Amor

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Había días en que no sabía si estaba conectado o no.

Días en que su mundo se bamboleaba al ritmo de sus palabras que no tenían sentido alguno, de sus entrevistas extrañas que le conferían aún más misticismo, como si fuera una complicada caja de la cual se debía buscar la combinación exacta, si no te dejaba tan perdido como al inicio.

Era un hombre que necesitaba cuidados extremos, como una planta especial o algún tipo de animal exótico, pero ella no podía quejarse, le gustaba sentirse necesitada por él, le encantaba saber que de un momento a otro la llamaría y ella tenía que estar lista para responder, no porque su vida girara en torno a él, sino porque su vida era él.

A veces, se acurrucaba a su lado y dormitaba, como un gato que se echa sobre las piernas de su dueño y descansa ahí, como si no hubiese nada más en el mundo.

Él era su mundo, aunque ese mundo parecía hueco en algunas ocasiones.

No le molestaba que fuese un cobarde, ella podía ser valiente por los dos, ni tampoco que fuese débil, no le importaba que olvidase fechas importantes ni que algunos días estuviese tan fuera de línea que solo podía comprenderlo ella. La verdad, solo le importaba estar cerca del cantante, le importaba que su amor se volviese una enredadera alrededor de su corazón y lo asfixiase, eso le gustaba.

Él no era listo, pero había aprendido a lo largo de los años que era lo que buscaba y se negaba a abandonar lo que tanto trabajo le había costado conseguir. Nunca hablaba de su posición en la banda como lo más valioso para él ni los discos, ni siquiera sus preciados teclados. Cuando la veía con sus ojos profundamente negros, blancos últimamente, sabía que ella era eso que lo mantenía con vida, lo había sido por años y no lo cambiaría por nada, ni por huir de las palizas de Murdoc.

A ambos le gustaba estar intoxicados de ese sentimiento que había sido esquivo durante la mayor parte sus vidas, y estaban encantados de que fuese mutuo y que, en vez de enloquecerlos lentamente, les daba impulso para seguir viviendo, porque sabían que sus vidas serían vividas una junto con la otra y ambos aprenderían cosas nuevas el uno del otro y crecerían fuertes como esas plantas que se enredan y florecen al mismo tiempo, aunque sean diferentes.

- Te amo. – Ella solo sonrió, acariciándole una mejilla.

- También te amo, Toochi. – Contestó sonriente, besándolo.

Eso que sentían era amor y nadie jamás podría separarlos.

Esa era la única verdad.

Su verdad.

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