Estimado Señor {11}

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-Por favor Ama...sólo déjame ir a dormir...-reiteró. Dejó caer su bolsa a los pies de su abuela cruzada de brazos marcando el ritmo de la indignación con el pie. Le había gritado desde que la vio entrar con el rabo entre las piernas a casa, era claro que Lena no tomaba en cuenta cuantas aspirinas se atoraron en su garganta la noche anterior o a cuantas personas llamó luego de que Greco fuese desesperado a las una de la mañana a tocar su puerta preguntando si Lena había regresado a casa por su propia cuenta o en otro carro.

-Por supuesto que no leso, tu la cuidarías- recordó decirle a Greco con el alma en un hilo.

No, no le importó. Escuchó el portazo en eco del pasillo. ¿Dónde diablos había pasado la noche?

Y es que ni ella sabía, a puntapiés con su migraña recogió los pedazos de recuerdos de la noche anterior y esta mañana que reaparecían de apoco gracias al descanso de estar en casa otra vez. No se molestaría en cargar el móvil y llamar a Greco, tampoco en regresar al pasillo y pedirle perdón de rodillas a Alma. Diablos, no tenía idea de nada.

Suspiró arrojando los zapatos al suelo. Que más daba, se sentía fatal.

El rostro de Aranna había vuelto a su memoria. No recordaba cuando había sido su última pesadilla con ella, tampoco la última vez que la buscó en redes sociales y en la guía telefónica. Sólo sabía que todo medio de contacto con ella estaba bloqueado.

Quizás se habría cambiado el nombre, quien sabe. Ella tuvo lo que Lena jamás pudo, el don de mentir  sin piedad ante cualquiera sin ser descubierta. Podría hacer cualquier cosa a estas alturas. Aunque ella quisiera ocultarlo, y su amor por su hermana fuese más fuerte que este pequeño secreto, ocultaba un brote de envidia. Las comparaciones eran detestables a fin de año "La Morgan lista, la Morgan repitente" "La Morgan astuta, la Morgan amargada" "La Morgan que ha sacado diez, la Morgan que fue descubierta copiando en el examen". El oso de peluche cumplió el sueño de volar al recordar como se sentía. Mierda, que mal se sentía. Dos gotas de agua podían causar diversas reacciones según donde cayeran. Por desgracia, siempre ella había caído en el borde de la estufa, no, no era justo, deseó que ella desapareciera a veces, pero cuando ella realmente lo hizo, su vida se vino abajo.

" –Lena la lleva Ama, Lena la lleva- susurraba Aranna a su abuela. La mujer simulaba darle la misma importancia a las escondidillas que la pequeña de tutú rosa. La obligó a hacer silencio detrás del closet mientras su hermana buscaba por toda la casa de madera tibia.

-Sal de donde estés Ara...-reía y a la misma vez amenazaba. Los pasitos de calcetines azules entraron al cuarto de Alma. Despacio se arrodilló ante la enorme cama de frazadas bordadas a mano de la abuela.

- ¡Aquí!-gritó. Pero no estaban. Se puso de pie sin más lugares donde buscar, su hermana siempre ganaba en estos juegos. Eran peleas de tutú rosa contra el azul.

Del armario una risilla le alertó el oído. Decidida a ganar esta vez abrió las puertas de par en par pero antes de pestañar sólo quedaba el rastro de su sombra correr al pasillo.

-       ¡He ganado otra vez Lenna, no pudiste atraparme!- gritó.

Nunca podía vencerla. El triunfo, ese gusto de alcanzar la victoria siempre era más lento que las carreras de Aranna hasta el pasillo.

-       Quizás mañana ganarás Lena –acarició su cabeza. Sintió lástima.- Ahora ve a lavarte las manos.

Nunca hubo un mañana.

La memoria tiene un lugar secreto en donde lleva los momentos que jamás debes recordar, dijo un autor, según ella.

Y ese mismo recuerdo era el que trato de olvidar en contra de su voluntad. Haría cualquier cosa, incluso sacar mas de diez en deportes con tal de borrar la fracción de día que paso en el departamento docente, exacto, docente.

Estimado SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora