— Señora Morgan—contestó el profesor sin soltar a Lena aún— preferiría quedarme hasta qué Lena esté un poco más tranquila.
—Estoy bien, David —interrumpió Lena— ve a casa, mañana nos vemos.
David bajo la mirada hasta los ojos de Lena, parecía calma o al menos eso intentaba simular. El profesor la alejó unos cuantos metros de los ojos inquisidores de su abuela para asegurarse de la veracidad de sus palabras.
—¿Estás segura que todo está bien?—susurro sosteniéndola de las mejillas— lo último que necesitas son más problemas.
Lena le ordenó con el dedo al profesor que se acercarse hacia sus labios. Depositó un beso en su mentón y acarició sus mejillas rasposas y heladas.
— Estaré bien, lo prometo señor.
El señor Lenner regaló un beso en su mejilla y la promesa de llamarla esa noche. Se alejó sin dejar de mirarla hasta su auto, a mala gana aceptó marcharse. Lena dio media vuelta al sonido del motor, Alma lucia más cansada que de costumbre. Empezó a preocuparse cuando tras una carraspera pudo dirigirle la palabra.
— Es tarde.
Una vez a dentro y con una infusión con miel para la garganta de la anciana, Lena se puso de cuclillas hacia ella. Alma le sonrió acariciando su nuca como un pequeño gato obediente, pero Lena no callaría más.
— Debes decirme que está pasando.
Dos minutos de silencio contuvieron el inconexo de razones que Alma tendría que rendirle a su nieta.
— Hay malas coincidencias, Lena —declaró a su pesar.
— ¿Aranna está involucrada en esto?
La anciana volvió a callar. Lena comenzó a inquietarse.
— Sólo por favor, deja de meternos a la boca del lobo por protegerla — insistió Lena.
Incluso ante las más sinceras súplicas, Alma parecía rehacía a dejar de hacer lo que fuera que estuviese haciendo a sus espaldas. Para Lena ya era inútil batallar con la necesidad de su abuela de proteger a Aranna y aunque ya esperaba adentrarse en la situación junto a ella hasta que supiese la verdad, dio tregua. Había prometido no involucrarse hasta el final con ella, pero necesitaba respuestas tanto como Alma quería ocultarlas.
— Aranna estuvo en problemas el mismo día en que mataron a Leo, Lena —declaró Alma con un innegable cansancio. Hizo una pausa para torcer un poco más fuerte, Lena pudo contener su ansiedad de saber al ver el estado de su abuela, acarició su espalda encorvada.
— Ni siquiera estoy segura si quiero saber qué hizo Aranna, sólo quiero saber si tú tuviste algo que ver con esto, Alma.
La anciana acarició a su nieta para tratar entre sus dedos arrugados dar un poco de calma a las angustias constantes que se activaban en sus ojos minutos después de las frecuentes visitas de la policía. No contestó, le bastó ponerse de pie y normalizar los hechos al poner un poco de agua caliente en el hervidor.
Lena insistió, no se conformó con restarle importancia esta vez. Se entrometió en el camino hacia el lavaplatos obligando a su abuela a no desviarle la mirada.— Tienes que estar tranquila, me he asegurado de que nadie pueda dañarte nunca más —espetó despejando la cara de Lena.
Alma la dejó en el suspenso de sus dudas y se arremangó las mangas de su suéter hasta el codo, la caoba ya no insistió.
A una botella de merlot estaba de tomar el teléfono y llamar a David para deshacerse de la soga de culpa que Tessa ató a su cuello. Intentó dormir pero la ansiedad le carcomía hasta los huesos. Miro su celular, ¿Seria prudente contarle la verdad por una llamada?
Se sentía un cobarde por no poder mirarlo a los ojos y confesarle todo, era su mejor amigo al que había lastimado en el anonimato de la infidelidad.
Se sentó en la cama oprimido por las calurosas paredes de su cuarto, o quizás solo eran los rastrojos infernales de la visita de Tessa.
¿Cómo le contaría la verdad a David después de ocultarla por años? No era capaz, David odiaba las mentiras tanto y más que las injusticias.
No podía perdonarse, entonces recordó.
Hace años, observó escondido tras una mascarilla quirúrgica y un delantal por las ventanillas tras el vaivén de la sala de emergencias. Pudo ver a mala suerte de su consciencia cuando David llegó e imploraba a la enfermera del delantal de margaritas entras lo antes posible para acompañar a su esposa, ella se dirigió a la sala tan pronto como sus muslos le permitieron. Entonces le ordenaron retirarse e indicándolo, señalaron que el padre de la niña ya estaba dentro. Sin entender nada, pero lo suficientemente lúcida para asumir que el hombre de afuera estaba exageradamente angustiado para ser un tercero más, observó a Piero a los ojos como si quisiera guardarlo en su memoria por mucho tiempo.
Eso fue solo el principio.
Luego de la muerte de Zoé en ese pabellón, no tuvo el valor para quedarse un minuto más junto a Tessa a pesar de que las enfermeras a cargo de la rubia a medias moribunda le reclamaron lo inhumano que era dejar sola a su "mujer" en ese momento.
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Estimado Señor
Mistério / SuspenseMe sumergí en tus infiernos y no conseguí volver, Lena.