaza más que el gato obeso de Alma echado a su lado y mirándola sin interés. No debía dormir totalmente de espaldas dijo el doctor Dallas, así evitaría las paralisis de sueño.
Arrancó una hoja de papel de cocina y se limpió la doble ojera que dejaban los residuos de máscara de pestaña bajo sus párpados.Deseaba estar con David en ese momento, sin embargo no quería más malas impresiones ante los conocidos del profesor, ser la cría promiscua que cree tener el control era un papel que desempeñaba mejor Arana.
Luego de un segundo vaso de agua y recobrando el aliento, dio cuenta de que en casa no habían mayores ruidos que el chispeo de la leña en la chimenea y los ronroneos del gato, Alma no estaba.Tocó a su puerta dos veces y al tercer intento apoyó la oreja tras la puerta, silencio perpetuo. Estaba claro había salido lejos, había llegado hace casi dos horas luego de dejar al profesor y la anciana ya no estaba.
De pronto, por las venas y su sangre surgió su virus fatal, la curiosidad. Casi sin sentido, entró abriendo la puerta volteando la manilla tan lento como pudo, el cuarto de la mujer estaba completamente oscuro. Encendió uno de los focos que adornaban la pared al lado de la puerta, luz tenue.La cama de la anciana yacía deshecha, curioso a sus manías obsesivas de tener todo en orden y limpio. Lena frunció el ceño, sobre la cama, una oxidada caja costurera con una ilustración dos muñecas rusas en un fondo lleno de camomilas.¿Podría simplemente ver? Se sentó en el borde de la cama y con miedo a que la anciana pudiese teletransportarse y decubrirla procupó no mover nada de su lugar.
Llamó su atención un folio amarillento con letras en imprenta, los reconocía, eran los informes que Alma llevaba del doctor Dallas a sus otros médicos tratantes, Morgan Elenna, 15 años. Dejó su mano tensada en el aire, se dijo a si misma que si llegase a tocar la primera hoja de ese documento no pararía de leer las impresiones que dio al doctor Dallas la primera vez que llegó a urgencias con la muñeca derecha vendada de gasa para evitar la hemorragia, mal recuerdo y ante las dudas, sabía que todo allí era pasado.
Volteó a la otra esquina de la cama, dos cheques sin cobrar a nombre de Alma por la cifra de 3.000 dólares, el remitente era inextensible. No pudo hacer un panorama general de la situación, mucho menos entender que hacia Alma ya a las once de la noche fuera de casa y sin su abrigo.Se retiró del cuarto con mas dudas que respuestas y decidió a llamarla, tres timbres y corto ¿Estaría en problemas?.
Justo cuando buscaba su nombre en las llamadas recientes las campanillas de la puerta sonaron, la puerta se cerró.
–Gato...que cómodo estas regordete–balbuceó Alma.
De pronto calló, Lena asumió que la anciana había descubierto su bolso tirado en el suelo en señal de que estaba en casa.
–¿Lena?¿Cariño, estás en casa?
–Ya voy–contestó simulando acabar de despertar.
La anciana aun acariciaba el lomo del gato recostado en la alfombra. Lucía cansada y llevaba varios pelos rebeldes de su peinado, por un momento Lena pensó que esto era producto de un hombre tras su abuela, sin embargo, al no encontrar ni una pisca de felicidad en su rostro, desecho la idea.
–¿Dónde andabas, Alma?–preguntó Lena sin gracia.
Alma bufó.
–Al parecer es realmente incómodo estar del otro lado, ¿Verdad, cielo? –contestó sin dejar de acariciar al gato.
–Pareces cansada.
–Fue un largo día, cariño –contestó poniéndose de pie.
La miro unos segundos y sonrió sin ganas, saco de sus arrugadas manos unos guantes de lanilla oscura y los dejo caer al sofá.
–Iré por un baño de tina, pidamos algo de comer.
Lena no respondió, por milésima vez en la semana su abuela se comportaba extraña y sin emociones. Miró su bolsa, si tan solo el abusar de la confianza de Alma no removiese toda la culpa en su cabeza hubiese hurgado demás ¿De donde salía el dinero y por qué había revisado otra vez sus informes?
Se tentó a llamar a David, marcó los primeros tres números de su teléfono hasta que recordó estaba con compañía, y parecer una damisela en apuros tampoco le iba bien a su imagen.
¿Qué tendría que ver Ara en todo esto? Estaba claro que desde que atravesó su contacto de cartas anuales a correos pseudo amenazantes y emboscadas falsas a la policía, Alma no era la misma, tampoco ella lo era. De pronto, revivir el duelo de Ara le volvió al cuerpo.
A veces, las personas vuelven para hacer aun mas daño del que hicieron cuando se marcharon.
Su teléfono timbró.
Un número desconocido arrojó la pantalla.
"Nunca te haría daño"
Lena soltó el móvil haciendo rebotar la batería a dos metros lejos de ella, sus manos temblaron al igual que sus labios y su corazón. Sintió de pronto que la mayor de las Morgan estaba a sus espaldas con una sonrisa que le invadia la mitad de la cara llena de dientes afilados y con un cuchillo alzado dispuesto a atravesarle el pecho. Jamás habrían palabras más falsas que las de Ara, aun así era su otra mitad desde el vientre.
Se puso de rodillas recomponiendo su celular y apenas con su ansiedad contestó el mensaje.
"¿Dónde estás?
El mensaje fue rechazado, el número no existía.

ESTÁS LEYENDO
Estimado Señor
Misteri / ThrillerMe sumergí en tus infiernos y no conseguí volver, Lena.