Aceptación

591 32 4
                                    

Amor. Pequeño amor. ¿No era así como siempre la llamaba? Su sobrenombre bailaba en su lengua desde que era una niña y lentamente se había convertido en una horrible prisión, una cárcel de la cual no podía salir. Eran amigos, mejores amigos, hermanos que podían no llevar la misma sangre por las venas, pero se amaban como unos de verdad.

Sin embargo, esas palabras de amistad sabían a poco, desde hacía un buen tiempo eran enfermantes, detestables, odiaba cada vez que se debían tratar como camaradas cuando lo que quería era besar sus labios, le molestaba solo jugar a ser compañeros cuando sabía muy bien que su corazón estaba enamorado profundamente, algo que no había sentido antes o no con la misma intensidad y fuerza. Cerró sus ojos, tensando la mandíbula, su alma llorando por la lejanía que había impuesto desde que se habían conocido, aunque era algo lógico pensando que ella era una niña cuando había llegado a su lado.

Abrió los ojos, observando a la nueva conquista de su amor, su boca deteniéndose de reclamar un amor que había rechazado sin saberlo, Murdoc y Russel alabando a ese ser de ojos azules, pelo negro y sonrisa perfecta, sus celos alimentándose con cada gesto dulce que su persona especial hacía para su pareja.

- D, viejo, ¿Qué te pasa? – Stuart tuvo que enderezar su espalda, los ojos verdes de Noodle clavándose en su rostro, haciendo que enrojeciera y se sintiera incómodo.

- ¿De que hablas, Russ? – Ignoró sin éxito la pequeña mano femenina firmemente apretada a otra más grande.

- Has tenido cara de pocos amigos todo el día y parece que quisieras espantar al novio de la pequeña. – Los vellos de su cuello se erizaron por el corrientazo de rabia que recorrió su cuerpo entero al escuchar la palabra "novio".

- Déjalo, Russ, debe aceptar que su pequeño amor ya no es una niña. – Si ella supiera cuanto había llegado a amarla ¿Qué diría? ¿lo aceptaría? Miró la sonrisa que le dedicaba a ese idiota que le había presentado, comprendiendo que había perdido la guerra sin pelear ni una sola batalla.

- La mocosa tiene razón ¿Cuántos años tiene? ¿14? ¿15?

- 24, Mudz, y no soy una mocosa. – El tipejo se acercó a la japonesa para susurrar algo en su oído, sonrojándola casi de inmediato, cosa que no pasó desapercibida para 2D. – Además, yo solo quería presentarles a John.

- Se ven demasiado bien juntos. – Felicitó Russel, Murdoc asintiendo.

- Solo quiero hacerla feliz y ustedes son su familia, debo llevarme bien con ustedes tres. – Stu siseó una maldición, levantándose de su asiento.

- ¿Toochi? ¿Dónde vas? – Quiso responder que se iba antes de que su corazón se desangrara por su culpa, pero un vistazo a Murdoc evitó su respuesta, en la mirada del bajista una amenaza silenciosa, como si él supiera todo lo que el cantante se guardaba en su interior.

- Voy a mi cuarto, Noodle, no me siento bien. – Mintió, dejándola con la palabra en la boca, casi corriendo a la seguridad de su cuarto.

¿Eso era lo que ella había sentido cada vez que él llegaba con una mujer diferente a casa? Se dejó caer en su cama, maldiciéndose por haberla hecho sufrir tanto sin merecerlo, dejando salir sus lágrimas sin querer detenerlas.

Se mordió el labio, secándose un poco el rostro, sentándose para buscar un papel arrugado, una pequeña carta de amor, una confesión tan hermosa y desgarradora que no creía que una niña de 16 años pudiese haber escrito, aunque sonrió al darse cuenta de que Noodle había escrito un disco completo ella sola, por lo cual el papelito era su auténtica obra.

Recordó cuando encontró la notita una semana antes de conocer al ladrón de su amor, las letras allí escritas dándole una esperanza de ser correspondido, pero todo había sido una estúpida ilusión, la carta era solo la confesión de una niña y Noodle ya no lo era, ella ya no era su pequeño amor y él no era el príncipe azul por el cual ella suspiraba, ya no más.

Por mucho que le doliese, tenía que aceptar su destino y ver como ella se iba con otro de su lado, porque así era su suerte y debía agradecer haberla tenido en su camino, tenía que ser feliz por ser alguna vez amado por esa mujer, aunque cuando podía corresponderle ella no sintiese nada por él.

Era lo más maduro que podía hacer.

Día A Día ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora