Estimado señor 19

2.5K 127 1
                                        


Miró por la ventana, se dirigían a los bares del centro, de seguro a aquellos donde los treintañeros simulan ser amigos del cantinero e invitan a tragos caros a mujeres que están solas esperando esas mismas copas. La idea de tener algo de sexo casual luego de lo agotador que era para cualquier profesor el término de ciclo con estudiantes hormonales era lo más cercano al cielo por el momento.

Estacionaron cerca de las nueve al frente de un restobar rústico con música de ambiente moderna fastidiosa a oídos de Lenner pero aun así aguantable por un par de horas. La entrada de la dupla era tal cual suponían, más de un par de solteras se clavaron a mirarlos y a asomar mucho mas sus senos por sus escotes pronunciados. Ante las tentativas propuestas se les hizo difícil dirigir la atención a buscar entre las pocas cabezas masculinas las de sus amigos cesantes con los que solían ir a beber algo cada unos cuantos meses. Mientras David ya hacia contacto visual con una morena alta y casi dispuesto a abandonar a su mejor amigo a escasos minutos de entrar, Piero le jaló del brazo y lo llevó a destino.

-Buenas noches caballeros de la mesa redonda y desempleada –bufó Piero expandiendo sus brazos anunciando su llegada. No eran necesario explicar luego de estos arranques de superioridad el por qué ambos, porque David era un bonus de sus actitudes, no eran tan agradables de ver entre el resto de sus colegas.

-Como extrañaba escucharte, stronzo –respondió con mirada felina y defensiva Oliver, el único casado del grupo y profesor de italiano. Todos rieron menos Piero, que dejando de reír y frunciendo el ceño desentendido recordó que había alojado en un rincón empolvado el poco italiano que aprendió hace años y en el cual no indagaría a buscar que significaba semejante palabra. Ahora eran el principal modo de ataque y burla del resto del grupo hacia él.

- Ciao Dabeer! Come stai? –continuó Oliver a David.

-Sto benissimo, gracie e tu? -prosiguió entre risas David.

-¿Podríamos por favor olvidar esas bromitas de mierda y ordenar algo de beber?-interrumpió Piero sentándose en una de las dos butacas sobrantes en la mesa -¿O estaban esperando a que llegara?

Los trece de Julio ocurrían dos cosas especiales dentro de la casa de ambas Morgan cumpleañeras. Alma y Lena, y por supuesto, Aranna, compartían cumpleaños el mismo día, con cuarenta años de diferencia. Las dos Morgan de pequeñas preparaban una enorme tarta de chocolate de barro para su abuela en el jardín. Lena siempre era la encargada de buscar las flores más bonitas y las hojas mas extrañas para satisfacer las exigentes ideas de repostería de Aranna. Ahora, sólo eran abuela y nieta soplando las velas de un pastel pequeño e intercambiando un pequeño obsequio sentimental y nostálgico. Ese evento era el primero, el segundo, era la espera de la carta de Aranna.

Sólo dos veces en el año Aranna daba señales de vida mediante una carta escrita a mano donde relataba en menos de veinte líneas toda la sintaxis de su vida durante sus meses de ausencia, a veces adjuntaba alguna fotografía del lugar en donde estaba e incluso un pequeño obsequio para ambas, este evento era lo segundo especial de todos los trece de julio.

Ese día Lena vigiló el correo toda la mañana, quería este año esperar a que el cartero entregara esa carta en sus manos y abrirla antes que nadie, incluso de su abuela.

Ese año había sido especialmente difícil, ya sea por el termino de su vida estudiantil y a pasos escasos de la universitaria, sentía que necesitaba como nunca a su hermana ahí para ella, y para Alma. ¿Sería fácil dejar sola a la anciana en esa casa? Alma se mantenía estupendamente, y su salud se movía en lo variado acorde a su edad. La observó por unos pocos segundos, tenía unas cuantas arrugas al costado de sus ojos, y un signo omega en su frente levemente marcado. Recogía los platos sucios y guardaba el pastel en la nevera.

Estimado SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora