Stu Jr.

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Una mariposa entró por la ventana de su habitación, el pequeño niño quedando absorto, observándola fijamente por lo que parecían horas, sus pequeños ojos verdes detallando cada movimiento como si fuese  lo más importante del mundo.
Estiró una mano, tratando de alcanzar al pequeño animal de color anaranjado, riendo cuando el insecto se movió un poco hacia su dedo.
- ¿Qué miras, amor? – Sonrió, mostrando el asomo de dos dientes a la persona que le había hablado.
- Ata. – Dijo, señalando a la mariposa, su madre sonriendo.
- Mariposa, cariño.
- Osa. – Trató de repetir, pero parecía algo difícil para un niño de poco más de seis meses, desistiendo para poder estirar sus brazos hacía su madre.
- Papá y Ray nos esperan en la sala, Rold. – El niño se acomodó en el pecho de la mujer, balbuceando. – Papá tiene algo especial para ti, mi amor.
Ella acarició el cabello azul de su hijo, preguntándose como era posible que los hijos que tenía con el cantante tuviesen el pelo azul si el color natural de cabello de su pareja era castaño, solo había cambiado después de un accidente, aunque en un mundo con Cyborgs, demonios y monos que entregaban correspondencia, era la pregunta que menos debía hacerse.
Su hija mayor y su marido esperaban en la sala, el niño anunciándolos con un gorgoreo alegre.
- Ven pequeño Stu. -  Su padre estiró una mano para que su hijo menor se acercara.
- Papá tiene una sorpresa para ti. – El niño sonrió, sin entender realmente lo que le habían dicho, pero por como se veía su hermana mayor, podía adivinar que era algo bueno.
- ¡Mira lo que papá te compró, Rold! – Gritó la niña de pelo azul, saltando al lado de lo que parecía una caja negra.
Con cuidado, acercaron al niño al objeto, su padre levantando una tapa larga para mostrar un montón de líneas blancas y negras, anchas.
- Es mi regalo para ti, Stu. – El hombre mayor apretó una de las líneas, haciendo un sonido que al pequeño le agradó, él imitándolo antes de reír y manotear.
- Creo que le gusta. – Dijo Ray, dejándose caer al lado de su hermano para ayudarlo.
- Eso parece. – Habló la mujer, viendo como los pequeños dedos se deslizaban por sobre el teclado de juguete.
Quizá, Stuart tenía el mismo talento de su padre, solo había que desarrollarlo.

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