Estimado Señor {0.1}

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El coñac se derritió en el hielo, así tal cual. Nunca medía el tiempo que pasaba encerrado en casa los domingos, sus paredes con estanterías al cielo y pintura burdeo colonial eran la perfecta cueva para un ermitaño erudito de treinta años recién cumplidos. Su piso lo decoró a un estilo renacentista, su época literaria preferida que desencadenaba en una chimenea omnipotente y antigua que heredó de sus antepasados.

La jaqueca lo separaba de la realidad, las palabras insólitas de los trabajos de, según él, los peores estudiantes de la historia, se confundían en su cabeza. Por la ventana se infiltraba aire, en conjunto con la sinfónica de bocinas y frenazos bruscos al final de la calle. Pensaría luego en mudarse a un lugar más acorde con él que el centro de Chicago.

No sabía que hora era, aunque poco importaba. Se levantó de su escritorio para cerrar la ventana y saboreó con desgano y muecas el último sorbo de un coñac barato diluido en agua. La ciudad de mostraba tranquila en el fondo de todo, o quizás su vista a ella le hacía ver sólo lo brillante y para nada las penurias. Eso mismo pensó de la persona que catalogó su curriculum como "inauditamente perfecto". Rió.

En su bolsillo recibió un cosquilleo, nuevos mensajes. Dejó de lado el vaso vacío y desbloqueó su móvil saboreándose los labios.

"Podrías llamarme?"

"Fue una buena noche, me llamas a este número mas tarde?"

"Vendrás a dormir esta noche? Compré algo para ti ;)"

El simple hecho de no tener idea de quien era la remitente de cada mensaje lo hizo sonreír, no se molestaba en responder, la malicia en sus pensamientos le resultaba comiquísima al imaginarse todo lo que esperarían pegadas al teléfono esas tres mujeres por una confirmación a una cita express en su cama.

–Borrar, eliminar y bloquear –musitó con una sonrisa burlona mirando la pantalla de su móvil.

La tecnología para esto no era su primera opción, prefería el encuentro casual, algo así como "sexo a primera vista" con una mujer entre los veinte y los treinta con un buen par de pechos y ojos claros. Tiró el celular a su cama y se estiró de brazos dejándolos caer al bostezar, acomodó el cuello.

Su vida era una comedia semi-trágica. Otra cosa que le hacía gracia de la estupidez humana era la ignorancia de sus superiores sobre sus demás facetas fuera del área docente. La corbata siempre es el antifaz perfecto para cubrir a un patán y convertirlo en caballero, así caían todas.

Su teléfono fijo sonó, la pantalla iluminada identificaba el número de Piero.

–¿Podrías ser más hijo de puta Lenner? –gritó una voz del otro lado de la linea con aires de alcohol.

–Buenas noches Piero, estoy bien gracias.

–Nada de formalismos, la corbata en el trabajo Lenner, a mi no me...– y claro que no lo haría, en el planeta no había persona que conociera mejor al verdadero David Lenner que Piero Vallece. Nadie, ni siquiera su madre podría entender mejor el lenguaje metalingüístico de David al encontrar a una mujer "aprobada" o a una "repitente".

–¿Aún no te despiden? –rió– a estas alturas pensaba que ya estabas cesante.

–Cesantemente y digno, no acostumbro a llevar a la cama a directoras cuarentonas para sustentar mi sobrevivencia.

Una carcajada le retumbó en el oído a Piero quien por inercia casi deja caer el móvil en el vaso.

–Vaginas son vaginas.

–Eso es asqueroso Lenner, hasta viniendo de ti.

–Hablando de cosas asquerosas tengo que cortar, preparo una introducción a mis clases para un último año.

Estimado SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora