Las conversaciones indistintas de la calle le bastaron al profesor para robar los diálogos que en ese momento estaban demás. No tenía como excusarse, Lena tampoco tenía respuestas. Hace un par de minutos, la adrenalina de enfrentar a un director doble moral sin más argumentos que su mismo carácter no le dejó ver las consecuencias de sus actos. Lena pensó no tendría mayores amenazas, apenas le quedaban un par de semanas como estudiante de último año y las ganas de firmar la suspensión aunque al hombre del ceño omega le picaran la garganta, no fue posible con un David Lenner inflexible a callar.
Sin embargo, no habían contado con la inquisicion social a la que se enfrentaría la caoba por el resto de sus días como la chica que hizo que el correcto profesor de literatura perdiera la cabeza.
El jugueteo de dedos entrelazados aún no podían darle cabida a las palabras.
David suspiró y Lena mordisqueaba sus labios pérdida, le seguía sin sentido el paso a los taxis a carrera delante de ella mientras se formaba el tráfico de las siete. La acera helaba cada vez más bajo sus muslos en falda cuerina. Aunque hubiese pasado todo su salón murmurando en su cara no se animaría a mirar con intención.— Intentaré averiguar quién más se enteró —espetó David mirando al suelo mientras se rascaba la cabeza. Lena asintió sin pestañear.
— No debimos ser tan impulsivos —contestó la caoba fregando las palmas en sus muslos friolentos.
Calló la culpa acortando la distancia mientras el asfalto rasgaba la tela de su caqui.
— Debí pensar que habrían más bocas que callar —confesó David— sé que esto pesará más en tus hombros, Lena.
La cortina de cabello cobriza se alzó para contener los ojos culpables del profesor. Lena tomó sus manos intentando nivelar su temperatura unos cuantos grados más arriba de la hipotermia en las yemas maduras de David.
— David, te amo — soltó apretando sus manos— pero asumir todo esto de la noche a la mañana...es difícil.
—¿Te arrepientes? —soltó temeroso.
— No, solo tengo miedo por nosotros— hizo una pausa para ponerse de pie. Tenía los muslos rojizos con marcas en relieve de las irregularidades de la acera.
Dos fieras azulinas le siguieron el paso. El profesor dejó caer por sus brazos su saco de lino azul mar para prestarle cobijo a Lilith.
— Arruinarás tu carrera con esto — declaró Lena sin atreverse a mirarlo mientras el profesor arropaba en el abrigo su tiritona espalda— jamás querría perjudicar todo tu trabajo, David.
Dejó caer en una sonrisa de pliegues maduros y una barbilla formada la menor de las preocupaciones en ese momento.
— Mi sueño de enseñanza está muy lejos de lo que aprendí en la universidad, Lena.
Probablemente no mentía. Su traje y sus modismos casi anticuados para su edad estaban lejos de un ideal de vida individualista y tradicional más concordante con su colección de corbatas. La escisión perfecta de las copas de vino en vez de las fiestas y de frases románticas al hacer el amor se fusionaban de una manera misteriosa con sus ansias de recorrer el mundo en una motocicleta y de un humor en ocasiones infantil. Casi olvidaba, pensó Lena cuando dejó que la mano contenedora del profesor jugueteara en su nuca, que David no era un hombre común.
Atajó a una chica menor hacia su pecho, la misma de la que alguna vez había rehusado asumir la posibilidad de caer enamorado para quitarte más que el frío, sus miedos.— ¿No temes perderlo todo?—susurró apegada a su pecho.
David sonrió tranquilo, acarició su cabellera mientras ella se apegaba a sus latidos.
—Tengo todo lo que necesito justo ahora en mis brazos—contestó David.
Esa misma noche dos tazas de café quedaron a medio tomar detrás de la necesidad de unos besos inmorales a oídos de sus vecinos. La cargó con las piernas abrazadas a su cadera hasta la cama mientras se ahogaba en la jungla caoba que lo envolvía al intentar morder despacio el lugar favorito de Lena para recibir sus labios.
A cazador y venado la depositó en la cama presa de sus piernas y única espectadora de su pecho al desnudo mientras desataba su corbata gris perla y a gritos ahogados de Lilith, desabotonaba lentamente su camisa.
El edén de Lena Morgan entró en conflicto con sus deseos infernales de poseer a David Lenner entero.
Se puso a su altura al sentarse en la cama y conteniéndose a besar caminos desde su cuello a su boca trazó con su índice un mapa invisible a sus pectorales.—Pequeña Lena....—gimió enterando los dedos en la espalda de Lena.
—Profesor Lenner —musitó rodando el lóbulo de David con los dientes.
Recorrió sus brazos con nostalgia cuando por fin el profesor cayó rendido a su lado. Se cubrió con las sabanas hasta los pechos y se arrimó a caminar con su índice y anular por la curvatura de la espalda del profesor hasta sus muslos. Se sintió tan completa por segundos a su lado, plantó besos silenciosos desde el trapecio a la dorsal provocando un leve rugido de David quien aún inmerso en sueños, la buscaba con sus manos.
—Estoy aquí —musitó mientras él dormía.
Aunque los planes del antiguo David serían abandonados por un año de encuentros inoportunos, eventos inesperados y visitas permanentes, las metas en común con su mejor amigo no estarían finiquitadas.
En vez de una copa de vino llevaba dos cervezas a medio tomar mientras buscaba entre cientos de ofertas fraudulentas en las páginas web de aerolíneas emergentes algún boleto de avión barato hacia algún país del cual no supiera la capital ni el idioma. Aún se abstenía de contarle a su mejor amigo sobre sus próximos destinos en solitario, y es que David ya había encontrado razones para quedarse, él no.
Piero se fregó los ojos irritados de dos horas sin despegar la vista de la pantalla y se estiró de brazos en un bostezo felino.
Miró la hora antes de levantarse a apagar el inicio del noticiario que detestaba. En seco, una serie arrítmica de golpecitos tocaron a su puerta.
Se maldijo por rehusarse a pagar por un ojo de pez, en ese mismo momento hubiese sabido decidir entre fingir que nadie estaba en casa para pagar el alquiler o abrirle la puerta a alguna de las chicas que había invitado la noche anterior a pasar por otra "revisión" de contenidos.—Ya va —se decidió a contestar mientras en el espejo se arregló inútilmente el cabello.
Abrió la puerta con descuido.
— Tessa.
— Piero.

ESTÁS LEYENDO
Estimado Señor
Mystery / ThrillerMe sumergí en tus infiernos y no conseguí volver, Lena.