Estimado Señor 74

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— ¿Puedo pasar? — preguntó cómo si fuese una advertencia.

— Ya estás aquí — contestó en seco bebiendo otro sorbo de cerveza.

Habían pasado años para que un par de tacones más caros que el piso entero pisaran la alfombra de entrada de Piero a esas horas de la noche.
Los esmeraldas de la doctora Thomas recorrieron en panorámica el contexto: cajas de pizza a medio terminar, latas de cerveza apiladas en la mesa de centro, papeleo a torre y un ordenador en el sofá.

— ¿Estás cesante de nuevo? —concluyó sin pudor mientras con recelo se abstuvo a dejarse rozar por algún objeto de la habitación.

— Pues si...— contestó extendiendo los brazos llenos de ironía—...no todos somos respaldados por un apellido para conseguir trabajo, doctora Thomas.

— Sin resentimientos, Piero...—respondió cruzándose de brazos—...de seguro tu padre paga esta ratonera a la que llamas hogar.

Piero se dejó caer en el sofá bebiendo otro sorbo sin espacio a una pelea infantil.

— ¿Por qué no me dices a qué debo el honor de tu visita?  Estoy teniendo un maldito deja vú —dijo en una exhalación mitad bostezo sin muchas ganas de alargar su estadía.

Tessa se tensó de tacones a melena, aún estando cubierta de su capa de hielo dudaba si era correcto reabrir una parte de la historia que había quedado inconclusa cuando lanzó la peor de las mentiras hiriendo al hombre que aún amaba.
Piero se alarmó al verla dudar de su respuesta, de pronto dejó caer su cerveza en la mesa de golpe y se puso de pie abriendo los ojos en plató al saber interpretar la culpa pesándole el rostro.

— ¿Qué demonios quieres Teressa?—bufó sin paciencia acercándose a ella.

Ella no titubeó, como si con la punta de sus tacones rompiera la madera bajo sus pies al pisar le hizo frente al aliento a ron de Piero y alzó su índice hasta él.

—  Si David continúa odiándome, que sea a ambos... —amenazó clavando su dedo en el pecho de Piero mientras alzaba la voz —...me he cargado sola el odio de David por años mientras tú quedas como el perfecto mejor amigo, ¿Buen negocio, no?

—¡Baja la voz, maldita sea!— masculló alejando el índice de Tessa de él.

— ¿Con que cancelaste tus planes por cuidarlo no? Realmente eres patético.

Piero volvió a bufar golpeando con fuerza la mecedora a espaldas de Tessa haciéndola vibrar sin intenciones de dar un paso atrás. Se contuvo un millón de insultos y unos cuantos arrebatos de como deshacerse para siempre de una mujer para él diabólica. Intentó tomar aire ignorando las insinuaciones de sincericidio de Tessa luego de años.

— ¿Que quieres ganar con esto? —dijo intentando recuperar la calma respirando más lento— David está tranquilo, ha superado todo, ¿Que demonios ganas llegando a su vida a recordarle todo?

—¿Tranquilo? —ironizó entrecerrando el ceño— ¡Está follandose a una cría! —bufó dejando caer su bolsa— ¡Si no lo he delatado es porque me preocupa!

— ¡Tan preocupada como cuando follabas conmigo, supongo! —respondió a su tono conteniéndose a echarla a empujones por la puerta.

— ¡Eres un.....!

— ¡Si, soy una mierda por haberlo lastimado y soy un cobarde por no decirle la verdad! —continuó sin temor a gritarle— ¡Pero no dejaré que una resentida venga a arruinarle su vida por segunda vez!

Tessa agitó su respiración sin encontrar aún un insulto lo suficientemente fuerte para refutar la ira con la que Piero la había enfrentado. Él se volteó a rascarse la cabeza con fuerza y luego volvió a enfrentarla.

—¡¿Y sabes que?! —la enfrentó otra vez—¡Sí, está con la cría y estoy seguro de que ella lo hace mucho más feliz de lo que alguna vez pudiste hacerlo tú! ¡Eres patética!

—¡Y tú un cobarde! —contestó ella entre los sollozos de una mujer herida— ¡Puedes decirme lo que quieras, pero eras tú él que me buscó!

Fueron demasiadas mentiras en el pasado para negar que por única vez Tessa tenía la razón. No era un misterio ni siquiera para David que Tessa era el centro de los pensamientos de un Piero veinteañeros y sin éxito aún con las mujeres, como así el pensamiento de muchos otros antes de acostarse con la líbido a mil por hora.
Lo qué David jamás pensó fue que tan lejos llegó el deseo, mucho menos que se atrevió a continuar luego de que él y Tessa se comprometieran.
Pero hubo algo que el profesor jamás pensó una navidad como cualquier otra en la casa de los Thomas hace un par de años atrás cuando su suegro extendió la invitación a la familia Lenner completa y alguno que otro invitado extra como Piero.
David y Tessa anunciaron antes de iniciar la cena sobre la confirmación del embarazo de cinco semanas al descubierto luego de los incidentes en el último viaje lleno de los malestares físicos de Tessa.
Piero lo sabía, aplaudió junto a los padres de David al costado derecho de la mesa. Escondido entre unos cincuenta invitados que se le adelantaron a felicitar de abrazos a su mejor amigo y a su ejemplar mujer intentó acercarse sin antes detenerse con la poca cordura que le quedaba.
En algún momento de la noche Tessa iría a cambiarse los altísimos tacones rojos que llevaba puestos para descansar. Sería ahí y con algunas copas demás de champaña, o lo que él consideraría una borrachera decente, cuando la encararía en uno de los cuantos pasadizos del castillo Thomas.
La atajó pasadas las doce antes de dejar a propósito a David en una incesante discusión política entre conservadores extremos que tendría que llamar familia por el resto de su vida, al menos eso se suponía.
Conocía mucho más de lo adecuado a la esposa de su mejor amigo, y aunque juraba arrepentirse desde el primer momento en que la besó en un viaje de tres que realizaron a Francia, como una pandemia la deseaba cada día con más fuerza.
Tanto así que al ritmo de los encuentros a espaldas de David no pondría las manos al fuego por la paternidad de su mejor amigo.
Arrinconó a la rubia de ese entonces rizos largos hacia una habitación cuando divisó su silueta por el pasillo y tapándole la boca con su palma, cerró con seguro.

—¿Estas loco? ¡David está abajo! — susurró rabiosa Tessa arreglando el escote de su vestido.

—¿Cuando planeabas decírmelo, Tessa?—enfrentó Piero con la voz gangosa de alcohol.

Tessa suspiró llevándose las manos a la cintura intentando escuchar si alguien se acercaba.

— No hablaré contigo en este estado, Piero —dijo en voz baja intentando calmarlo con las manos en el pecho.

Antes de que Tessa girase la manilla para no levantar sospechas, Piero se interpuso dejando caer su espalda en la puerta.

— Si no quieres que en este mismo momento llame a David para solucionar esto entre los tres, hablarás ahora—advirtió aflojándose la corbata.

En una sonrisa irónica Tessa lo hizo sentir el hombre más patético del mundo.

— ¿Y que crees? —dijo amenazante acercándose a sus labios sin dejar de murmurar— ¿Qué por acostaros un par de veces eres el padre de mi hijo?

Aunque rió en su cara a Piero no le bastó el acto, y aunque estaba ebrio se mantuvo fuerte a sus insultos sosteniendo entre esa puerta y su espalda la poca dignidad que aún tenía.

— Júralo —musitó Piero rascándose el mentón.

— ¿Qué cosa?

— Que el hijo que esperas no es mío —bufó.

Pero Tessa delató en sus ojos a penas visibles por la oscuridad del cuarto una culpabilidad que no pudo sostener entre la red de mentiras que ya habían empezado a tejer desde que ella y David eran novios y mucho peor, desde que Piero era su amante.

Estimado SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora